martes, 17 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 22



—¿Dónde has metido los malditos helados, Lucila? —masculló Paula mientras rebuscaba en la nevera. Desafortunadamente, su hermana no estaba presente en el apartamento para oírla maldecir su nombre.


De repente se abrió la puerta. Se irguió, tensa. Quizá sus maldiciones la habían convocado mentalmente. Pero en cuanto se hubo girado, la cuchara se le cayó al suelo.


Pedro… —tuvo la sensación de que iba a desmayarse. 
Hacía cerca de un mes que no lo veía. Se llevó una mano al estómago. Estaba ya de cinco meses y su embarazo era más que evidente—. ¿Qué estás haciendo aquí?


Vio que bajaba la mirada a la mano que tenía sobre el vientre con expresión extraña.


—Tu cuerpo ha cambiado.


—Estoy embarazada —le recordó—. Y las cosas me van muy bien, por cierto.


—¿De veras?


—Sí.


—Me alegro. Es un alivio saberlo.


—Pensaba que no te importaba. Me dijiste que no me querías.


—No era verdad, Paula. Te he echado tanto de menos… Debí haberme quedado contigo durante todo este tiempo… Debí haberme casado contigo.


—Pero elegiste no hacerlo —repuso ella mientras se agachaba para recoger la cuchara—. Fuiste tú quien me dejó sola anunciando a los invitados que no habría boda —dejó con fuerza la cuchara sobre la encimera—. La decisión fue tuya. Y luego me dijiste que ese había sido tu plan desde el principio. Manipularme como si fuera un simple peón.


—Te mentí.


—¿Que tú… qué?


—Te mentí porque… Paula, estaba en el altar, esperándote, cuando de pronto vi a Alejo sentado allí. Y de repente comprendí… De repente, al ver allí a mi hermano, me vi claramente a mí mismo por primera vez. Y odié lo que vi. A un hombre que te había manipulado. Un hombre que se las había ingeniado para atraparte, pese a saber que no era merecedor de ti. Un hombre que habría recurrido a todos los medios para retenerte, utilizando incluso tu amor a su favor. Me vi a mí mismo en aquel momento —respiró hondo—. No podía permitir que te encadenaras a mí. Porque todo lo que sucedió entre nosotros había sido una manipulación mía. Incluidos tus propios sentimientos. Me dijiste que me amabas… pero eso solo era porque ibas a tener un hijo mío. Porque pasaste unos cuantos meses idílicos en una isla privada conmigo.


Paula tuvo la impresión de que la habitación había empezado a dar vueltas.


Pedro —le temblaba la voz—. ¿Me estás diciendo que estuviste actuando durante todo el tiempo que estuvimos en la isla?


—No, pero todo había sido una maquinación mía. Te sentiste atrapada. Yo conseguí que te decidieras tan rápido a…


Pedro, escúchame bien. Yo te amé. Mucho. Y, cuando me rechazaste, cuando me dijiste que no querrías ver nunca a nuestro hijo, me dieron ganas de golpearte con algo pesado y duro en la cabeza.


—Me parece justo.


—Yo te di mi amor, pero tú… Yo te lo di todo. Debería haber…


De repente la tomó en sus brazos y la besó. Profunda, desesperadamente. Y ella no lo rechazó. No se resistió. 


Porque estaba demasiado hambrienta de él. Furiosa también, sí. Pero nunca había dejado de desearlo. De amarlo.


La acorraló contra la nevera, con las manos en su cintura mientras la besaba. Ella le echó los brazos al cuello. Las lágrimas le corrían por las mejillas.


—Está bien… —Paula se interrumpió para tomar aire—, pero tenemos que hablar, ¿no te parece? ¿Por qué estás aquí?


—Porque este último mes ha sido un infierno. Porque cada vez que pienso que nunca veré a nuestro bebé, me siento morir. Y cada vez que pienso que no volveré a verte a ti, Paula… lo único que puedo hacer es rezar para que la muerte me llegue pronto.


—¿Por qué?


—Porque te amo. Me di cuenta de ello hace semanas, pero seguía pensando que no era justo pedirte que pasaras el resto de tu vida con un hombre como yo. Pero… pero ahora tengo que ser egoísta y pedirte que lo hagas. Que pases el resto de tu vida conmigo porque, si no lo haces, no creo que la mía merezca la pena.


Pedro, ¿por qué no te consideras merecedor de mí? —le preguntó ella—. Yo… no soy perfecta. He cometido errores. Y cometeré más. Yo no quiero un hombre perfecto.


—Seré un hombre mejor por ti.


Pedro, yo sé lo que necesito. Me gustas como eres. Desde el primer momento en que te vi, me enamoré de ti. Hace cinco meses, en cuanto te vi a bordo de aquel yate.


—A mí me ocurrió lo mismo, Paula. Nunca me imaginé que una noche acabaría cambiándome tanto. Pero me cambió. Y luego continuaste cambiándome durante los meses siguientes.


—¿Por qué tardaste tanto en descubrir que me amabas?


—Era lo único que no había hecho antes. Yo quise a mi madre, Paula, pero no sabía lo que era que alguien me amara a mí. Yo le daba amor, pero no lo recibía. Y al final me quedé destrozado porque… ella prefirió suicidarse antes de quedarse conmigo.


—Ella tenía muchos problemas, cariño. No tuvo nada que ver contigo.


—Lo sé. Y Alejo me ayudó con eso. Él… me hizo verlo. Yo lo odiaba por lo que tenía, sin preguntarme cómo lo había conseguido. Y, cuando me lo contó… todo cobró sentido. El amor es distinto de lo que pensaba. Es… como una felicidad que jamás me imaginé que sentiría. Es la cosa más maravillosa y aterradora que he sentido jamás. Y, si tú sientes lo mismo por mí, si quieres hacer esto… por el resto de nuestras vidas, sabiendo quién soy, y dónde he estado… entonces solo puedo estarte agradecido. Solo puedo intentarlo y convertirme en el hombre que creo que te mereces.


—Sé simplemente el hombre que eres, Pedro. Ese es el principio y el fin de lo que quiero de ti. Porque es la misma libertad que me diste a mí. Pedro, ¿es que no te das cuenta de que tú me liberaste? Me sentía como si estuviera atrapada en el cuerpo de otra mujer, aspirando desesperadamente a un ideal que ni siquiera deseaba y temiendo al mismo tiempo fracasar miserablemente. Lo que me has dado es algo increíble. Para mí no hay mejor hombre que el que simplemente me quiere tal como soy.


—Yo soy ese hombre —le dijo él, besándole el cuello—. Eso te lo prometo. Quiero todo lo que tú eres y lo que serás. Sea lo que sea lo que nos depare la vida, estaremos a la altura del desafío siempre y cuando estemos juntos.


—Yo también lo creo.


—Así que… ¿cuándo nos vamos a casar?


—No antes de medio año —respondió ella.


—¿Qué?


—Necesito tiempo para organizar la boda. Te amo y el nuestro será un matrimonio para toda la vida.


—¿Vas a hacerme esperar, Paula?


—Para algunas cosas, sí, Pedro—sonrió—. Para otras, no.



*****


Un buen rato después yacían en la cama, jadeantes. Ella le delineaba el bíceps con la punta de un dedo, sonriente. Sí, amaba a aquel hombre. Habían tenido un comienzo difícil, pero tenían todo el tiempo por delante.


—¿Sabes? Si podemos superar esto, creo que podremos superarlo todo —dijo ella.


—Estoy de acuerdo.


—Siempre y cuando seamos sinceros el uno con el otro, a partir de ahora.


—En bien de la sinceridad —dijo él—, tengo que decir que te han crecido mucho los senos. Y me gusta.


—Guau. Qué romántico.


—Quizá no, pero sí sincero.


—Gracias.


De repente, Paula evocó aquella noche en que habían comido pizza en el elegante hotel de Cannes. Cuando él le había hablado de los finales felices.


—Ya tienes tu final feliz —susurró.


—Esto todavía no ha terminado.


—No —repuso, acurrucándose contra él—. Por suerte.


—Sí. Tenemos una vida entera por delante. Con altibajos, pero juntos.


—Y esto es mucho mejor que un clásico final feliz.


—Estoy de acuerdo —él suspiró, sonriendo.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario