martes, 17 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 21





Pedro odiaba tener que vestirse. Últimamente, pasar largas horas tumbado y vagar por su apartamento borracho y en ropa interior, se había convertido en una costumbre. Pero allí estaba, duchado y afeitado, y vestido de traje. Porque tenía un asunto del que ocuparse. Con un hombre que probablemente lo mataría en cuanto lo viera. Quizá fuera esa una buena forma de acabar con el infierno que estaba viviendo.


—Señor Alfonso. El señor Kouros le recibirá ahora mismo —le informó un secretario en la antesala del despacho de Alejo.


—Bien —pasó al despacho.


Pedro —lo saludó Alejo en cuanto lo vio entrar—. Me sorprendió que quisieras verme. Si no se lo he contado a mi mujer es para no hacerla enfadar. Me estás poniendo en un compromiso así que, por favor, sé breve… Por cierto, si has venido a echarme algo en cara, pierdes el tiempo. No me importa.


—En absoluto. Solo pensé que quizá querrías escuchar una explicación de mi comportamiento. El motivo de que fuera a por tu compañía. Y a por ti.


—Estuviste en la mansión Kouklakis, ¿verdad? —le preguntó Alejo, lanzándole una mirada de cansancio—. En ese caso, entiendo que te caiga tan mal. Sin embargo, deberías saber una cosa, y digo esto no para exculpar mis pasados pecados, sino para aclarar las cosas. Yo desempeñé un papel clave en el desmantelamiento de la red criminal de mi padre.


—Me alegra oírlo. Ojalá lo hubiera sabido antes.


—Eres joven. Yo tardé años en saber lo que tenía que hacer.


—Sí, yo estuve en la mansión. Pero lo importante no fue eso, sino lo que descubrí después de que tú la abandonaras.


—¿Y qué descubriste?


—Que tu padre tuvo otro hijo. Yo.


—¿Seguro? —inquirió Alejo con voz ronca, pálido.


—Él estaba seguro de ello, al menos. Lo suficiente para proponerme como heredero de su maldito reino cuando muriera.


—¿Y es esa la razón por la que has estado yendo a por mí?


—Supongo que sí. Estaba ciego de furia. ¿Cómo pudiste haber escapado? Y tenías una vida tan perfecta… Una familia que te quería. Una mujer que te amaba. Mientras que yo no tenía nada. Así que quise quitártelo todo. Bajarte al nivel donde pensaba que deberías estar, y donde estaba yo. Pero ahora he hecho daño a Paula, y no estoy nada contento con ello. También me he mirado a mí mismo, y te aseguro que no me gusta nada lo que he visto. Aparte de Paula, necesito hablar contigo de esto. Informarte de que no voy a seguir poniéndote palos en las ruedas con la idea de vengarme. Estoy cansado. Cansado de la fealdad que veo en mí. Quiero dejarlo. Yo nunca seré el hombre que ella necesita, ahora lo entiendo. Pero quiero liberarme de… de esta rabia.


Alejo recogió una taza de su escritorio y la apretó con fuerza, tenso, sin darse cuenta.


—Entenderás, sin embargo, que debido a Paula nuestra relación no puede ser…


—Sí. No soy precisamente un hombre de familia. Al menos, no sé serlo.


Alejo bajó la mirada.


—Me alegro de que me lo hayas contado.


—Estoy harto de secretos. Ese viejo canalla no puede afectarnos ya. No tiene poder para ello.


—Es verdad —Alejo asintió lentamente con la cabeza.


—Gracias por haber aceptado verme. No es el tipo de cosas que puedes decir en un email.


—Cierto.


—Me marcho —se giró en redondo para dirigirse hacia la puerta, pero en el último momento se volvió de nuevo hacia él—. Alejo, ¿puedo hacerte una pregunta?


—La que quieras.


—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo te liberaste de aquel lastre? ¿Cómo te atreviste a pedirle a una mujer que se encadenara a ti por el resto de tu vida sabiendo lo que llevabas dentro? ¿Cómo pudiste creer que la merecías cuando…? A mí nadie me ha querido nunca. Y entiendo que existe una razón para ello. ¿Cómo puedo decirle a Paula que la quiero cuando temo que eso pueda destrozarla?


Alejo se quedó callado durante un buen rato, mirando ceñudo por la ventana.


—Nuestro padre siempre echó de menos una cosa. Una cosa que, si hubiera echado raíces en él, habría cambiado completamente su vida.


—¿Cuál?


—No tuvo amor, Pedro. Creo que es eso lo que nos cambia, Pedro. Lo único que puede matar el monstruo.


—El amor fue lo que mató a mi madre —replicó con tono rotundo.


—¿Qué efecto tienen las drogas, Pedro?


—Son adictivas.


—Te hacen sentir cosas —dijo Alejo—. Te hacen necesitarlas. Pero tú no las quieres. Te destrozan, te hacen pensar que no puedes vivir sin ellas. La adicción no es lo mismo que el amor. ¿Qué crees que sentía realmente tu madre por nuestro padre?


—No… no estoy seguro.


—El amor fue lo que me cambió a mí. El de Jose Chaves, el de Lucila… ese amor me curó. No fue el dinero, ni el poder. No fue la venganza. Cuando lo acepté… fue entonces
cuando cambié. Piensa en ello.


—Lo haré.


Pedro abandonó el despacho. Entró en el ascensor como un sonámbulo. Amor. Estaba enamorado. Rugió de frustración mientras descargaba un puñetazo en el panel de los botones. Se apoyó luego en la pared, con el corazón latiéndole acelerado.


¿Era tan sencillo? ¿Bastaba con amar y confiar luego en que el amor lo arreglara todo? ¿Bastaría con decirle a Paula: «Te amo, soy un desastre y te mereces algo mejor, pero, por favor, ámame de todas formas»? ¿Evitaría el amor que regresara a la oscuridad? ¿Lo convertiría en un hombre merecedor de una mujer como ella?


Nunca llegaría a merecerla. Ella se merecía un hombre bueno. Un hombre al que jamás se le pasara por la cabeza seducir a una mujer para vengarse de un enemigo. Él no era ese hombre. Pero la amaría. Y compartiría con ella todo lo que le deparara aquella nueva e increíble vida que jamás se había imaginado que podría llegar a tener.


Nada más salir del ascensor, echó a correr. En busca de Paula.




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