domingo, 22 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 34

 

Momentos más tarde, ninguno intentó ocultar el hambre que tenía, y devoraron unas porciones calientes llenas de queso y diversos ingredientes.


—¿Por qué no pones a algunos de tus empleados en las fotos? —sugirió Pau al tiempo que se lamía la salsa de un dedo—. Podrías mencionar sus nombres y puestos que desempeñan, incluso podrías mostrarlos trabajando.


Él dio un bocado grande y lo masticó pensativo mientras Pau contenía el aliento.


—En realidad, es una gran idea —respondió al final—. Y probablemente sea más barato que las modelos con bañador.


Ella se contuvo de darle un puñetazo en el brazo y le sonrió.


—Exacto.


—¿Crees que podrás ocuparte de ello —le preguntó él—. Empieza encargando que un fotógrafo saque algunas pruebas para que les eche un vistazo.


Pau trató de no dar un salto de alegría.


—Me encargaré de ello.


Cuando terminaron de comer, la mejilla de Pedro tenía una mancha de salsa. Sin pensarlo, Pau se inclinó hacia él.


—No te muevas —le sostuvo el mentón con los dedos para poder limpiarlo con una servilleta.


Él obedeció.


Paula no se dio cuenta de que se lamía los labios por la concentración hasta que se percató de que la atención de Pedro se había centrado en su boca. Los ojos se le habían oscurecido y la observaba con intensidad.


En el silencio tenso, él alzó la vista y una súbita percepción penetró en la mente de Pau.


—¿Qué voy a hacer contigo? —musitó él, poniéndose de pie.


Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, Pedro se inclinó para capturar sus manos y levantarlas hasta dejarlas al nivel de su cara. Cuando las colocó contra su torso, manteniéndolas allí, Pau pudo sentir los poderosos músculos bajo la camisa y el potente palpitar de su corazón. Anheló introducir los dedos entre los botones y tocarle la piel.


—Quiero besarte —su voz sonó baja y ronca, sus mejillas se encendieron y los ojos entrecerrados brillaron.


Los latidos de Pau fueron como el batir de un tambor. Alzó las manos y las pasó por debajo del cuello de su camisa, como si quisiera agarrarse a la tela si las piernas llegaban a cederle. La recorrió una oleada de anticipación, haciendo que se sintiera como al borde de un peligroso salto al vacío. Pero dispuesta a saltar a pesar de todo, aunque no tuviera nada que amortiguara la caída.


Él frunció levemente el ceño.


—¿Pau?


¿Acaso esperaba su permiso? «Desde luego», comprendió súbitamente. Era su jefe… no quería aprovecharse de forma injusta.


Sin hablar, se acercó más y le rodeó el cuello con los brazos. Antes de que pudiera instarlo a acercarse, él le enmarcó el rostro con suavidad entre las manos y con el dedo pulgar le acarició el labio inferior.


El último pensamiento coherente de ella mientras Pedro le cubría la boca con la suya fue que él no esperara que se pusiera a corregir los textos para la maquinaria en cuanto terminaran.


Le rozó los labios con gentileza, cálidos y suaves, antes de proseguir. Pau se fundió contra él, tensando los brazos, pegando los pechos contra su torso. Lentamente, su exploración se tornó más urgente, y la calidez se volvió calor al profundizar el beso. Ella le dio la bienvenida al contacto de su lengua, acariciándosela con la propia a medida que el deseo le inundaba los sentidos.


Pedro levantó la cabeza, pero sólo para modificar el ángulo del beso. Ella sintió su erección, imposible de ocultar en ese abrazo tan estrecho. Sus caricias se intensificaron, fueron más insistentes y las respuestas de Pau menos contenidas.


Empujó levemente contra su pecho. Él apretó los brazos y un ligero atisbo de aprensión fluyó por el interior de Pau. Estaban solos y ella lo había animado. ¿Y si no le permitía apartarse? Antes de que la preocupación pudiera transformarse en alarma, él aflojó el abrazo. Con un gemido de renuencia que a Pau le resultó perversamente gratificante, él le dio un último beso casi casto en los labios y luego alzó la cabeza.


—Desde el primer día que te vi supe que podrías hacer lo que quisieras con mi determinación —susurró él—. Te subes a mi cabeza como un licor de alta graduación.


Paula no supo si era un cumplido o no. El calor encendido de su piel y la curva relajada de su boca indicaban un apetito que aún no estaba completamente saciado, pero dejó caer los brazos al costado. Debía de haberse dado cuenta de que la había arrinconado contra su escritorio, porque retrocedió para brindarle más espacio.


Con sus sentimientos revueltos, Paula necesitaba unos momentos para sí sola.


—He de ir a buscar algo a mi mesa —se apresuró a decir.


Él señaló la puerta entreabierta y ella huyó del despacho. Pasó de largo ante la recepción y fue a los aseos femeninos.


Al entrar, su reflejo en el espejo fue como una bofetada. Tenía los labios hinchados, las mejillas acaloradas y varios mechones sueltos le acariciaban el cuello.


Su fachada profesional le había sido implacablemente arrancada, dejando sólo la imagen coqueta que tanto se había esforzado en erradicarlo al menos ocultar. ¿Era eso lo que había provocado a Pedro para besarla? ¿No la valoración de su mente o de las ideas con las que había contribuido a la empresa, o incluso la creciente comprensión del negocio, sino su sonrisa de inconciente provocación?


Se sintió invadida por una sensación de fracaso. Tal vez debería sentirse encantada de que quisiera besarla, pero, ¿qué importancia podía tener que estuviera atraído por ella cuando lo hacía por motivos equivocados?


Respiró hondo y abandonó su santuario para ir a enfrentarse a su jefe.


Si creía que estaba dispuesta a proporcionarle un poco de distracción siempre que deseara él un descanso, no le quedaba otra alternativa que ponerle las cosas claras.




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