jueves, 26 de febrero de 2015
¿ME QUIERES? : CAPITULO 4
Pedro no estaba muy seguro de por qué, pero la deseaba.
Seguramente se trataba de la mujer más estirada que había conocido, pero por alguna razón le intrigaba. Como en ese instante, en que estaba allí sentada a su lado tratando de parecer fría. Tal vez ella no lo supiera, pero no se podía ser fría con aquellos ojos grandes y verdes como el jade que mostraban todo el dolor que sentía tanto si ella quería como si no.
Y Paula sufría. Se había dado cuenta la noche anterior, cuando la vio tan sola en el baile y quiso saber quién era. Graziana Ricci se había reído con indiferencia.
–Ah, es Paula Chaves, la novia abandonada.
La novia abandonada. En aquel momento la observó detenidamente, preguntándose qué sentiría al escuchar los brindis dedicados al príncipe Alejandro y a Alicia. Parecía tan fría, tan aburrida, tan perfecta e inalcanzable vestida toda de blanco…, pero entonces se llevó una mano al collar de perlas y Pedro se dio cuenta de que le temblaba. Cuando se giró hacia él, la luz de las lámparas de araña la iluminó en el punto justo y se dio cuenta de que estaba al borde de las lágrimas.
Pero no derramó ni una sola.
Parecía una bella reina de hielo en medio de los invitados, la más elegante y regia de todos, y él quería ver si era capaz de derretir el hielo que le rodeaba el corazón. Él vivía para los retos y Paula Chaves era un desafío. No quería simplemente seducirla, quería hacerla reír, quería ver cómo se le iluminaban los ojos de placer.
Cualquiera que hubiera visto los periódicos, que hubiera leído los horribles titulares y los artículos sabría que estaba sufriendo. Le hizo pensar en otro momento, en otra mujer que también sufría por lo que los periódicos habían dicho de ella. Su madre había guardado los artículos de cuando su aventura con Omar saltó a la prensa. Los encontró entre sus documentos personales cuando tenía dieciocho años.
Para entonces su madre llevaba ocho años muerta. Hasta aquel momento, Pedro pensaba que lo peor que le había pasado a su madre era tener la prueba que demostraba que Omar Alfonso era el padre de Pedro, un hecho que Omar había negado hasta que le llevaron a los tribunales tras la muerte de la madre de Pedro. Pero aquellos artículos le habían dado una nueva visión de lo que había sucedido entre sus padres.
Aunque Omar le había criado desde los diez años, su relación nunca había podido considerarse normal. Omar no sabía ser padre, ni con Pedro ni con sus hermanos. Lo intentaba pero parecía más bien un tío alocado que otra cosa.
Cuando Pedro encontró aquellos artículos, se enfrentó a su padre y su relación se vio deteriorada. Poco después se marchó a Estados Unidos para abrirse camino en el mundo de los negocios. Quería demostrar que no necesitaba a Omar ni el apellido Alfonso para triunfar. Construyó el Grupo Leonidas de la nada y ganó más dinero del que su padre había ganado en su vida, ni siquiera cuando estaba en lo más alto de su carrera de futbolista.
Desde que regresó a Londres hacía poco había tratado de forjar una nueva relación con él. Aunque no era perfecta, habían conseguido por fin dejar atrás el pasado y ser amigos.
En aquel momento Paula consultó su delicado reloj de oro y se giró bruscamente hacia él al darse cuenta de que llevaban mucho tiempo en el aire.
–¿Nos hemos perdido? Porque ya deberíamos haber llegado.
Pedro flexionó los dedos en los mandos del avión.
–No nos hemos perdido, nena. Pensé que estaría bien seguir volando un poco más.
Volar le tranquilizaba, sobre todo cuando quería pensar.
Pero Paula estaba hecha a las estructuras rígidas. Abrió la boca y volvió a cerrarla.
–Pero ¿por qué? –le preguntó finalmente–. Hay mucho que ver en Amanti.
Pedro la miró de reojo. Qué mujer tan estirada. Le entraron ganas de soltarle el pelo y ver lo largo que era. Y desde luego, quería quitarle aquel traje tan aburrido. Gris. ¿Por qué vestía de gris? El rojo de la camisa era el único punto de color en su atuendo. ¿No sabía que debería ir toda de rojo para que sus ojos verdes destacaran todavía más?
Era increíblemente bella y trataba por todos los medios de ocultar aquella belleza. Pedro quería saber por qué.
–¿Y de verdad quieres estar en Amanti hoy? –le preguntó con frialdad.
Ella abrió los ojos de par en par con expresión asustada.Pedro no tuvo que explicarle a qué se refería. Los periódicos no querían soltar la historia del repentino compromiso del príncipe Alejandro, y menos porque había escogido como futura esposa a Alicia, una de los escandalosos Alfonso.
Paula no podía evitar verse en el ojo del huracán. Era la antítesis de la familia Alfonso, y probablemente estaba más preparada para ser reina debido a la ausencia de relaciones escandalosas en su vida.
Lo que significaba también que era el chivo expiatorio perfecto para la prensa, la cual espiaba cada movimiento que se producía en Santina.
Habían disfrutado de cada minuto de su humillación. Cada artículo que hablaba del amor prohibido entre Alejandro y Alicia también hacía referencia a Paula. Ella lo había soportado con callada dignidad, pero Pedro se preguntó cuánto le faltaría para venirse abajo. Después de todo, era humana. No debía resultarle fácil ver a su antiguo prometido nada menos que con Alicia Alfonso.
–No puedo esconderme eternamente –afirmó con gesto regio, ocultando el dolor bajo las pestañas bajadas–. La prensa se divertirá hasta que se cansen de la historia. Si huyo o me oculto del mundo, será mil veces peor –se llevó la mano a las perlas–. No, tengo que aguantarlo hasta que desparezca.
Pedro soltó una palabrota. Quería protegerla y, al mismo tiempo, hacerla reaccionar.
–No pasa nada por estar enfadado, Paula. Ni por querer escapar.
–Yo nunca he dicho que no estuviera enfadada –le espetó ella antes de volver a cerrar los ojos.
Murmuró algo que a Pedro le pareció griego y cuando volvió a posar aquellos ojos verdes en él parecían tan plácidos como las aguas de un lago tranquilo. Era buena. Muy buena.
Pero Pedro pudo ver el fuego que no lograba ocultar en las profundidades de su mirada. Y eso le conmovió más de lo que debería.
–Esas cosas pasan –dijo–. Y ahora debemos ir a Amanti y empezar el tour. Lo último que necesito es que la prensa crea que ahora voy a ser promiscua contigo.
–Tal vez necesites un poco de promiscuidad en tu vida –respondió él–. Divertirte un poco sin que te importe lo que los demás piensen o esperen de ti.
–Eso solo lo dices porque te conviene a ti. Deja de intentar seducirme. No te va a servir de nada.
Paula estaba en lo cierto, e inexplicablemente aquello hizo que Pedro se enfadara, aunque no sabía si con ella o con él mismo. Desde luego la deseaba. Le intrigaba. No parecía importarle quién era él ni lo que tenía que ofrecerle. Y eso le llevó a pensar en algo más, en algo que no se había parado a considerar.
–¿Estabas enamorada de él?
Paula balbuceó algo entre dientes. Por alguna razón, Pedro deseó que la respuesta fuera que no.
–Eso no es asunto tuyo. Apenas nos conocemos –afirmó Paula con el cuerpo tenso y agarrándose al brazo del asiento con sus largos dedos.
Tenía las uñas arregladas y limpias y había una línea más pálida allí donde una vez llevó el anillo de compromiso. Pedro imaginó aquellos dedos elegantes recorriendo su cuerpo y contuvo un gemido.
¿Desde cuándo le interesaban las recatadas maestras de escuela? Paula no era maestra, era demasiado rica para tener un trabajo de verdad, pero le recordaba a una de ellas.
La típica profesora con trajes abotonados hasta el cuello y ropa interior de encaje debajo. Aunque no fuera consciente de ello, exudaba sexualidad contenida. Quien consiguiera que se desmelenara y se dejara llevar por su naturaleza sensual sería un hombre afortunado. Imaginó a Paula en la cama, desnuda sobre unas sábanas rojas y con aquellos labios carnosos abiertos mientras él se inclinaba sobre ella y capturaba su boca con la suya.
De pronto se sintió incómodo y trató de pensar en algo menos sensual. Como en los labios de colágeno de Graziana Ricci pintados de color cereza.
–¿Cómo vamos a conocernos mejor si te escondes tras la formalidad cada vez que te hago una pregunta?
–No tenemos por qué conocernos mejor. Te voy a llevar a Amanti para que decidas si quieres construir un hotel allí o no. Después de eso estoy segura de que no volveremos a vernos. Y ahora, por favor, enfila hacia Amanti para que podamos proceder con la visita.
Pedro la miró. Era muy quisquillosa y completamente fascinante.
–No te gusta que te cambien los planes, ¿verdad? Eres una chica de listas.
Paula giró la cabeza hacia él.
–¿«Una chica de listas»? ¿Te importaría decirme qué significa eso?
–Haces listas. Escribes una larga lista con lo que tienes que hacer y vas tachándola. No hay espacio para la espontaneidad –Pedro hizo el gesto de tachar en el aire–. Despertarse temprano, hecho. Desayunar, hecho.
–No tiene nada de malo ser organizada, señor Alfonso –aseguró ella.
Pedro notó que estaba tratando de mantener las distancias, pero él no iba a permitirlo.
–Si me llamas señor Alfonso una vez más –gruñó–, seguiré volando hasta que lleguemos a Sicilia.
–No te atreverás –aseguró ella cruzando los brazos sobre su impecable traje gris y alzando la barbilla en gesto desafiante.
Estaba claro que Paula Chaves no le conocía muy bien. Por mucho éxito que hubiera logrado, no se había librado de aquella parte de su personalidad que le impulsaba a llevar las situaciones hasta el límite. Sin duda, se debía a sus intentos de encajar en la familia Alfonso cuando era joven y huérfano de madre y no sabía qué lugar ocupaba en sus vidas. Tiraba de la cuerda y se rebelaba, convencido de que su padre le echaría de casa. Pero una vez que Omar aceptó su paternidad, nunca flaqueó.
–Sí me atreveré –replicó Pedro–. No tengo nada que perder.
Paula apretó las mandíbulas y de pronto a Pedro le pareció mal haber dicho aquella frase. Ella tenía todo que perder, o al menos eso pensaba. Un viaje a Sicilia con él sería devastador en el mundo de Paula. Porque ya era el centro de atención y no podía serlo todavía más.Pedro sabía que si se comportara como si no le importara la prensa, la dejarían en seguida en paz. Sabía por experiencia que les gustaban las víctimas, y en aquel momento Paula era la presa perfecta.
–No quiero ir a Sicilia, Pedro. Quiero ir a Amanti.
–Di la verdad, Paula. Tampoco quieres ir a Amanti, pero te has comprometido a hacerlo y por eso quieres ir, sin darle a la prensa nada con lo que puedan especular.
Ella exhaló un suspiro de frustración.
–Sí, esa es la pura verdad. Si pudiera huir a Egipto o a Tombuctú y no tener que seguir soportando esta humillación lo haría. Pero no puedo escapar, Pedro. Tengo que comportarme como siempre y esperar a que pase el escándalo.
Tal vez fuera lo más sincero que le había dicho hasta el momento. Pero él quería más.
–Entonces dime una cosa: si pudieras tener una aventura sin consecuencias, sin que nadie se enterara, ¿lo harías?
Paula guardó silencio durante un largo instante.
–Yo…
Pero lo que fuera a decir se perdió cuando se iluminó una luz en el panel de instrumentos. A Pedro se le formó un nudo en el estómago. Lo había comprobado todo antes de salir de Santina, y todo funcionaba a la perfección. En caso contrario no habría despegado.
Pero algo había cambiado en la última media hora.
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