viernes, 26 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 27

 


Tal y como Paula había sospechado, la cena estaba perfecta. Era sencilla y deliciosa.


Los manteles individuales eran viejos y los platos estaban muy usados, todo lo contrario a la vajilla y los manteles de Julia.


Pedro encendió un par de velas y creó un ambiente acogedor, incluso romántico, aunque Paula prefirió no pensar en eso.


Estuvo a punto de gemir de placer al probar el salmón


—Exquisito.


—Entonces, ¿tenía razón mi abuela? ¿Habría podido llegar a ser cocinero en la televisión?


—Los cocineros de la televisión no llevan delantales de flores.


Él se encogió de hombros.


—Yo tengo mi propio estilo.


Y a ella le gustaba su estilo, lo que era un problema.


No quería que Pedro le gustase.


Y eso le recordó que no estaba allí por placer, sino por trabajo.


—Creo que a los clientes de hoy les ha gustado mucho la casa.


—¿Sí?


—Sí. Eran una familia agradable, antes vivían en Connecticut.


—Umm


—¿Algún problema con Connecticut?


Él masticó un trozo de patata. La tragó.


—No. En absoluto.


—Bien. La empresa que les ha trasladado aquí les paga tres días en un hotel, así que tienen que tomar una decisión pronto.


—¿Cómo de pronto?


—Es negociable, por supuesto, pero creo que podría convencerlos para que comprasen si les digo que la casa está a su disposición para cuando quieran.


—Umm. ¿Y la otra pareja? ¿La que me despertó de la siesta?


—¿Los MacDonald?


—Sí.


—No les gustó eso de que hubiese una presencia negativa en la casa.


Él dejó el cuchillo y el tenedor y la miró fijamente.


—Mi abuela jamás asustaría a nadie. Nunca fue una mujer negativa.


Paula esbozó una sonrisa.


—Se referían a ti.


—La casa no era para ellos.


Paula no estaba de acuerdo, pero no iba a servir de nada discutir.


Esperaba que los Ferguson, Teo y Sue, con sus tres hijos con edades comprendidas de los ocho a los trece años pronto estuviesen instalados en Bellamy. No solo estaba deseando cerrar la venta, sino que también estaba empezando a pensar que, cuanto menos tiempo pasase con Pedro, mejor.


—Espero tener noticias suyas mañana. A lo mejor quieren volver a ver la casa. Espero que no te importe.


—¿Vas a echarme otra vez?


—Créeme, en cuanto se cierre la venta, te dejaré en paz.


—¿Bromeas? Antes tendré que decidir qué hago con todo esto —dijo, mirando a su alrededor.


—Podrías dárselo a alguna organización benéfica. Y guardar las cosas que tengan más valor, ya sea material o sentimental, hasta que decidas con qué quieres quedarte. Yo podría ponerte en contacto con las personas adecuadas.


Él asintió.


—Siento tener que marcharme tan pronto —añadió ella—, pero todavía tengo que trabajar esta noche. Te llamaré si tengo noticias de la agente de los Ferguson.


—Por supuesto.


Pedro se levantó y, utilizando el bastón, la acompañó hasta la puerta.


Ella se giró para despedirse y se lo encontró más cerca de lo que había imaginado.


—Gracias otra vez…


—Con respecto a lo del beso —la interrumpió él.


—¿Qué pasa con el beso? —preguntó ella, entre molesta e intrigada.


—Quería darte algo más de información.


—¿Más información? ¿Sobre el beso?


—No exactamente. Sobre otras cosas —dijo, bajando la mirada al bastón—. Quiero que sepas que la bala dañó el músculo de mi pierna y rozó el hueso. Nada que no pueda curarse. Todo lo demás me funciona a la perfección. Por si tenías alguna duda.


—No la tenía.


—Y con respecto al beso…


—Por favor, ¿quieres olvidarte del beso?


—Algunas cosas son inolvidables.


Ella gimió al oír aquello. Sus miradas se cruzaron. Se le aceleró el corazón, sintió un cosquilleo por toda la piel.


Pedro se acercó, sus bocas estaban muy cerca. Paula separó los labios sin querer.


Él se acercó más.


—Quiero decirte que, como eres tú la que tiene las normas, voy a dejar que seas la que dé el siguiente paso.


Paula se quedó de piedra y él avanzó para abrirle la puerta.


—Buenas noches.



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