domingo, 5 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 9

 

Te gusta tener las cosas ordenadas


–Reúne las carpetas del caso Simmons, por favor –Pedro vio que Sara, su ayudante, alzaba la mirada de la pantalla del ordenador con sorpresa–. Voy a trabajar fuera del despacho unos días.


Quería asegurarse de que Paula era capaz de sacar el bar adelante.


–¿Fuera del despacho? –preguntó incrédula.


Su actitud irritó a Pedro. Ya sabía que pasaba más horas que nadie en el despacho, además del trabajo gratuito que hacía, o de las clases que daba en la universidad, donde llevaban tiempo pidiéndole que se dedicara a la enseñanza a tiempo completo. Todo ello significaba que ni siquiera tenía tiempo libre los fines de semana, pero hacía años que había decidido dedicarse en cuerpo y alma a su carrera profesional.


Sara reunió los documentos mientras él se aseguraba de que tenía en el ordenador todo lo que necesitaba.


–¿Quieres que vaya contigo? –preguntó ella. 


Pedro intuyó que en aquella oferta había algo más que meros servicios legales.


Él nunca necesitaba una mujer. Otra cosa era que la deseara, en cuyo caso, siempre la conseguía. Jamás establecía nada que se pareciera a una relación. Sus padres le habían demostrado que no existía un «para siempre», nada de lo que se pudiera depender o de lo que fiarse. Por eso él había elegido su trabajo. Y le encantaba.


Negó con la cabeza.


Al final de la tarde, subía las escaleras del bar con una creciente inquietud.


–Si necesito algo te mandaré un correo.


Paula apareció en lo alto antes de que hubiera llegado, y la leve ansiedad que reflejaba su rostro se diluyó en cuanto comprobó que era él.


–¿Está todo bien? –preguntó Pedro, arqueando las cejas.


–Sí. He organizado al personal y estoy empezando la limpieza.


–¿Quieres ayuda?


Paula miró a Pedro con sorpresa. Él aclaró:

–Puedo llamar a uno de los camareros para que te ayude.


–No hace falta.


Pedro dejó su maletín en un extremo de la barra.


–Un buen encargado sabe delegar.


–Una buena encargada da el ejemplo y demuestra ser capaz de hacer cualquier cosa que le pida al personal.


Paula estaba detrás de la barra y Pedro se dijo que parecía encontrarse en su medio. El cabello le llegaba a la cintura en largas ondas de color castaño oscuro salpicadas por algunos mechones más claros. Daba la impresión de haber estado nadando y haberlo dejado secar al sol, sin molestarse en peinarlo ni deshacer los nudos. Y Pedro tuvo la absurda tentación de tomar un mechón y aspirarlo para ver si olía a mar y aire fresco.


Tras la barra, parecía tan relajada como si estuviera en la playa.


Paula tomó un trapo, lo remojó en agua con jabón que tenía en una palangana y empezó a limpiar la barra.


–Así que eres abogado.


Pedro asintió.


–Criminal.


–¿Fiscal o defensor?


Pedro se preguntó si habría tenido una relación estrecha con unos u otros.


–Defensor.


–Así que luchas por los injustamente acusados.


–No. A veces mis clientes son culpables, pero aun así, se merecen una defensa justa.


–Eres un idealista. El Atticus Finch de Wellington –al ver la cara de sorpresa de Pedro, Paula añadió–: ¿Creías que no sabía leer?


–¿Cómo iba a creer eso si has estudiado una carrera? Otra cosa es que sepas aplicar lo que aprendes en los libros.


Paula sonrió con sarcasmo.


–Has de saber que Matar un ruiseñor fue una de mis lecturas favoritas en el colegio.


–Entonces la verdadera idealista eres tú –dijo Pedro. Paula hizo una mueca y él preguntó–: ¿Qué otros libros te gustaron?


–No me acuerdo –dijo ella, encogiéndose de hombros.


Se volvió hacia los estantes de cristal de detrás de la barra y se puso de puntillas para bajar las botellas del más alto. A pesar de que se estiró todo lo que pudo, sólo llegó a rozar la parte de abajo de las botellas.


–Ya te las alcanzo yo –se ofreció Pedro


Y no tardó ni un minuto en hacerlo.



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