Pau se sintió satisfecha de que Pedro le pidiera que lo ayudara con una presentación para una pequeña convención en Billings. Desde el viaje que habían hecho a Spokane, su actitud hacia ella había cambiado. Se dijo que se debía a que empezaba a verla cada vez más como miembro del equipo y menos como una empleada con todo por demostrar. Al menos esperaba que ése fuera el caso.
—Por lo general no suelo asistir a conferencias tan pequeñas —le explicó después de que Pau regresara a su despacho con dos latas de refresco en las manos—. Cuando empezaba, los organizadores de este acontecimiento me brindaron todo su apoyo. Fue allí donde conseguí mi primer pedido.
No la sorprendió que tuviera sentido de la lealtad. Lo sabía por los comentarios que había oído de otros empleados. Les ofrecía seguro médico gratuito y otros beneficios generosos desde el primer día en que entraban a trabajar en su empresa.
—Billings es mucho menos estresante que las grandes exposiciones de Las Vegas y Colorado —continuó él—. De hecho, es más unas mini vacaciones, la oportunidad de trabajar un poco y recuperar viejas amistades.
Mientras bebía su refresco, Pau se alegró de disponer de la oportunidad de observar las expresiones cambiantes en la cara de su jefe. No tenía que mirar a hurtadillas el modo en que su expresiva boca formaba las diferentes palabras o sus ojos se entrecerraban o iluminaban. Podía estudiar su cara abiertamente, tratando de absorber cada palabra en vez de únicamente el sonido de su voz, profunda y rica. Y un poco demasiado perturbadora.
Ese día llevaba unos vaqueros ajustados, unas botas y una camisa vaqueras. Nunca se había sentido especialmente atraída por la indumentaria vaquera, pero la imagen de Pedro con un sombrero Stetson encargándose del ganado a lomos de un caballo se había convertido en su principal fantasía.
Y ni siquiera sabía si montaba a caballo, aunque le sorprendería que no lo hiciera en la parte del país en que se hallaban. Jamás se había encontrado con él en el establo donde de vez en cuando tomaba clases de equitación.
—Entiendo que desees realizar el viaje —aventuró cuando fue obvio que él esperaba una respuesta—. Suena como lo mejor de dos mundos.
—La venta no es mi parte favorita del negocio —confesó—. En el fondo soy un ingeniero, y la mayor parte del tiempo lo paso en mi taller, pero creo que tú terminarás por mostrar un verdadero talento para ello. Conectas con la gente.
¿Le acababa de insinuar que tal vez algún día se ocuparía de dirigir el departamento de ventas?
—Eso me gustaría.
Pau dejó a un lado el refresco y volvió a dedicarse a repasar los epígrafes que él había escrito para acompañar las fotos en un nuevo folleto. Aunque nunca se había considerado un genio, tenía un don para la gramática y la puntuación, dos temas que Pedro afirmaba no dominar.
—Por eso quiero que me acompañes esta vez —dijo sin apartar la vista de la pantalla del ordenador—. Te ayudará conocer a la gente con la que tratas.
—¿En serio? —ella no supo si sentirse complacida o alarmada, pero sabía de leer su agenda que la conferencia duraba dos días, empezando con un banquete el jueves por la noche—. ¿Volaremos otra vez?
Él movió la cabeza con gesto distraído.
—Me gusta conducir. Sólo son dos horas y los caminos siguen en un estado bastante aceptable.
En silencio asimiló la idea de estar confinada con él en un coche con mucho menos espacio que en un jet privado. También dio por hecho que se alojarían en el mismo hotel.
Ya le había advertido de que habría viajes de vez en cuando, pero eso había sido antes de llegar a conocerlo. Antes de darse cuenta de que le gustaban su personalidad más seria, su pelo negro y sus ojos castaño dorados.
Si no se andaba con cuidado, Alfonso podría representar una amenaza para su bienestar mayor que la de cualquier otro hombre.
—¡La tierra a Pau! —el tono jocoso logró penetrar en sus pensamientos—. ¿Puedes quedarte hasta un poco más esta noche, sólo un par de horas, para ayudarme a acabar con esto? Pediré unas pizzas para que no nos muramos de hambre.
—No hay problema —respondió ella, complacida de ver que realmente parecía escuchar cada vez que aventuraba una opinión, a pesar de que aún le quedaba mucho por aprender.
De un cajón sacó un menú gastado de una pizzería local.
—¿Qué te apetece?
—Todo menos anchoas —indicó ella, tratando de mantener la mente en la pregunta y no en el aspecto que tenía con el pelo cayéndole sobre la frente y la sombra de la barba de un día.
—Coincido contigo en eso —afirmó él—. No soy un fan de las anchoas.
Ella necesitó un momento para recordar el tema, y entonces se negó a sucumbir a su sonrisa. Todos los demás se habían ido a casa y en el edificio reinaba el silencio, haciendo que la oficina pareciera más íntima que de costumbre. Hasta la música ambiental estaba apagada.
Llamó para pedir la pizza y volvieron al trabajo mientras esperaban que llegara. Él había estado enseñándole a usar un programa informático para los folletos y los catálogos. Una vez que terminaran con el diseño, Pedro se lo mandaría por correo electrónico al impresor.
—¿Qué sucede? —preguntó él mientras Pau hojeaba las fotos—. Estás ceñuda.
Paula estudió las fotos del «ladeavacas portátil, una versión más pequeña de la unidad básica que iba montada en un tráiler para usarse durante la recogida del ganado.
—Estas fotos no son muy interesantes —comentó, insatisfecha—. Necesitan algo más para captar la atención del comprador y darles más vida.
Él se reclinó en su sillón y juntó las manos detrás de la cabeza.
—Supongo que podríamos contratar unas modelos en biquini, como algunos de los nuevos anuncios de coches.
Ella le dedicó una mirada gélida.
—¿Explícame cómo encajan unas mujeres en bañador con una maquinaria agrícola?
La sonrisa de él irradió humor.
—A los chicos les gustan sus máquinas y las chicas bonitas, en especial si muestran mucha piel bronceada y cuerpos tonificados. ¿Necesitas más conexión que eso?
Ella movió la cabeza, tratando sin mucho éxito de contener una risa entre dientes.
—Olvida que lo he mencionado.
Llamaron a la puerta.
—La pizza —dijo él, irguiéndose—. Bien, podemos comer en mi despacho. ¿Traes algunos platos y vasos de papel mientras yo le pago al repartidor?
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