domingo, 15 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 17





Pedro no creía haber oído bien. Oír algo ya le resultaba difícil, porque la sangre seguía atronando en sus oídos. 


Paula había aceptado casarse con él. Por alguna razón, y contrariamente a lo esperado, aquello le desgarró el corazón.


—Me alegro de escuchar eso, Paula —la acercó hacia sí, acomodando delicadamente su cuerpo contra el suyo—. Dime, ¿qué te ha hecho cambiar de idea?


—¿Saldrás corriendo si te digo que fue el orgasmo?


Habría podido reírse… si no hubiera sentido aquella opresión en el pecho.


—No.


—Bueno, en realidad, no ha sido eso. Pero en parte sí. Simplemente pensé, y seré perfectamente sincera contigo, que si no me casaba contigo habría otras mujeres. Que podrías tener un hijo con otra. Y yo no quiero eso, Pedro Lo cual me lleva a la única condición que quiero ponerte: si te casas conmigo, me serás fiel.


Su exigencia logró conmoverlo. Porque equivalía a decirle que podía encelarse. Que quería asegurarse de tenerlo solo para ella.


—Por mí, perfecto.


—¿De veras?


—Sí. No quiero que te sientas utilizada. Y no es por tu pasado, sino por el mío. Por el de mi madre.


—La querías mucho, ¿verdad?


—Sí —frunció el ceño.


—¿Pese a la situación en que ella te colocó?


—Era una víctima, Paula. Una víctima triste y patética. Yo fui el único que la quiso, y que la sigue queriendo —las palabras se le atascaron en la garganta, y se despreció por el tono triste que escuchó en su voz. En el fondo, seguía siendo el niño que había anhelado su amor y que nunca lo había conseguido.


—Mi madre… cuando descubrió lo del vídeo… —Paula soltó un suspiro tembloroso— me dijo que había avergonzado a toda la familia y que había arruinado mi vida para siempre.


—Muy propio de ella —Pedro sentía un peso en el estómago. Era extraño, pero en aquel momento podía sentir su dolor. Igual que antes había sentido su placer, cuando estuvieron haciendo el amor.


—Sí. Pero tú… recuerdas los defectos de tu madre y aun así la quieres.


—Así es.


—Yo quiero a la mía, pero a veces tengo la sensación de que yo soy la única que no la recuerda como una mujer perfecta. Es casi como si hubiera conocido a otra persona.


—Son tus recuerdos. Y tienes derecho a sentirte molesta con ella.


—Eres un gran terapeuta, Pedro. Y, en todo caso, el amor lo cura todo. Ahí está lo que sientes tú por tu madre para demostrarlo.


—El amor unilateral no basta —repuso él con voz ronca.


—Tu madre te quiso, Pedro. Estoy segura. Solo que probablemente le costaría demostrártelo, como le sucedía a la mía.


Pero las palabras de su madre volvieron a resonar en sus oídos. Las últimas que le había dirigido:
—«¡Has arruinado mi vida! ¡Si yo te conservé durante todo este tiempo a mi lado fue por él! ¡Porque yo sabía que nos dejaría quedarnos a los dos! Y ahora él quiere que me vaya de aquí. ¡No me queda nada!».
—«A mí, mamá. Me tienes a mí».
—«¡Yo no te quiero, niño estúpido! Nunca te quise. Preferiría morir antes que perderlo a él».


—Sí, estoy seguro de que tienes razón —pronunció en ese momento Pedro, ahuyentando aquellos recuerdos.


Pero no creía una sola palabra de lo que acababa de decir.



*****


Paula se dijo que tenía que llamar a su casa. Habían transcurrido casi dos meses desde la boda abortada, y nadie sabía nada aún ni de su embarazo ni de su compromiso con Pedro.


Alejo la había llamado, lo cual había sido muy incómodo. 


Pero solo había querido hablar de Lucila. La quería, algo de lo que se alegraba Paula. Estaba segura de que su matrimonio sería muy feliz. Se alegraba por ellos, pero en ese momento tenía que resolver su situación con Pedro


Seguía ocultándose en su casa, haciendo ocasionales viajes a Cannes para supervisar la boutique.


La buena noticia era que la boutique estaba teniendo éxito, hasta el punto de que Aldana se había planteado abrir otra. 


Pedro estaba asesorando a Paula para que pudiera invertir en otros negocios, aparte de la tienda. Se estaba convirtiendo en inversora. Se le daba bien, y tenía su fondo fiduciario para empezar. Y, lo más importante, la ayudaba a distraerse de la aplastante realidad.


Porque, en primer lugar, estaba desarrollando sólidos sentimientos hacia Pedro, lo cual resultaba inquietante. Y luego estaba el hecho de que nadie de su familia sabía lo que estaba pasando. Se acercaba otra boda. Justo un par de meses después que la primera. Lo cual le recordó una vez más la llamada de teléfono que tenía que hacer.


Marcó el número de Lucila, suspiró profundamente y se sentó en el sillón.


—Hola, Lucila.


—¡Paula! Hacía tanto que no me llamabas…


—Lo siento, pero es que estaba muy liada, y me imaginé que tú lo estarías también.


—Y que lo digas. Pero ahora ya está todo arreglado. Lo quiero, Paula, y esa es, en parte, la razón por la que no hemos estado tan unidas durante estos últimos años. Porque le he amado siempre. La culpa es mía, no tuya.


—¿Lo amabas?


—Desde siempre.


Una lágrima resbaló por la mejilla de Paula.


—Me alegro de que te hayas casado con él, Lucila. Yo no le amaba. Nunca le amé. Y si hubiera sospechado algo de lo que me dices…


—Pero la cosa funcionó al final. Soy muy feliz con él.


—Oh, me alegro tanto…


—Sí, pero ahora tienes que hablarme de Pedro, porque he estado muy preocupada por ti. Todos hemos estado muy preocupados. Alejo también.


—Sí —Paula sonrió—. Ya me lo imagino.


—Y Pedro… es Pedro Alfonso, ¿verdad?


—Sí.


—¿Lo sabías?


—Al principio no —Paula tragó saliva—. Pero lo sabía cuando renuncié a la boda —tenía que contárselo todo. Y no existía una manera fácil de hacerlo—. Estoy embarazada. Pedro y yo vamos a tener un bebé.


—Oh… oh, Dios mío.


—Creo que me estoy volviendo loca.


—¿Por qué?


—Porque él no… Pedro quiere casarse conmigo por el bebé. Yo acepté porque es el padre de mi hijo y porque en aquel momento me pareció lo adecuado. Pero ahora me siento… aterrada. Por todo. Porque voy a tener un marido que no me ama. Porque voy a tener un bebé cuando ya ni me acuerdo de la última vez que he tenido uno en brazos.


—Entiendo cómo te sientes, Paula… —se interrumpió por un momento—. Si no quieres casarte con él, vuelve a casa.


—Creo que quiero hacerlo. Lo necesito.


—¿Es por el bebé? Si es por eso, no lo hagas, Paula. Todos nosotros te apoyaríamos. Ya lo sabes.


—Lo sé —se miró las manos. Solo que no lo sabía realmente—. Necesito hacerlo por mí. Porque, aunque hay veces en que me pregunto qué es lo que estoy haciendo con Pedro, sé también que sin él no sería feliz.


—Eso es lo peor. Sé bien lo que se siente.


—¿Alejo?


—Ahora todo está bien —dijo Lucila, suspirando—, pero al principio… Tuve que tomar una decisión. ¿Quería estar con Alejo, aun sabiendo que no sería la situación ideal, o quería renunciar a él?


—Y obviamente elegiste quedarte a su lado.


—Sí, y funcionó. Pero no siempre funciona. Puede que a ti no.


—Lo sé.


Se le hacía extraño recibir consejo de su hermana pequeña, pero lo necesitaba. Desesperadamente.


—Sé que lo sabes, pero alguien tenía que recordártelo. Por si se te sube a la cabeza lo maravillosamente bien que debe de hacerte el amor, que supongo fue lo que te atrajo de él en primer lugar.


Paula no pudo reprimir la carcajada casi histérica que le subió por la garganta.


—Sí, hay algo de eso. Pero… hubo algo más. Desde el primer momento, hubo algo más.


No sabía bien lo que era. Y estaba segura de que tampoco quería saberlo. Aunque tenía sus sospechas.


—Lo amas —dijo Lucila con el tono convencido de quien había experimentado lo mismo.


Se le encogió el corazón al mismo tiempo que se le disparaba de gozo. Era algo aterrador y maravilloso a la vez. 


De repente era como si los muros se hubieran derrumbado y no existiera ya ni la vieja ni la nueva Paula. Solo Paula Chaves, la mujer que amaba a Pedro.


—Sí. Lo amo.


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