Paula conducía de regreso a casa cuando vio a Pedro corriendo por el parque. Este le hizo una seña para que parara. Cuando vio el cartel de prácticas que llevaba en la ventanilla trasera, alzó una ceja.
–No solo me he examinado del teórico –explicó Paula, orgullosa–. También he pasado el práctico.
–Era de esperar –dijo Pedro mientras entraba en el coche–. A fin de cuentas, ya llevas tiempo suficiente circulando por las calles.
Paula dejó escapar una risita mientras recorría el último tramo.
Pero la sonrisa se esfumó de sus labios cuando, al salir del coche en el garaje, sus pies se hundieron en un charco de varios centímetros de altura. El agua se estaba escapando de algún grifo.
–Puede que hayamos dejado abierta alguna manguera –dijo Pedro a la vez que desaparecía rápidamente por la puerta lateral del garaje.
Volvió un instante después, pero el agua seguía corriendo.
–Probablemente se haya roto una tubería. Voy a llamar a un fontanero –dijo a la vez que sacaba el móvil del bolsillo.
Paula supuso que aquello iba a costar un dinero que no tenía. Empezó a trasladar las cajas al jardín. Las que se encontraban a ras del suelo debían estar empapadas.
–Deberías trasladarte a la casa mientras esto se seca –dijo Pedro mientras esperaba a que atendieran su llamada.
Paula negó con la cabeza. No pensaba trasladarse a vivir con Pedro. Sus instintos le habían estado diciendo que pasaba demasiado tiempo con él.
–Arriba no habrá humedad, y tampoco creo que esto tarde mucho en secarse –dijo, con la esperanza de que la factura del fontanero no fuera excesiva.
Pedro frunció el ceño al ver que levantaba una pesada caja.
–No hagas eso. Ya lo… –se interrumpió cuando alguien atendió finalmente su llamada.
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