sábado, 21 de febrero de 2015

PROHIBIDO; CAPITULO 11





Tres horas más tarde, Paula miraba por la ventanilla de la cabina. Se había dejado la tableta en uno de los dos maletines que la azafata había llevado a la cabina de Pedro


Como no iba a ir a pedírsela, pensaba con angustia lo que la esperaba en Londres. Estaba segura de que Pedro haría añicos el intento de adquisición. Era un empresario demasiado bueno como para no haberlo previsto y como para no tener la respuesta. Al mismo tiempo, Gaston había demostrado, ante el asombro e incredulidad de ella, que era igual de despiadado y se estremeció por el caos que podía organizarle a Pedro si tenía la ocasión. Notó que el tatuaje le abrasaba y se lo acarició con los dedos. Gaston había conseguido arrebatarle su patrimonio y había estado aterradoramente cerca de destrozarle el alma. No podía descansar hasta que se hubiera asegurado de que no era una amenaza para Pedro y para ella. No obstante, no tenía ningún motivo para buscarla. Ella era la víctima propiciatoria que había llevado al matadero y él había salido indemne. 


Llegó a sentir anhelos de venganza, como era natural cuando había estado encerrada entre rejas y corroída por el miedo y la amargura, pero ese sentimiento se había extinguido. En ese momento, solo quería ser Paula Chaves, la asistente de Pedro Alfonso, el hombre más sexy e inteligente que había conocido, un hombre al que había estado a punto de besar más de una vez… ¡No! se tocó al tatuaje con más fuerza. Nada había cambiado ni podía cambiar.



* * *


El consejo de administración estaba reunido en la sala del piso quince de la Torre Alfonso. Pedro entró a las siete en punto y saludo con la cabeza a los hombres que lo esperaban alrededor de la mesa. Ella lo siguió con el corazón acelerado. No sabía si habían conseguido reunir la información que había pedido antes de subir al avión y él tampoco lo sabía. Solo el informe que los hombres tenían delante decía si Gaston Landers participaba en ese intento de adquisición hostil. Vio una copia en una mesa auxiliar y se dirigió hacia ella.


—No voy a necesitarte en la reunión. Vuelve al despacho y nos veremos cuando haya terminado.


—¿Está seguro? —ella estaba atónita y no podía disimilarlo—. Puedo…


—Ye hemos dejado claro que eres inapreciable para mí. Por favor, no te excedas en tus atribuciones,Chaves, o las alarmas podrían dispararse.


El tono tenso la desconcertó. Era el mismo tono que llevaba empleando desde que salió de su cabina una hora antes de que aterrizaran. Estaba gélido y distante y la tensión sexual que los había rodeado se había esfumado. Sintió alivio al comprobar que las cosas eran normales otra vez, pero no pudo evitar la punzada de decepción y una idea más aterradora todavía. ¿Había averiguado de alguna manera su pasado? Lo miró fijamente, pero no vio nada que indicara que sabía su secreto más profundo y sombrío. Había sido muy meticulosa al desmantelar su pasado, se había gastado hasta el último penique que tenía hacía dos años para no volver de donde había estado. Aun así, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para tragar el nudo de la garganta.


—No sé… Creo que no sé a qué se refiere. Solo intento hacer…


—Tu trabajo. Lo sé, pero, en este momento, tu trabajo no está aquí. Necesito que estés al tanto de la situación en Point Noire. Ocúpate de mantener a raya a la prensa y de que los investigadores nos informen. No quiero que se cometan errores. ¿Puedes hacerlo?


Ella miró el informe confidencial sobre la mesa y el miedo la atenazó por dentro.


—Claro —contestó ella haciendo un esfuerzo para mirarlo a él.


—Perfecto —el suavizó un poco la mirada—. Te veré dentro de unas horas, o antes si hay algo que exija mi atención.


Él se quedó en la habitación y cerró la puerta. Ella intentó dominar la sensación de abandono. No estaba dejándola al margen. Era una situación delicada y había que tratarla con cuidado. No obstante, volvió a su despacho, contiguo al inmenso despacho de Pedro, con la sensación de que había perdido parte de su utilidad. Era absurdo.


Pasó trabajando las horas siguientes, hasta que sonó el teléfono a las dos en punto.


—Llevas cuatro horas sin informarme —dijo Pedro en tono tenso.


—Porque no hay nada nuevo. Ya tiene bastante como para ocuparse de las minucias —replicó ella antes de morderse el labio inferior—. Quiero decir que tiene a la gente indicada para que se ocupe. Déjelos que hagan su trabajo. Al fin y al cabo, para eso les paga.


—He tomado nota. Aun así, infórmame.


Su voz era un poco menos tensa y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no preguntarle si Gaston Landers era uno de lo que querían quedarse con la Naviera Alfonso.


—El remolcador está preparado para retirar el petrolero. El coordinador del equipo de limpieza dice que nuestro biólogo marino está ayudándolo mucho. Hemos acertado con
eso.


—Tú has acertado —le corrigió él en un tono más íntimo que la estremeció.


—Mmm… supongo. La campaña de redes sociales nos ha proporcionado casi un millón de seguidores y la mayoría respalda la actitud de la naviera en la operación de limpieza y salvamento. El bloguero también está haciendo un trabajo fantástico.


—Paula.


—¿Qué?


—Me alegro de que aceptara tu consejo sobre la prensa y las redes sociales. Hemos evitado gran parte de la mala prensa que podríamos haber tenido por el accidente.


—Me importa la empresa —replicó ella con el corazón—. No quería que su reputación se resintiera.


—¿Por qué? ¿Por qué te importa?


—Usted… Usted me dio la oportunidad cuando creía que no tendría ninguna. Podría haber elegido a otra de entre más de cien solicitantes. Me eligió a mí y eso no me lo tomo a la ligera.


—No te quites importancia, Paula. No te elegí al azar. Lo hice porque eres especial y todos los días me demuestras lo valiosa que eres.


A ella le encantaba cómo decía su nombre y sintió una oleada ardiente al darse cuenta.


—Gracias, señor Alfonso.


Pedro —le corrigió él con la voz ronca.


—N… No —consiguió replicar ella.


—Me llamarás Pedro dentro de muy poco.


Ella tembló por la textura áspera de su voz, cerró los ojos e hizo un esfuerzo para respirar


—¿Qué tal va el consejo de administración?


—Se ha identificado a casi todos los protagonistas. Les he lanzado un ultimátum. Pueden hacer caso o volver a atacarme.


Ella pensó que él casi se alegraba de que hubieran desafiado su autoridad. Pedro necesitaba liberar sus pasiones y por eso remaba cuando podía y tenía un gimnasio en todas sus casas. Sería igual de apasionado en la cama… Dejó de pensar en eso inmediatamente.


—¿Sabes algo más? —preguntó él en un tono impaciente otra vez.


—No —contestó ella al saber que se refería a los tripulantes desaparecidos—. Se ha ampliado el radio de la búsqueda. Tengo que hacer algunas llamadas para reorganizar su agenda.


—Si llama la esposa de Lowell, pásamela.


—Lo haré.


Colgó antes de que pudiera preguntarle sobre lo que había averiguado y se puso a trabajar para no pensarlo siquiera. A las seis, se dio cuenta de lo tensa que estaba, recogió la tableta y el móvil y tomó el ascensor para ir a la planta dieciséis, donde estaban las suites. Eran seis, cuatro separadas y dos interconectadas. Pedro usaba la más grande, que estaba unida por unas puertas correderas a la que usaba ella cuando se quedaba. La vista de Londres era impresionante desde allí. Tomó al atajo por el salón de Pedro y aminoró el paso como hacía siempre que lo veía.


 Una de las paredes era de piedra y tenía una chimenea enorme. Enfrente de la chimenea, unos sofás cuadrados rodeaban una alfombra blanca e inmensa que era lo único que cubría el suelo de mármol. Detrás de los sofás, sobre pedestales o colgados de la pared, se veían obras de arte de valor incalculable. Mientras se altura, podía ver la estación donde tomaba el tren para ir a su casa. Su casa, su refugio, el sitio adonde no iba desde hacía muchos días, el sitio donde podría esconderse si Pedro descubría algún día quién era de verdad. Aun así, mientras le quedase aliento, lucharía por lo que había salvado de las cenizas. Gaston no ganaría otra vez.


Una vez en el dormitorio donde, por insistencia de Pedro, tenía un guardarropa por si tenía que viajar con él sin aviso previo, se puso los pantalones de entrenamiento y un top.


Se machacó en la cinta durante media hora y estaba estirando los músculos antes de empezar con las pesas cuando entró Pedro. Se paró al verla. Estaba muy despeinado por haberse pasado las manos muchas veces por el pelo, se había aflojado la corbata y se había soltado varios botones de la camisa. Sus miradas se encontraron en los espejos que cubrían dos lados de la habitación, hasta que la miró de arriba abajo. Se quedó helada y sin respiración. La mano que tenía apoyada en el espejo tembló cuando vio que la mirada de él se velaba por una voracidad idéntica a la sensación que le atravesaba las entrañas a ella.


—No quiero interrumpirte —comentó él mientras sacaba una botella de agua de la nevera.


Se apoyó en las barras que sujetaban las pesas y la miró fijamente mientras bebía. Ella intentó no fijarse en el movimiento sensual de su garganta. Hizo acopio de todo el dominio de sí misma que tenía y levantó un pie por detrás del cuerpo para estirarlo. Nunca había sido tan consciente de lo ceñida que era su ropa de gimnasia ni del sudor que le cubría la piel. El corazón le latía con tanta fuerza en los oídos que creyó haberse imaginado que Pedro tomaba una profunda bocanada de aire mientras ella terminaba los estiramientos. Se hizo el silencio hasta que no pudo soportar su mirada clavada en ella y se planteó si sería prudente acercarse a él, que estaba delante de las pesas que quería usar. Lo descartó y fue hasta la nevera por una botella de agua.


—¿Cómo terminó el consejo de administración? —le preguntó para romper el silencio.


Pedro tiró la botella de agua a la papelera, se quitó la corbata y se la guardó en un bolsillo.


—Estaba seguro de que encontraríamos los puntos débiles. Todo el mundo tiene un esqueleto en el armario, Chaves, cosas que no quieren que se sepan. Lo aprendí al criarme como un Alfonso —contestó él con frialdad, aunque ella captó el dolor en las palabras.


—¿Qué tipo de esqueletos? —insistió ella con el miedo atenazándole las entrañas.


—Los normales. Una contabilidad poco clara y algunas operaciones bastante turbias.


—¿Se…? ¿Se refiere a Landers Petroleum?


—No. Son una insignificancia en comparación con Moorecroft Oil y seguramente se apuntaron al carro con la esperanza de sacar una buena tajada. Por el momento, estoy más interesado en Moorecroft. Son los que empezaron con esto, pero deberían haber limpiado su casa antes de intentar ensuciar la mía. Su consejero delegado, Ricardo Moorecroft, recibirá mañana una llamada de la autoridad reguladora y tendrá que contestar a algunas preguntas espinosas.


Ella se permitió respirar con cierto alivio aunque sabía que todavía era pronto.


—¿Cree que eso acabará con todo?


—Sí si saben lo que les conviene —él se soltó otro botón—. Si no, las cosas se ensuciarán más.


—¿Quiere decir que indagará más? —murmuró ella sin poder dejar de mirar las manos que desvelaban ese torso impresionante—. ¿Qué… está haciendo?


Otra punzada abrasadora le atravesó el abdomen y apretó la botella de agua con tanta fuerza que la rompió y el sonido retumbó en toda la habitación.


—Hago lo mismo que tú.


Él se quitó la camisa, hizo una bola con ella y la tiró a un rincón.


—Pero… Yo…


—¿Mi cuerpo te incomoda, Chaves? —preguntó él con una mano en el cinturón.


—Se ha desvestido… muchas veces delante de mí —consiguió contestar ella.


—No es lo que te he preguntado —insistió él desabrochándose el cinturón.


Los pezones se le endurecieron con una sensación deliciosa, le flaquearon las rodillas y se derritió entre los muslos.


—¿Qué…? ¿Qué importa? Soy invisible, ¿recuerda? Nunca me había visto antes.


Él se acercó hasta quedarse delante de ella.


—Solo porque me he ejercitado a no mirar… a no mostrar ningún interés. Hasta… —él arrugó los labios y se encogió de hombros—. Ya no eres invisible para mí. Te veo muy bien.


Le miró los pechos antes de acariciárselos. Se quedó sin aliento y él le tomó los pezones entre los dedos hasta que ella tuvo que morderse el labio inferior para no gritar.


—Eres como… un vino potente que sabes que va a embriagarte antes de dar el primer sorbo.


El raciocinio intentó abrirse paso entre el marasmo de sensaciones, pero no encontró el camino.


—No puedo saberlo. No… No bebo.


Otra decisión implacable que había tomado después de Gaston. La noche que la policía irrumpió y se la llevó, él la había doblegado con champán y caviar. Había estado tan bebida que no había conservado la coherencia cuando su vida caía en picado al infierno.


—Vaya, qué vida tan virtuosa, Chaves. ¿Tienes algún vicio aparte de las tortitas?


—Ninguno que quiera que se sepa —contestó ella antes de que consiguiera contenerse.


Pedro dejó escapar una risa profunda que le llegó a todas las terminaciones nerviosas.


—Me parece muy intrigante.


La miró a la boca con una caricia ardiente, separó los labios y se acercó más ella. ¡Tenía que moverse! Sus pies obedecieron por fin la orden del cerebro, pero no había dado ni un paso cuando Pedro la agarró de la cintura desnuda y la estrechó contra él. El contacto la abrasó de tal manera que estuvo a punto de caerse. Él le tomó la barbilla con una mano, le levantó la cara y la miró sin compasión. 

Sus ojos tenían un brillo que hizo que un deseo incontenible le revolviera las entrañas y las pocas células de cerebro que todavía le funcionaban le gritaron que se resistiera a esa sensación.


—Voy a besarte, Chaves. No es prudente y, seguramente, sea una temeridad.


—Entonces, no debería…


Ella casi lo suplicó, pero ya estaba derritiéndose entre los muslos.


—Creo que no puedo contenerme.


—Señor Alfonso…


Pedro. Di mi nombre.


Ella negó con la cabeza y él inclinó la suya un poco más.


—Estás haciéndolo otra vez.


—¿El… qué?


—Desobedecerme.


—Ya no estamos en la oficina.


—Motivo de más para que no te andes con formalismos. Di mi nombre, Paula.


La forma de decir su nombre la alteraba por dentro e intentó por todos los medios dominar esa sensación abrumadora.


—No.


La empujó hacia atrás hasta que la tuvo entre la pared del gimnasio y su cuerpo abrasador. Los músculos de su pecho eran una tortura para sus senos, pero fue la erección contra el vientre lo que hizo que dejara de respirar.


—Afortunadamente para ti, la necesidad de paladearte supera la necesidad de obligarte a que me obedezcas —le rozó los labios con una caricia muy fugaz—. Aun así, te lo oiré decir enseguida.


Ella hizo un esfuerzo para replicar a pesar del deseo que la dominaba.


—No cuente con ello. Tengo algunas normas propias y esa es una de ellas.


Él le pasó la punta de la lengua por el labio inferior, muy fugazmente también, y una oleada de deseo la arrasó por dentro.


—¿Cuál es la otra?


—No liarme con el jefe.


—Mmm, estoy de acuerdo con esa.


—Entonces… ¿qué está haciendo? —preguntó ella en tono lastimero.


—Demostrar que esto no es más que una locura transitoria.


—¿No demostraría lo mismo si se marchara? Usted mismo ha dicho que podría ser imprudente.


—O que esto solo es un beso sin importancia. Tendría importancia si no podemos dominar lo que pase después.
¿No tenía importancia? ¿Dolería darse solo un beso? 


Estaban vestidos, bueno, él estaba medio desvestido, pero ella podría echar el freno cuando quisiera, ¿no?


—¿Después? —preguntó ella.


—Sí, cuando volvamos a ser lo de siempre. Tú seguirás siendo la entusiasta que lleva mi vida laboral y yo seré el jefe que te exige demasiado.


—También podríamos parar ahora mismo y fingir que nunca ha pasado.


—Nunca he fingido. Eso se lo dejo a las personas que quieren que el mundo crea que son lo que no son. Detesto a esa gente, Chaves —su boca se acercó un centímetro más y sus manos la agarraron con más fuerza de la cintura—. Por eso no voy a fingir que la idea de besarte, de estar dentro de ti, no me ha corroído durante estos días. También por eso sé que ninguno de los dos va a interpretar mal esto. Sé que tú no finges, que eres exactamente lo que dices que eres. Por eso te valoro tanto.



Entonces, la besó con tanta voracidad que le derritió todos los pensamientos. Afortunadamente, porque si no, no habría podido evitar decirle que no era ni remotamente quien él creía que era.





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