miércoles, 25 de febrero de 2015

¿ME QUIERES? :CAPITULO 3





Hacía una mañana gloriosa en Santina. El sol brillaba con fuerza en el cielo y las aguas turquesas del Mediterráneo resplandecían como diamantes. Paula se abrochó el cinturón de seguridad y trató de calmar su acelerado corazón cuando el avión se dirigió a la pista de despegue.


Pedro era el piloto. No se lo esperaba. Cuando dijo que irían en su avión, dio por hecho que habría una tripulación abordo. Y la había, pero Pedro les había dado el día libre.


–¿No necesitas ayuda? –le había preguntado ella.


–Es un avión pequeño –aseguró Pedro–. Puede volarlo un único piloto. Esta vez me he dejado el 737 en casa.


–Te has tomado muchas molestias para un viaje tan corto.


–Relájate, Paula –sonrió él–. No me dejarían despegar si no tuviera licencia.


Estaban entrando en la pista para despegar y Pedro le dijo algo a la torre de control, le respondieron que adelante y el avión avanzó a toda velocidad por la pista para despegar. 


Paula se mordió el labio para contener la carcajada que quería soltar en aquel momento.


Le encantó todo lo que significaba el despegue. Que el avión se elevara por los aires, que se elevaran en el cielo y el paisaje se fuera haciendo cada vez más pequeño. Podía ver el palacio, los tejados de terracota de la ciudad, el reflejo del sol sobre el vidrio y el metal.


Se acurrucó en el asiento y experimentó una extraña sensación de alivio. Lo estaba dejando todo atrás. Era libre, al menos durante las próximas horas, y sintió de pronto el corazón ligero.


Se giró para mirar a Pedro y vio que la estaba mirando. El estómago le dio un vuelco.


–¿Estás contenta? –le preguntó.


Paula se preguntó cómo lo sabría. No lo había demostrado. 


No se había reído ni sonreído. Lo sabía porque lo había practicado durante muchos años. Era esencial para una reina mostrarse tranquila, ocultar los sentimientos bajo una máscara de fría profesionalidad. Se le daba bien.


Normalmente.


–No estoy ni… ni contenta ni triste –afirmó tartamudeando un poco.


–Mentirosa –le espetó Pedro, aunque con una sonrisa–. Tengo una idea, dulce Paula.


Ella ignoró el modo en que había pronunciado su nombre y el adjetivo que lo acompañaba.


–¿Qué idea?


La ardiente mirada que le dirigió tuvo el poder de derretirla por dentro. Pedro la miraba como si fuera su dueño, y eso le provocó chispas de fuego dentro del cuerpo.


–Volemos a Sicilia. Podemos pasar el día allí, comer pasta, visitar el volcán... –arqueó una ceja y dejó caer la voz una octava antes de decir lo siguiente–, hacer el amor. Regresaremos a Amanti por la noche y lo visitaremos mañana.


Paula sintió que se le ponía roja la cara y el corazón le dio un nuevo vuelco.


–Imposible –dijo.


–¿Por qué? ¿Porque no te caigo bien? No hace falta que te caiga bien para lo que tengo en mente, Paula.


–No me caes ni bien ni mal. Me eres indiferente.


–¿De verdad? Me resulta difícil creerlo.


–No entiendo por qué.


–Porque soy un Alfonso.


Paula se cruzó de brazos y miró por la ventanilla. Debajo de ellos, el mar se agitaba en todas direcciones.


–No puedo culparte por lo que ha hecho tu hermana.


Pedro pareció vacilar durante un instante.


–Lo que haya hecho, no lo ha hecho sola –murmuró.


A Paula le ardió el corazón.


–No, tienes toda la razón. Hacen falta dos.


–Así es. Imagina lo que podríamos hacer nosotros dos en Sicilia –su voz era seductora y estaba cargada de promesas.


–Vamos a Amanti. Ahora mismo –aseguró ella con firmeza.


–¿Estás segura? Yo valgo la pena, te lo aseguro.


–Cielos, eres un engreído –dijo con el corazón latiéndole con fuerza ante la idea de hacer una locura–. No, no y no.


Pero una parte de ella quería decir que sí. Quería ser la mujer que nunca le habían dejado ser. Quería liberarse de los trajes de chaqueta y las perlas y pasar un día entero desnuda con un hombre. Quería saber lo que se sentía al dejar que un hombre como Pedro hiciera lo que quisiera con ella


¿Por qué no? Todo para lo que se había preparado, todo lo que pensó que iba a ser su vida, había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Era una virgen que nunca había besado a un hombre porque se estaba reservando para Ale Santina. Ale, que nunca la había besado como es debido. Le rozaba con los labios la mejilla, en una ocasión la boca. Pero fue un contacto tan ligero y sutil que no sabía lo que era besar de verdad a un hombre.


Pedro quería llevársela a Sicilia y hacerle el amor. Se estremeció de placer. Era una idea absurda y no iba a decir que sí, pero la idea resultaba excitante. Una voz habló a través de los cascos y Paula dio un respingo. No entendió lo que dijo la voz, pero Pedro respondió. Y un instante después estaba sujetando los controles y elevando el avión.


–¿Qué pasa? –dijo con el corazón latiéndole con fuerza, esa vez por una razón diferente.


–Nada –respondió Pedro–. Unas turbulencias inesperadas. Vamos a subir para evitarlas.


–¿Por qué me has dicho que fuéramos a Sicilia? Ya tienes el plan de vuelo hecho. No puedes cambiarlo.


Pedro le dirigió una de aquellas sonrisas que la derretían.


–No somos una línea comercial, nena. Puedo cambiar el plan si quiero. ¿No has oído decir que soy un excéntrico?


–No he oído nada de ti –aseguró ella.


Era una verdad a medias. La noche anterior, cuando regresó a su habitación, hizo una búsqueda en Internet sobre Pedro Alfonso.


–Excelente. Así no tendrás una idea preconcebida de mí.


–Claro que la tengo.


–¿Ah, sí? ¿Y cuál es?


Paula observó su perfil. Pedro Alfonso era guapo y rico y con fama de intenso, tanto en los negocios como en las relaciones personales. También era un mujeriego que había vivido los últimos años en Estados Unidos, saliendo con actrices de Hollywood y modelos. Tuvo una relación con una actriz guapísima veinte años mayor que él. De todas las mujeres con las que se le había relacionado, esa era la única con la que parecía haber tenido algo serio.


No había pistas de por qué había terminado la relación, pero estaba definitivamente terminada. La actriz se había casado hacía poco con otro hombre y había adoptado un niño.


–Creo que no se puede confiar en ti –murmuró Paula.


–Vaya. Qué lástima.


–Pero no lo niegas.


Pedro sacudió la cabeza.


–Eso depende de lo que entiendas por confianza. ¿Te seduciré a pesar de que niegues que te sientes atraída por mí? Probablemente. ¿Te mentiré y te dejaré con el corazón destrozado? Nunca. Porque te diré a la cara que no tengas expectativas más allá del plano físico. Podremos pasar un buen rato, pero no vamos a casarnos.


Paula cruzó las piernas. ¿De verdad había pensado que sería emocionante ir con él a Sicilia?


–¿Por qué das por hecho que todas las mujeres esperan algo más de ti? ¿De verde eres tan fabuloso que nadie puede resistirse a ti? Sinceramente, nunca he conocido a nadie tan arrogante como tú. No todo el mundo cree que eres irresistible, ¿sabes?


–Pero tú sí.


Seguro que tenía la cara roja. De la ira, no de la vergüenza, se dijo.


–Claro que no. Ni siquiera me caes bien.


Pedro se rio.


–Creía que te era completamente indiferente.


–Estoy cambiando rápidamente de opinión.


Pedro le dirigió una mirada que le llegó al corazón. Oscura, sensual e intensa.


–Podríamos divertirnos en Sicilia, ¿No has pensado que tal vez haya llegado el momento de soltarte un poco el pelo, dulce Paula?


Paula apretó los puños sobre el regazo. No la conocía, no sabía lo que estaba diciendo. Solo estaba conjeturando, porque eso era lo que hacían los hombres como él. Hacían que les desearas, que creyeras que te entendían, cuando en realidad lo único que querían era que bajaras las defensas. 


Era un truco muy barato.


Tal vez no tuviera experiencia, pero no era ninguna estúpida.


–¿Es que tú nunca te rindes?


–Sí, pero creo que todavía no hemos llegado a ese punto –afirmó Pedro.


Paula gruñó. Era algo impropio de ella pero no pudo evitarlo.


–¿Por qué me torturas? ¿Por qué no podemos volar a Amanti, ver la costa y regresar a Santina?


Pedro la miró con expresión repentinamente seria.


–¿De verdad quieres volver a Santina? ¿Es ahí donde quieres estar hoy?


Ella se giró y miró por la ventana. El mar se extendía en todas direcciones hasta donde alcanzaba la vista. Resultaba difícil creer que estuvieran en el Mediterráneo. Parecía como si fueran los dos únicos habitantes del mundo. No se veían barcos ni otros aviones, solo el cielo azul, el sol y el agua brillante. Estaba a solas con él y, aunque Pedro la enfurecía, también hacía que se sintiera como nunca antes: atractiva, viva, interesante. Todavía no estaba preparada para renunciar a todo aquello.


–No –murmuró girándose para mirarle con las mandíbulas apretadas–. No, no quiero volver.




4 comentarios:

  1. Wowwwww, qué arrogante este Pedro. Me encantaron los 3 primeros caps.

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  2. Guauuuu ¡ me encanta este arrogante Pedro jajajajjaaj hasta q la va a convencer a Paula !¡

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  3. Me encantaron los capítulos!!Qué esconderá Pedro detrás de su arrogancia. Quiero ver q Paula pierda su tranquilidad!!

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  4. Demasiado arrogante, me pa que se va a comer un garrón con Pau... antes de caer... excelentes caps

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