miércoles, 25 de febrero de 2015

¿ME QUIERES? : CAPITULO 2






Tras una noche inquieta, Paula se levantó a la mañana siguiente, se duchó y se vistió cuidadosamente. Era la embajadora de Turismo de Amanti, no una mujer que tenía una cita. Así que escogió un traje de chaqueta moderno color gris que combinó con una camisa de seda roja, la única concesión al color, collar de perlas y zapatos grises. Se recogió el largo y oscuro cabello en un pulcro moño y se lo sujetó con horquillas. Luego se puso rímel y brillo de labios antes de acercarse al espejo y observar su reflejo de arriba abajo. Tenía un aspecto profesional, competente. Justo lo que buscaba. No le importaba lo más mínimo si Pedro Alfonso la encontraba atractiva o no.


Mentirosa.


Paula frunció el ceño. No es que no fuera atractiva, era profesional. Y pretendía seguir así. Ya que no había podido controlar nada más durante aquellas últimas y caóticas semanas, al menos sí podía controlar su imagen. Y aquella era la imagen que quería transmitir. Serenidad frente a la agitación. Elegancia bajo el fuego. Calma en la tormenta. Se atusó el pelo una última vez y se apartó del espejo. Agarró el bolso y el móvil, comprobó la agenda para asegurarse de que se había encargado de todo y salió de la habitación a las nueve menos veinte.


Su dormitorio estaba dos pisos más arriba del de Pedro Alfonso. Pero primero bajó en ascensor al comedor y se tomó una taza de café y un panecillo antes de subir a la habitación de Pedro. A las nueve menos tres minutos llamó a la puerta.


No pasó nada. Paula frunció el ceño al escuchar movimiento tras la puerta. Consultó el reloj y esperó. A las nueve en punto volvió a llamar.


–¿Señor Alfonso? –dijo acercando la cara a la puerta para no despertar a los demás huéspedes–. ¿Está usted ahí?


Dos minutos más tarde, cuando volvió a llamar con más fuerza porque se estaba empezando a enfadar, la puerta se abrió.


A Paula se le puso el estómago del revés al ver a Pedro Alfonso en toda su gloria de chico malo. Cielos, ¿por qué tenía que ser tan atractivo? No debería sentir por él nada más que desprecio. La familia Alfonso había destruido su vida perfecta, y además Pedro era la clase de hombre con el que una dama no debería relacionarse.


Sin embargo, se le sonrojaron las mejillas al pensar en el comentario que había hecho la noche anterior sobre las travesuras. Porque eso era precisamente lo que parecía, que había pasado la noche en la cama de alguna mujer afortunada, corrompiéndola por completo. Antes de poder contenerse, Paula pensó que quería ser corrompida. 


Completamente. Repetidamente. Sintió deseos de abofetearse. Por supuesto que no quería ser corrompida. Y menos por aquel granuja.


–Hola, nena –dijo Pedro con naturalidad.


Sus sensuales labios se elevaron en aquel gesto suyo arrogante que la mente de Paula había repetido varias veces la noche anterior mientras daba vueltas en la cama. Y sin embargo, antes incluso de que Pedro hablara, ella percibió algo detrás de su actitud de playboy, algo tirante y controlado.


Como si fuera una bestia peligrosa atada con una correa.


–Señor Alfonso –respondió ella con frialdad con la esperanza de que no notara la fuerza con la que le latía el pulso en el cuello–, creo que habíamos quedado a las nueve.


Él se pasó la mano por el oscuro cabello. Los ojos le brillaban con interés. Tenía un poco de barba incipiente, y Paula no había visto nada tan sexy en su vida. Estaba allí en la puerta, con aquel aspecto disoluto y rebelde, vestido con el esmoquin de la noche anterior, la chaqueta abierta y la camisa desabrochada. No llevaba corbata ni gemelos, seguramente los habría guardado en el bolsillo. Y tenía una mancha rosa brillante impresa en el inmaculado blanco de la camisa. Se dio cuenta con una sacudida de que era lápiz de labios. Y no del color que llevaba Graziana Ricci la noche anterior.


Al mirarle se convenció del todo de que no había pasado la noche en su cama. De hecho estaba segura de no había dormido. Trató de no pensar en lo que había estado haciendo… ni con quién.


Mientras ella permanecía despierta pensando en aquel hombre, él se había olvidado de ella, como indicaba claramente que no estuviera listo y que hubiera tardado tanto en abrir la puerta. Lo único que esperaba Paula era no tener las mejillas sonrojadas. ¿Y si hubiera una mujer allí dentro?


–Puedo… puedo volver más tarde si está usted ocupado –balbuceó.


–En absoluto –aseguró él pasándole una mano por el hombro para que entrara en la habitación.


Paula tropezó y se tambaleó en el pequeño recibidor de la suite. Para recuperar el equilibrio le puso las manos sobre el pecho.


–Lo siento, nena –dijo Pedro estrechándola entre sus brazos.


A ella le dio un vuelco al corazón.


–No creo que lo sienta en absoluto –le espetó. Pero se arrepintió al instante. Por muy mal que le cayera Pedro Alfonso, no podía permitirse ser maleducada. Se había pasado la vida aprendiendo el arte de la diplomacia, una cualidad que habría necesitado algún día cuando fuera reina de Santina. Y había fracasado estrepitosamente. No era de extrañar que Ale la hubiera dejado. Aunque ¿cómo era posible que Alicia Alfonso fuera mejor candidata a reina que ella, teniendo en cuenta lo escandalosamente que se había comportado su familia la noche anterior?


Si las apariencias no engañaban, ese Alfonso en particular se había comportado muy pero que muy mal.


Pedro se rio y le deslizó los dedos por la columna vertebral, cubierta por la ropa. Ay, si seguía haciendo aquello…, una oleada de calor le atravesó los muslos y sintió deseos de amoldarse a él como si fuera su segunda piel. Sentía su cuerpo duro contra el de ella. Caliente. Desconcertándola y excitándola a la vez. ¿Cómo era posible que reaccionara así ante un hombre con el poco tiempo que había pasado desde que Ale la dejó?


–Ya que has aterrizado en mis brazos, tal vez no lo sienta –dijo Pedro.


Ningún hombre la había abrazado tan estrechamente, ni siquiera Ale. Había aprendido a bailar con hombres, a conducirse con gracia y elegancia, y había estado entre los brazos de un hombre con anterioridad. Pero no había experimentado un abrazo así, tan sensual y apasionado, aunque exteriormente no pareciera indecoroso.


Excepto por el modo en que la hacía sentirse, como si quisiera sentir piel contra piel, boca contra boca. Como si quisiera arder entre sus brazos y ver qué se sentía.


Y eso resultaba ridículo porque apenas le conocía. Estaba claro que el estrés de las últimas semanas le había afectado al cerebro. Paula se apartó de sus brazos y dio un paso atrás. Se estiró la chaqueta y se tocó el pelo, contenta al comprobar que no se le había escapado ningún mechón del moño.


Pedro sacudió la cabeza mientras la observaba con expresión burlona.


–¿Tienes miedo de lo que puedes llegar a sentir si te dejas llevar, nena?


A Paula se le sonrojaron las mejillas.


–Deje de llamarme «nena» –le pidió con firmeza–. Y deje de
intentar seducirme, señor Alfonso. No va a servirle de nada.


Ella no lo permitiría.


Los ojos de Pedro brillaron con ferocidad. Como si fuera un depredador.


–¿De verdad? ¿No estás enfadada por lo de tu prometido y mi hermana? ¿No te gustaría dejarlo todo atrás con unas cuantas horas de placer?


Paula alzó la barbilla. Ni que le hubiera leído el pensamiento.


–Eso suena bien. Pero primero tendría que encontrar a alguien con quien pasar esas horas.


–Me siento herido –bromeó él.


Pero hubo algo en su expresión que la llevó a dar un paso atrás.


–Lo dudo –replicó Paula con sequedad–. Estoy segura de que pasará a la siguiente mujer de la lista sin ningún problema. Para usted somos intercambiables.


¿Era irritación lo que mostraban los ojos de Pedro Alfonso? ¿Ira? ¿O dolor? Le resultó chocante, pero desapareció tan deprisa que Paula se preguntó si no lo habría imaginado. 


¿Acaso quería que tuviera conciencia, para que así la extraña atracción que sentía hacia él le resultara más soportable?


Seguramente.


En cualquier caso, su arrebato iba en contra de todo lo que le habían enseñado. Últimamente estaba descolocada, estresada y dolida. Tenía que controlarse mejor.


–Olvide lo que he dicho. Ha sido una grosería.


–Y no puedes soportar ser grosera, ¿verdad, Paula?


La voz de Alfonso acarició su nombre exactamente como ella había imaginado la noche anterior mientras permanecía despierta en la cama.


–No me han educado de ese modo –aseguró. Entonces consultó su reloj, porque de pronto sintió que el aire le oprimía y no sabía qué más hacer–. Ya llegamos tarde, señor Alfonso. El barco nos espera en el muelle. Se suponía que tendríamos que haber salido hace cinco minutos.


–Dios no quiera que lleguemos tarde. Pero puedes cancelar lo del barco. La visita será mucho más rápida en mi avión.


Paula parpadeó.


–¿Avión? Amanti está a solo cuarenta kilómetros por mar. El barco nos llevará en menos de una hora y allí podemos alquilar un coche para recorrer la isla.


Pedro tenía una expresión paciente pero decidida.


–Necesito ver la costa. Primero volaremos alrededor de la isla y luego aterrizaremos para recorrerla, ¿de acuerdo?


Paula se llevó la mano a las perlas. Su tacto firme entre los dedos le ofreció consuelo. Pedro estaba tirando por tierra sus planes. Era muy parecido a lo que había pasado últimamente en su vida y eso la ponía nerviosa. Hacía que se sintiera insegura. Y odiaba esa sensación.


–Pero ya lo tengo todo dispuesto –afirmó tratando de recuperar el control–. No es necesario que se moleste, señor Alfonso.


Él le puso ambas manos en los hombros y se inclinó hasta que sus maravillosos ojos estuvieron a la altura de los de ella. A Paula le dio un vuelco al corazón.


–Los planes pueden cambiarse. Y tienes que empezar a llamarme Pedro.


Paula se humedeció el labio inferior.


–Preferiría mantener esto a un nivel profesional, si no le importa.


–Resulta que sí me importa –los ojos de Pedro se oscurecieron.


Paula trató de no sentir cómo su aroma cálido y especiado se apoderaba de sus sentidos. Pero estaba demasiado cerca y olía demasiado bien. Sentía un nudo en el estómago por su proximidad. La confundía. Hacía que deseara cosas que antes se limitaba a aceptar con calma. Esperaba tener intimidad con Ale, por supuesto. Lo que no esperaba era desear aquella intimidad con una sensualidad terrenal que no formaba parte de su naturaleza.


Y no con Ale, sino con aquel hombre. Con Pedro.


–Si me sigues mirando así, no iremos a ninguna parte –murmuró él con voz ronca.


Paula se lo imaginó susurrándole así contra la piel, con el cuerpo entrelazado con el suyo y tragó saliva. Le resultaba muy extraño tener aquellos pensamientos.


Aunque fuera virgen no era ninguna estúpida. Era lo suficientemente moderna como para haber leído algunos libros sobre sexo. Incluso había visto un vídeo. El modo en que aquel hombre colocó la cabeza entre las piernas de la mujer y…


–Paula, para ya –gruñó Pedro.


Ella se estremeció. ¿Qué le estaba pasando para que mordiera al león en su guarida? ¿Se había vuelto loca?


–De verdad, no sé a qué se refiere, señor… Pedro. Tienes la mente muy sucia.


La carcajada que soltó Pedro no era lo que ella esperaba. La soltó de pronto y Paula sintió un escalofrío allí donde la había tocado.


–Creo que será mejor que me cambie si queremos que este tour tenga alguna posibilidad de realizarse.


–Eso estaría bien –afirmó ella con recato.


Se quedó de pie en el vestíbulo sin saber si seguirle o seguir donde estaba. Al final decidió quedarse allí. Podía oírle moviéndose por allí, escuchó una palabrota entre dientes cuando se abrió una puerta y luego volvió a cerrarse. Miró su reflejo en el espejo y volvió a sonrojarse al ver lo acalorada que estaba. Pedro Alfonso sacaba lo peor de ella.


Estaba empezando a preocuparse por la cantidad de tiempo que llevaba allí esperando cuando Pedro reapareció. Sintió una punzada de sorpresa al verle. No sabía qué esperaba encontrarse, pero desde luego no aquel atuendo tan sport.


Llevaba una camisa azul marino de manga larga desabrochada hasta el pecho y una camiseta blanca debajo. 


La mitad de la camisa estaba metida en los vaqueros desteñidos y rotos. La otra mitad colgaba de un modo que daba a entender que a aquel hombre no le importaban las normas.


Pero lo cierto era que estaba guapísimo. Era la personificación de la moda bohemia, mientras que ella se sentía poco atractiva con su traje recatado. Sí, el traje era caro, pero aburrido. Para una persona de una generación mayor que ella. Su estilista había tratado de convencerla para que le acortara el bajo y le ajustara la cintura, pero Paula se negó. En ese instante lo lamentaba.


–¿Lista, cariño? –le preguntó Pedro.


A ella le dio un vuelco al corazón.


–Lo estaré cuando dejes de utilizar esos términos conmigo –le dolieron las mandíbulas de tanto apretarlas.


Pedro sonrió y a ella se le derritió el corazón. Maldito fuera.


–Puedo intentarlo, dulce Paula.


En cierto modo aquello era todavía peor.







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