sábado, 21 de febrero de 2015

PROHIBIDO: CAPITULO 10




La llamada en la puerta hizo que se le parara el corazón. 


Algo que agradeció si tenía en cuenta que llevaba una hora desbocado, desde que perdió el juicio en la sala de reuniones.


Volvieron a llamar con impaciencia. Resopló y recuperó la compostura antes de abrir. Pedro estaba mirando su móvil con el ceño fruncido.


—¿Qué pasa? —preguntó ella sin poder evitarlo.


—No sé qué haría sin usted —contestó él con su voz hipnótica.


Observarlo todo el día ir de un lado a otro con una impotencia creciente y haber deseado poder hacer algo le había dejado muy claro que su ecuanimidad profesional seguía en peligro. En ese momento, parecía como si él se hubiese pasado los dedos por el pelo con rabia y las arrugas a los costados de la boca eran más profundas.


—Quiero decir, ¿necesita algo, señor Alfonso?


La miró de arriba abajo antes de mirarla a la cara otra vez.


—Todavía no se ha cambiado para acostarse. Perfecto. El piloto está preparando el helicóptero para despegar dentro de quince minutos.


—¿Despegar?


Él agarró el móvil con más fuerza cuando entró otro mensaje.


—Vamos al aeropuerto. He convocado una reunión en Londres a primera hora de la mañana.


—¿Volvemos a Londres? ¿Por qué?


—Al parecer, hay más buitres que revolotean sobre nuestro desastre.


Lo miró atónita. La idea de que alguien quisiera desafiar a Pedro Alfonso hacía que dudara de la cordura de su oponente, sobre todo, cuando estaba más nervioso y era más peligroso.


—¿De la prensa o empresariales?


—Empresariales. Creo que los arrogantes de siempre se sienten más audaces ante la caída del precio de las acciones por el accidente.


Ella recogió la bolsa que había dejado a los pies de la cama.


—Pero las acciones han empezado a recuperarse después de la caída inicial. Su declaración y el reconocimiento de la responsabilidad han hecho que se estabilizaran. ¿Por qué iban…?


—La noticia de una oferta de adquisición haría que se derrumbaran otra vez y cuentan con eso —el teléfono volvió a pitar y él gruñó—. Sobre todo, si dos de esas empresas van a anunciar por la mañana que piensan fusionarse.


—¿Qué empresas? —preguntó ella mientras cerraba la bolsa. —Moorecroft Oil y Landers Petroleum. Pedro estaba mirando el móvil y no pudo ver que se había quedado pálida. No podía ser. Tenía que ser una coincidencia que esa empresa se llamara como Gaston, su exnovio. Landers era un nombre muy corriente y, además, la empresa de Gaston, en la que había participado antes de que él hiciera la operación que la condenó, era una empresa de compraventa de gas que había quebrado y que no era tan grande como para quedarse con la Naviera Alfonso.


—Me gustaría salir de… Paula, ¿qué te pasa?


—Nada —contestó ella intentando dominarse—. Debe de ser al calor.


La miró con detenimiento y sus ojos se suavizaron un poco mientras se guardaba el móvil.


—Y la falta de sueño. Siento haberte despertado así. Podrás dormir en el avión.


Él se acercó para tomar la bolsa de ella y sus manos se rozaron. La oleada abrasadora se adueñó de ella, quien se apartó, tragó saliva, lo siguió y cerró la puerta.


—Me repondré. Además, necesitará que averigüe todo lo que pueda sobre esas dos empresas.


Ella también necesitaba saber si Gaston tenía algo que ver con Landers Petroleum. La idea de que hubiese creado otra empresa, que hubiese embaucado a otro pardillo como la había embaucado a ella, hacía que se le revolvieran las entrañas. ¿Podría avisar a Pedrosin llamar la atención sobre ella? No quería que viera a esa mujer tan necesitada de amor que no se había dado cuenta de la trampa que le habían tendido hasta que fue demasiado tarde. Podría perderlo todo. El miedo y la angustia la dominaron mientras salían de hotel y volaban en helicóptero hasta el pequeño aeródromo privado.


Se tambaleó a unos metros del avión y Pedro la agarró con firmeza de la muñeca mientras subían la escalerilla. Tragó saliva al sentir la mano e intentó soltarse, pero él la sujetó hasta que llegaron a la puerta del dormitorio de invitados, enfrente de la suite principal del avión. Él abrió la puerta, dejó la bolsa de ella y la llevó a la zona de asientos.


—Ponte el cinturón. Nos acostaremos en cuanto despeguemos.


—¿Cómo… dice…? —balbució ella sin poder dejar de mirarlo a los ojos.


Él esbozó una sonrisa sombría y cargada de arrogancia masculina mientras se pasaba una mano por el pelo. Se sentó enfrente de ella y dejó el móvil en una mesa que había al lado.


—He elegido mal las palabras, Chaves. Quería decir que es de noche en Londres y que no podemos hacer gran cosa.


—Puedo reunir toda la información que encuentre sobre las empresas y…


—Ya tengo gente ocupándose de eso. Tienes que dormir. Te necesito despierta y…


—¡Tiene que dejar de tratarme como si fuese una flor delicada y dejarme hacer mi trabajo!


—¿Cómo dices? —preguntó él entrecerrando los ojos verdes como el musgo.


Ella se inclinó hacia delante con las manos sobre la mesa. 


Sintió otra punzada de excitación al tenerlo tan cerca que podía acariciar su barba incipiente. Sin embargo, la posibilidad de que Gaston estuviera rondando su vida y que pudiera dejarla al descubierto hizo que se contuviera. Había sacrificado todo lo que tenía para evitar quedar vulnerable. 


Ya no necesitaba amor. Sabía que podía vivir sin amor, pero no podría vivir si Pedro descubría sus errores del pasado.


—Parece que cree que necesito dormir toda la noche en una cama cálida para trabajar bien, pero está equivocado. He tenido que dormir con un ojo abierto para no perder algo más que la ropa. Por favor, no me trate como si fuese una princesa mimada que necesita un sueño reparador.


—¿Cuándo has dormido así? —preguntó él con la voz ronca y sin disimular la curiosidad.


—Da igual —contestó ella recordando los tugurios que olían a droga.


—No da igual —replicó él apoyando los codos en la mesa y mirándola fijamente—. Dímelo.


—Fue hace mucho, señor Alfonso.


Pedro —le ordenó él en un tono que hizo que ella se estremeciera mientras negaba con la cabeza.


—Digamos que mi infancia no fue tan bonita como la de muchos niños, pero lo superé.


—¿Eras huérfana?


—No, pero como si lo hubiese sido.


Su madre drogadicta nunca se ocupó de su hija. El dolor que recordaba la atenazó por dentro y tuvo que parpadear para contener las lágrimas, pero se dio cuenta de que Pedro lo había captado. El avión despegó y se sumergió en el cielo estrellado. Él siguió mirándola.


—¿Quieres hablar de ello? —preguntó él con delicadeza.


—No —contestó ella con el corazón acelerado.


Ya había hablado demasiado y rezó para que él se conformara.


—Aunque te resistas, tienes que dormir —insistió él asintiendo con la cabeza.


Pedro le tendió una mano con una expresión de firmeza y ella, aliviada porque no indagaba más en su pasado, decidió ceder. Se soltó el cinturón, tomó su mano y se levantó.


—Dormiré si usted también duerme.


Él esbozó una sonrisa inesperada y arrebatadora. Notó la oleada ardiente en las entrañas y una punzada de deseo entre las piernas.


—Coincidimos exactamente en lo que quería decir. Pienso dormir. Hasta los seres sobrehumanos como yo necesitamos dormir un poco.


—Es un alivio —ella también sonrió—. Estaba empezando a dejar en evidencia a los pobres mortales.


Él se rio y su rostro se transformó tan maravillosamente que ella se quedó sin respiración. Sin embargo, su cuerpo estuvo a punto de arder en llamas cuando él apoyó una mano en su espalda y la llevó por el pasillo.


—Nadie en su sano juicio diría que eres una pobre mortal, Chaves. Has demostrado que eres una persona especialmente dotada y con una integridad que la mayoría de las personas ambiciosas ha perdido a tu edad.


Ella se dio la vuelta para mirarlo cuando llegaron a la puerta de su cabina y se le alteró el pulso.


—Creo que lo que usted ha hecho desde el accidente demuestra que está dispuesto a llegar más lejos que la mayoría de las personas en las mismas circunstancias. Eso es integridad.


Él la miró a los labios y el cuerpo le abrasó por dentro como si fuese un horno.


—Mmm… ¿Es el inicio de una asociación de admiración mutua?


Él bajó la mirada y los pezones se le endurecieron. Buscó detrás de sí misma y se agarró al picaporte como si fuese una tabla de salvación.


—Solo intento destacar que no soy nadie especial, señor Alfonso. Solo intento hacer mi trabajo.


—Siento discrepar —él volvió a mirarla a los ojos—. Creo que eres muy especial. También es evidente que nadie te lo ha dicho lo suficiente —le tomó la mano que tenía en el picaporte y abrió la puerta—. Cuando todo esto haya terminado, me ocuparé de demostrarte lo especial que eres.


La puerta se abrió y ella estuvo a punto de caerse de espaldas.


—No… No hace falta, de verdad.


Él sonrió con cierta tensión mientras se agarraba al marco de la puerta como si hiciera un esfuerzo para no entrar.


—Dices que no eres especial y, sin embargo, rechazas la posibilidad de una recompensa cuando la mayoría de las personas ya estaría haciendo la lista.


—Trabajo con uno de los hombres con más visión de futuro en una de las mejores empresas del mundo. Eso ya es suficiente recompensa.


—Ten cuidado, podrías hinchar mi vanidad hasta una dimensión inimaginable.


—¿Es algo malo?


Ella no sabía por qué había querido provocarlo, pero se quedó sin aliento cuando sus labios sensuales esbozaron una sonrisa peligrosamente sexy.


—Podría ser letal cuando todo parece desmoronarse a mi alrededor —Pedro miró la cama y su sonrisa tembló levísimamente—. Buenas noches, Paula.


Pedro se apartó bruscamente, dio media vuelta y entró en su cabina. Ella se tambaleó, se dejó caer en la cama y se miró las manos temblorosas. ¡Pedro Alfonso la encontraba atractiva! No era tan ingenua como para no entender el brillo de sus ojos ni iba a perder el tiempo pensando en el motivo.


 Estaba allí, como una bomba de relojería, y tenía que desactivarla antes de que pasara algo impensable. Solo podía esperar que todo volviera al cauce normal cuando volvieran al terreno conocido. Si no, prefería no pensar lo que podría hacer ella.



***


Pedro soltó una ristra de improperios bajo el agua fría de la ducha. Llevaba cuarenta y ocho horas maldiciendo por un motivo o por otro, pero, en ese momento, maldecía a esa erección que parecía no inmutarse por la temperatura gélida. Quería acostarse con Paula Chaves. Quería salir de la ducha, ir a la habitación de al lado, desvestirla y entrar en ella. Apretó los dientes y se agarró la erección. Soltó un gruñido con la primera caricia y las rodillas le flaquearon con la segunda. Bajó la mano con rabia y cerró la ducha. No iba a satisfacerse como un adolescente. Estaba alterado y se planteaba cosas que nunca se habría planteado. El sexo no entraba en su lista de asuntos pendientes. Tenía que centrarse en contrarrestar la amenaza de una adquisición hostil y en resolver la situación en Point Noire.





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