sábado, 21 de febrero de 2015

PROHIBIDO: CAPITULO 14




Cuando llegaron a la oficina, Paula ya sabía que algo había cambiado entre ellos. Ni siquiera se molestó en intentar volver a la ecuanimidad, no podía, pero tampoco se sentía molesta por haber perdido esa batalla concreta. 


También ayudó que Pedro le diera inmediatamente una lista de cosas que quería que hiciera y pronto se encontraron enfrascados en lo que pasaba en Point Noire. Sobre todo, en las tareas de limpieza y los tripulantes que seguían desaparecidos.


A las seis de la tarde, después de haber hablado por quinta vez con Perla, la esposa de Morgan Lowell, Pedro tiró el bolígrafo en la mesa y se pasó las manos por el mentón.


—¿Le pasa algo?


Sus ojos cansados la miraron con una intensidad que la dejó sin respiración.


—Tengo que salir de aquí.


Él se levantó, fue hasta la puerta y se puso el exclusivo abrigo. Ella tragó saliva.


—¿Quiere que le reserve una mesa en un restaurante, que llame a una amiga para…?


Se calló porque la idea de concertarle una cita le dolía como un cuchillo clavado en el pecho.


—No estoy de humor para oír banalidades ni para que me cuenten quién se acuesta con quién.


Su respuesta la agradó más de lo que debería.


—De acuerdo, entonces, ¿qué puedo hacer?


Le brillaron los ojos antes de que él desviara la mirada y se dirigiera hacia la puerta.


—Nada —se detuvo con la mano en el picaporte—. Voy a quedar con Ariel para tomar algo y tú vas a acabar por hoy. ¿Está claro, Chaves?


Ella asintió con la cabeza y con un vacío en el estómago que hizo que se odiase a sí misma. Quería estar con él, quería ser quien le borrara el cansancio que había visto en sus ojos. Además, durante todo el día, cada vez que la había llamado Chaves había querido que la hubiese llamado Paula porque le encantaba cómo decía su nombre. Se miró los dedos sobre el teclado y no le extrañó que estuviesen temblando. Toda ella temblaba por la profundidad de sus sentimientos y eso la aterraba.


Cerró el ordenador y recogió la tableta, el móvil y el bolso. 


Entonces, sonó el teléfono y lo descolgó creyendo que sería Pedro, ¿quién si no iba a llamarla a esa hora?


—Dígame…


—¿Puedo hablar con Ana Simpson?


Se quedó petrificada y tardó un minuto en recuperar la consciencia.


—Creo que se ha equivocado de número.


La carcajada atroz la sacudió hasta lo más profundo de su ser.


—Los dos sabemos que no me he equivocado de número, ¿verdad, cariño?


Ella no pudo contestar porque el teléfono se le había caído de la mano.


—¡Ana! —insistió la voz con impaciencia.


Paralizada, consiguió recoger el teléfono.


—Ya le he dicho… que aquí no hay nadie que se llame así.


—Si quieres, puedo seguir el juego, Ana. Incluso, puedo llamarte Paula Chaves, pero los dos sabemos que siempre serás Ana para mí, ¿verdad? —se burló Gaston Landers






2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyy, me muero con este final, No veo la hora que lleguen los caps de mañana. Sumamente atrapante esta historia.

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  2. noooooo pobre Pau!!!! yo solo quiero que lleguen los caps donde concreten algo y se demuestren lo que sienten... apurate, Carme (lease desesperada)

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