sábado, 21 de febrero de 2015

PROHIBIDO: CAPITULO 12




Pedro oyó su gemido de deseo y gimió también. Se había empeñado tanto en que ninguna mujer volviera a verlo en el ámbito del trabajo como Gisela lo había retratado en el tribunal y en la prensa que no había querido ver lo sexy, femenina e impresionante que era Paula. En ese momento, dejaba que sus sentidos desatados se deleitaran con la suave curva de su cintura desnuda, con la forma de su trasero y con sus pechos, que se amoldaban perfectamente a sus manos. ¡Y qué boca! Era delicada y sedosa y era un tormento solo imaginársela rodeando su erección. La deseaba tanto que lo trastornaba. La quería debajo de él, desnuda, anhelante y en todas las posturas imaginables…


Ella dejó escapar un grito cuando su lengua entró implacablemente entre sus labios carnosos. Estaba siendo demasiado brusco, pero no podía dominarse. La había probado una vez, pero eso le había llevado a una segunda, a una tercera… Quería más. Estaba entre sus muslos, pero no era suficiente. Le tomó los pechos con las manos y se estremeció cuando le pellizcó los pezones. Le bulló la sangre solo de pensar en lamérselos, succionárselos y mordisquearlos.


Cuando ella, por fin, lo agarró de los hombros y le clavó las uñas en la piel, la oleada de deseo fue tan fuerte que creyó que podía morirse allí mismo. ¿Qué estaba pasando? Nunca había estado tan dominado por la lujuria, ni siquiera cuando era un jovencito. El sexo era fantástico y él era un hombre sano, viril, rico y poderoso que captaba la atención de las mujeres aunque no lo quisiera. Cuando lo quería, no dudaba en disfrutarlo. Sin embargo, nunca había sentido esa necesidad casi disparatada que amenazaba con humillarlo. ¡Y todavía estaban empezando!


Paula abrió más la boca para recibir mejor su despiadada exigencia y, con una mano, le arañó la nuca. El recibió ese leve dolor con un júbilo que lo preocupó seriamente. Nunca había sido un pervertido, pero su erección se endurecía más cada vez que lo arañaba. Estaba tan excitado que no podía ver con claridad. Por eso, tardó un minuto en darse cuenta de que sus dedos en el pelo estaban intentando apartarlo y de que la mano del hombro estaba empujándolo con angustia.


—¡No!


El ímpetu de su beso amortiguó la exclamación, pero acabó calando en sus sentidos devastados por la lujuria. Levantó la cabeza con un gruñido de asombro y se incorporó un poco. Paula lo miró fijamente con la respiración entrecortada y los labios inflamados. Se quedó helado al ver la expresión de sus ojos color turquesa. Aparte del asombro mezclado con excitación, habían vuelto a recuperar el miedo. El desprecio por sí mismo lo asoló como un tornado. La primera vez quizá no hubiese entendido por qué estaba aterrada, pero esa vez sabía que él tenía toda la culpa. Se había abalanzado sobre ella como un bárbaro. Apretó los puños y retrocedió otro paso.


—Yo… Creo que esto ha llegado demasiado lejos —murmuró ella.


Pedro quiso rebatirlo, pero eso sería otra demostración de la locura que se había adueñado de él. ¿Era eso lo que, burlonamente, había dicho que quería comprobar? Ya lo sabía. Volvió a mirarla a la boca y el deseo volvió a invadirlo. 


¡Lo sabía y todavía quería más! Naturalmente, eso era impensable. Paula era mucho más valiosa para él como asistente que como amante. Solo tenía que revisar su agenda para encontrar posibles amantes… Hizo una mueca de disgusto. No era como su padre, que tomaba y dejaba mujeres sin importarle a quién hacía daño.


—Sí, tienes razón.


Se pasó los dedos por el pelo e intentó recuperar el dominio de sí mismo que perdió en cuanto había entrado en el gimnasio.


—Lo achacaremos a la presión de las últimas setenta y dos horas —añadió él.


—¿Siempre lidia así con una crisis?


Él esbozó una sonrisa tensa, se dio media vuelta y se vio reflejado en el espejo. No le extrañó que ella estuviese asustada. Parecía un monstruo con los ojos fuera de las órbitas por el anhelo y una erección evidente. Se quedó de espaldas a ella e intentó contestar sin inmutarse.


—No. Normalmente, vuelo hasta el lago y me monto en una piragua o vengo al gimnasio para remar en la máquina. El ejercicio físico me ayuda a aclarar las cosas.


Desgraciadamente, el ejercicio físico en el que pensaba en ese momento incluía a Paula debajo de él con los muslos separados para recibir sus acometidas.


—Mmm, de acuerdo. Entonces, supongo que me he cruzado en su camino. ¿Quiere… que lo deje?


El tono indicaba que quería que la tranquilizara, pero no podía. Se quedó de espaldas a ella mientras intentaba que su cuerpo se serenara.


—Señor Alfonso…


Apretó los dientes por el formalismo de esas dos palabras y se dio la vuelta.


—No te preocupes. Nada ha cambiado. Tu sabor es muy dulce, pero no perderé la cabeza. Nuestro pequeño experimento ha terminado. El consejo de administración se retoma a las ocho. Te veré a las siete y media en la oficina.


—De acuerdo. Hasta mañana, señor…


—Buenas noches, Chaves —la interrumpió él.


Recogió la camisa y fue a ponérsela, pero descartó la idea. 


Como ya no podía quedarse allí, con el olor de Paula, lo mejor sería que nadara unos largos en la piscina. Seguía mirando la camisa cuando ella pasó a su lado oliendo a azucenas, sexo y sudor. Contra su voluntad, su mirada la siguió. La piel desnuda de su cintura lo embelesó, como el contoneo de su trasero. El fuego que le abrasaba las entrañas amenazó con descontrolarse.


Una vez solo, tardó más de un minuto en darse cuenta de que seguía en medio del gimnasio, con la camisa en la mano y mirando el sitio donde había estado ella. Tuvo que reconocerse que las cosas iban a empeorar mucho antes de que mejoraran, y no solo para la empresa.





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