lunes, 16 de febrero de 2015
UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 18
—Hola, querida.
Pedro entró en su dormitorio, el mismo que compartía con ella, y se detuvo en seco. Porque Paula lucía únicamente un corto camisón de encaje y lo estaba mirando con una expresión que solo podía calificarse de seductora.
—¿A qué debo el placer? —le preguntó mientras se desabrochaba el botón superior de la camisa.
—Se lo he contado. A mi hermana, a mi padre. Lo del bebé.
—¿Y? —se detuvo, tenso. Si le habían hecho daño, si la habían humillado de alguna forma…
—Se mostraron… sorprendentemente tranquilos. Pero creo que también aliviados, porque les expliqué por qué hice lo que hice. Quiero decir, siempre es incómodo decirle a tu padre que te sentiste irremediablemente atraída por un hombre, pero de alguna manera logré hacerlo. El caso es que han dejado de preocuparme.
—¿De veras?
—Sí. Necesito preocuparme de mí. De nosotros. Y del bebé.
—¿Ya no te da miedo lo del bebé?
—Sí, sigo aterrada. Completamente. Pero es como si volviera a ser capaz de respirar. Porque… ¿y si realmente no soy tan mala tal como soy? ¿Y si no tengo por qué ser un clon de mi madre? En ese caso quizá pueda concentrarme en ser una buena madre sin tener que preocuparme de la imagen que proyecto. ¿No te parece que tiene perfecto sentido?
—Por supuesto.
Y se echó a reír, dulce y seductora con su camisón de encaje y la melena rubia echada sobre un hombro. Había algo perfecto en ella. Un aire de libertad que deseaba capturar, retener para siempre.
Pero entonces… entonces dejaría de ser libre. Quedaría atrapada en una jaula diseñada por él, no por Alejo o por su padre. Ese pensamiento lo inquietó.
—¿Sabes? Hasta ahora nunca he sido capaz de ser yo misma. Siempre luchando con esa voz crítica, intentando ser mejor, mientras secretamente me moría de aburrimiento. Ni siquiera tenía sentimientos propios.
—Yo procuro no aferrarme a los sentimientos. Por seguridad —solo que no era cierto. Se aferraba a ellos. La furia, la rabia y el impotente anhelo de afecto que había sentido de muchacho aún seguían allí. Y lo odiaba.
Se hizo un silencio entre ellos. El brillo de los ojos de Paula cambió. Se tornó feroz.
—Lo que viviste de niño fue algo tremendamente injusto. Creo que es maravilloso que sigas queriendo a tu madre.
Pero ojalá alguien te hubiera defendido en aquellas circunstancias. Me apena tanto pensar en ello…
—Tú… ¿me aprecias, Paula?
—Más que eso, Pedro. Precisamente… quería decírtelo, pero pensaba esperar hasta después de… Te quiero.
Pedro se quedó paralizado.
—Dilo de nuevo.
Eran las palabras que se había pasado toda la vida deseando escuchar. Palabras que nadie le había dirigido nunca. Ahora que por fin las oía, no sabía qué sentir. Era algo demasiado profundo. Algo que le hacía desear subirse a un coche y arrojarse con él al mar, o simplemente estrecharla en sus brazos y besarla hasta dejarla sin respiración.
—Te quiero.
—¿Por qué?
No había querido hacerle la pregunta, pero tenía sentido.
Ignoraba por qué aquella mujer tan bella e increíble, que parecía iluminar el mundo cuando sonreía, podía sentir algo por él. No cuando la había manipulado, seducido por venganza.
—Porque me gusta seducirte, y dejar que me seduzcas, y hacer el amor contigo. Y porque no me juzgas, ni me menosprecias. Porque me aceptas tal como soy, y contigo siento que yo también puedo aceptarme a mí misma.
Aquello le hizo decidirse. Se acercó a ella, la estrechó entre sus brazos y la besó hasta que ambos se quedaron sin respiración. Hasta que se llenó los pulmones de ella, de su aliento. Hasta que la sangre le hirvió tanto que sintió que iba a explotar. Se sentía perdido, abrumado por lo que ella acababa de darle y él se sentía incapaz de retornarle a su vez.
Sintió la necesidad de asegurar aquel vínculo. Con votos matrimoniales, con documentos legales. Necesitaba casarse ya. No podía perderla.
—Demuéstrame lo mucho que me amas —le dijo con un gruñido.
—¿Cómo? —inquirió ella.
—Demuéstramelo —insistió, desesperado.
Ella le quitó la camisa y le besó el cuello, el pecho. Se concentró luego en desabrocharle el pantalón. No tardó en tenerlo desnudo, con sus suaves manos acariciando su cuerpo. Pedro solo quería perderse en ella, en su contacto. Eternizar aquel momento.
Creyó volverse loco cuando ella se apartó por un instante.
No pudo hacer otra cosa que observarla. Se estaba quitando el camisón, desnudándose lentamente. Y mirándolo a los ojos. No tardó en volver con él, apretando los senos contra su pecho. Pedro adelantó entonces un muslo entre sus piernas, sintiendo su humedad. Su deseo.
Bajó una mano hasta sus nalgas y empezó a mecerla rítmicamente contra sí. Ella echó la cabeza hacia atrás. Un dulce gemido escapó de sus labios. Él la tomó de la barbilla e inclinó la cabeza para besarla mientras continuaba moviéndose, dándole placer.
Le regalaría aquello. No su amor, pero sí aquello. Y ella lo amaba, de modo que sería suficiente. Le demostraría lo muy bien que podía hacerle llegar a sentirse, lo importante que era el sexo. La llevó hasta la cama.
—Te necesito —le dijo—. No sabes cuánto.
Le alzó las piernas para enredárselas en torno a las caderas y entró en ella. Se apoderó de un pezón con los labios y lo chupó con fuerza, hasta arrancarle un gemido. Hasta que sintió sus músculos internos apretándose en torno a su miembro. Ella se aferró a sus hombros, clavándole las uñas.
No pudo tomarse su tiempo, la necesitaba demasiado.
Necesitaba huir hacia delante, huir del rugido de la sangre en los oídos, hacia una liberación que borrara el dolor que le atenazaba el pecho. Un orgasmo que lo purgara de todo anhelo y de todo dolor. La aferraba de las caderas, tirando con fuerza de ella a la vez que acudía a su encuentro. No podía saciarse. Nunca podría saciarse. Jamás había experimentado algo así. Era como si estuviera reventando por las costuras.
Ella gritó de placer y él se dejó arrastrar por el clímax, apoyando ambas manos en el colchón mientras se vertía estremecido. Le temblaban los músculos. Había sido la experiencia sexual más intensa de su vida. Pero no se había liberado del peso que sentía en el pecho. Del dolor. La confusión. Lo único que sabía de seguro era que Paula era suya.
Se apartó para tumbarse a su lado, jadeando aún.
—Empezaré enseguida con los preparativos de la boda —le dijo.
—¿Qué?
—La boda. Retrasarla no tiene ningún sentido. El embarazo no tardará en notarse —le puso una mano en el vientre. Se vio asaltado por una extraña punzada de orgullo, sobre la que no quiso detenerse demasiado.
—Eres un poco mandón.
—Sí.
—Eres más joven que yo. Se supone que tú deberías ser mi juguetito, pero eres todo lo contrario.
Él se cernió entonces sobre ella, acariciándole los senos con el pecho.
—Te gusta.
—Sí.
—Así que no te quejes. Nos casaremos dentro de dos semanas. Contrataré a una organizadora y tú podrás exponerle todas tus ideas.
—Suena cómodo. Antes daba mucha importancia a las bodas, pero ahora… Es como si la boda en sí no me pareciera tan importante como la vida que llevaremos después.
—¿Y cómo será esa vida? —le preguntó él.
—Una vida juntos.
Sí, era suya. Se relajó. No había nada de qué preocuparse.
Había estado al mando de la situación, desde el principio hasta el final. Sí, las cosas se habían desmandado un par de veces, pero al final había conseguido lo que quería. A ella.
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