miércoles, 17 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 25

 


-Paula, sé que Pedro tiene la intención de marcharse inmediatamente después del desayuno mañana por la mañana, por lo que no te entretendré más.


La duquesa y Pau estaban tomando un café después de cenar sentadas en la parte de la galería que quedaba en el exterior del comedor.


Paula se había sentido muy aliviada de saber que Pedro no iba a cenar con ellas dado que tenía un compromiso con unos amigos. Era cierto que se sentía muy cansada por las tensiones del día, por lo que le agradeció a la duquesa su consideración, se levantó y afirmó que, efectivamente, estaba más que dispuesta para marcharse a la cama.


Se había imaginado que, aunque sólo estarían las dos para cenar, la duquesa se vestiría formalmente, por lo que se había puesto su vestido negro, tras dar las gracias por haberlo metido en la maleta. Sabía que le sentaba muy bien.


Aún no era medianoche, lo que sabía que para los españoles no era demasiado tarde, pero mientras se dirigía a su dormitorio no podía dejar de bostezar. Ya en su habitación, notó que alguien le había abierto la cama tras cambiarle las sábanas, que eran de puro algodón egipcio y olían ligeramente a lavanda.


A su madre siempre le habían gustado las sábanas de buena calidad. ¿Había adquirido ese gusto mientras estaba en España?


Suspiró y se quitó el vestido. Al día siguiente, vería la casa de su padre, la casa que él le había dejado en su testamento reconociéndola por fin públicamente. Bajo la segura intimidad de la ducha, dejó que los ojos se le llenaran de lágrimas emocionadas. Habría cambiado gustosamente cien casas por el hecho de poder pasar unas valiosas semanas con su padre y poner conocerlo.


Salió de la ducha y tomó una toalla para secarse. Entonces, se dirigió al dormitorio y se dispuso a ponerse el pijama. Al ver la cama, dudó un instante. Se imaginó la frescura de las sábanas contra la piel desnuda. Un placer tan sensual... Una pequeña e íntima indulgencia...


Sonrió. Se quitó la toalla y se deslizó entre las sábanas, aspirando con avidez al hacerlo. El contacto con su piel era aún más delicioso de lo que había imaginado. Aliviaban sutilmente la tensión del día de su cuerpo. Aquella noche dormiría bien y ese descanso la fortalecería para enfrentarse al día siguiente... y a Pedro.


Completamente agotada, apagó las luces del dormitorio.


En el silencioso jardín, bajo las ventanas del dormitorio de Pau, con tan sólo las estrellas como testigo, Pedro frunció el ceño. En aquellos momentos, en vez de estar allí reviviendo con irritación el comportamiento de Pau y su insistencia por ver la casa de su padre con sus propios ojos, debería haber estado disfrutando de los encantos de la elegante divorciada italiana que, evidentemente, había sido invitada a la cena de sus amigos como acompañante para él. Ella le había dejado muy claro lo mucho que disfrutaba de su compañía, sugiriendo discretamente que concluyeran la velada en su hotel. Tenía el cabello oscuro, era muy atractiva y una gran conversadora. En otro momento, Pedro no habría dudado en aceptar su oferta, pero aquella noche...


¿Aquella noche, qué? ¿Por qué estaba allí, pensando en la irritación que Paula le había causado en vez de en la cama con Mariella? La realidad era que por mucho que hubiera disfrutado de la compañía de sus amigos, por muy buena que hubiera sido la cena, no había podido dejar de pensar en Paula. Por los problemas que ella le estaba causando, por supuesto. No había ninguna otra razón, ¿verdad?


Su cuerpo había empezado a recordarle la ira y el inesperado deseo que ella había despertado en él. Aún podía oler el aroma de su cuerpo, aún recordaba su sabor. Su sabor y su tacto.


Decididamente, suprimió el clamor de sus sentidos. Lo que había experimentado era un lapsus momentáneo, provocado por los recuerdos de la muchacha que había deseado en el pasado. Ya no era así. Era una locura que era mejor ignorar para que no adquiriera una importancia real. No significaba nada. Era su problema y su desgracia, una desgracia que jamás podría revelar a nadie más, que se hubiera dado cuenta de que ansiaba la creencia idealizada de que había un único amor verdadero, una llama que ningún otro amor podía igualar.


En su caso, aquella llama tenía que ser extinguida. Pedro se conocía. Sabía que para él la mujer a la que amara debía ser una en la que pudiera confiar completamente, que fuera leal a su amor en todos los sentidos. Paula jamás podría ser esa mujer. La propia historia de ella ya lo había demostrado.


¿La mujer a la que amara? Sólo porque de joven hubiera sido lo suficientemente ingenuo para mirar a una muchacha de dieciséis años y crear en su interior una imagen privada de esa chica como mujer sólo demostraba que había sido un necio. La inocencia que había creído ver en Paula, la inocencia que había creído proteger conteniendo su propio deseo, había sido tan inexistente como la mujer que su imaginación había creado. Eso era lo que tenía que recordar, no los sentimientos que ella hubiera despertado en él. No había razón para mirar atrás y pensar en lo que podría haber sido. El presente y el futuro eran lo que eran.


Tristemente, Pedro se dio la vuelta y se dirigió al interior de la casa.




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