lunes, 5 de julio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 52

 


Durante más de una hora estuvieron saludando a empresarios, diplomáticos y abogados. Paula estrechó docenas de manos sin prestar demasiada atención, deseando salir de allí lo antes posible. Pero, aunque al principio no le había gustado la exposición, había dos cuadros que le parecían interesantes: un paisaje abstracto de los Andes cubierto de niebla y el retrato de un niño en cuclillas con lo que parecía el sombrero negro de su padre en la cabeza.


Pedro compró los dos.


—No tenías por qué hacerlo.


—¿Por qué no? —Sonrió él, llevándola hacia la salida—. Vamos a cenar, tengo hambre.


Cuando iban a salir de la embajada, Luz se acercó a ellos.


—¿Os vais ya?


—Sí, vamos a cenar.


—¿Por qué no venís con nosotros? —Sugirió la mujer—. Vamos a cenar en un restaurante que acaban de inaugurar.


—No, Luz —contestó Pedro con expresión seria—. Tengo cosas mejores que hacer.


—Eso ha sido un poco grosero, ¿no? —Preguntó Paula cuando estaban subiendo al coche—. Pero, evidentemente, conoces bien a esa mujer. He visto tu expresión cuando mirabas al embajador y no me ha parecido muy edificante.


—¿Edificante? Eres tan británica, Paula —sonrió él—. Pero deja de imaginar que he tenido algo con Luz. Pareces creer que me he acostado con cientos de mujeres y no es verdad. De ser así no habría podido hacer una fortuna. Claro que eso es algo que tú no puedes entender porque has llevado una vida regalada.


—¿Qué tiene eso que ver… ?


—¿Vas a dejar que te explique de qué conozco a Luz?


Paula puso los ojos en blanco.


—Adelante, dime de qué la conoces.


—Conocí a su hermano en Perú. Yo tenía doce años cuando mi madre me llevó allí a vivir con mi abuela. Me enviaron al mejor internado del país y, a los catorce años, conocí al hermano de Luz. Nos hicimos amigos porque los otros chicos se metían con él y yo lo defendía. Pedro era un chico muy tímido y tenía alma de artista, pero no sabía defenderse de los matones. Durante dos años fuimos grandes amigos. Él iba a mi casa en vacaciones o yo a la suya, así que también me hice amigo de Luz. Hasta que su padre descubrió quién era mi familia y les prohibieron terminantemente volver a verme. Además, hizo todo lo que pudo para que me echasen del internado.


—Oh, Pedro


—No te preocupes, a mí no me pasó nada —la interrumpió él—. Pero arruinó la vida de su hijo. Lo envió a otro colegio donde, aparentemente, los chicos también se metían con él y, doce meses después, Mario se suicidó. Yo fui a su funeral y me quedé detrás para que nadie me viera.


A Paula se le encogió el corazón. Era lógico que Pedro hubiera sufrido tanto al descubrir el suicidio de su hermana; su amigo de la infancia había hecho lo mismo.


—Por eso me satisface tanto que ahora tengan que ser complacientes conmigo y no pienso disculparme por ello. En cuanto a Luz, es igual que su padre, una clasista de la peor especie.


—Lo siento mucho, Pedro


Él sacudió la cabeza.


—El día que nos conocimos te dije que perdías el tiempo sintiendo compasión por mí. Eres demasiado ingenua, Paula.


—Puede que lo sea, pero contéstame a una pregunta: ¿por qué no te casaste con Luz para vengarte de su padre y de ella?


—Nunca se me ocurrió —respondió él—. Además, puede que yo tenga un lado vengativo, no lo niego, pero no soy masoquista. Tú eres tan guapa que Luz es un ogro comparada contigo.


Ella lo miró, atónita. ¿Eso era un piropo? No sabía qué pensar… y aprovechándose de su sorpresa, Pedro se inclinó para buscar sus labios.


—¿No íbamos a cenar fuera? —preguntó Paula cuando la limusina se detuvo frente al apartamento.


—Sigo teniendo hambre —contestó él, su acento más pronunciado que de costumbre—. Pero la comida puede esperar —añadió, apretándola contra su torso.


Esa noche le hizo el amor con una ternura y una pasión que llevó lágrimas a los ojos de Paula porque sabía que, aunque para ella no lo fuera, para Pedro sólo era sexo.




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