—¿Quieres hacerte cargo de las entrevistas? —le preguntó Julián López a su hermano. Parecía asombrado, y con razón. Pedro sabía que no se había involucrado en la dirección de WildSprings desde hacía meses. Años.
—No de todas, Julian. Solo de ésta última —contestó señalando el nombre de la mujer en la lista de candidatos al puesto de agente de seguridad. Tenía que ser ella. La ironía era perfecta; no sabía qué, pero la belleza de pelo negro de la tienda de regalos se proponía algo. Estaba demasiado tensa mientras recorría esos pasillos. ¿Cuántas mujeres se ponían tensas cuando iban de compras?
La ayudante de Julián se quedó mirando a Pedro como si acabara de salir de una alcantarilla. Técnicamente hablando, Simone era su ayudante, pero solo había trabajado con su hermano, así que Pedro le perdonaba la confusión. No era culpa suya que él hubiese aparecido de la nada después de tanto tiempo y con aspecto de animal salvaje.
Pedro le devolvió la mirada. Simone estuvo a punto de tropezarse en su precipitación por encontrar algo que hacer. Pedro volvió a mirar a Julián.
—¿A qué hora va a venir este tipo? —preguntó señalando el penúltimo nombre de la lista.
—No va a venir. Lo ha dicho esta mañana.
—¿Podemos ir directos a la señorita Chaves?
—No estoy seguro de que haya…
—Está aquí. Citémosla dentro de diez minutos —habría preferido verla inmediatamente para acabar con su juego, pero necesitaba tiempo para arreglarse, o Simone no sería la única que pensara que acababa de salir de las calles.
Julián lo miró con rabia.
—¿Dónde voy a ir yo mientras tú utilizas mi despacho?
—¿Dónde solías ir antes de que tuvieras un despacho? —Pedro se merecía la mirada de odio que Julián le dirigió; no jugaba su carta de hermano mayor muy a menudo, y la de jefe mucho menos. Pero no pensaba ceder en eso.
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