viernes, 26 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 28

 


Mientras bajaba al sótano con la cámara colgada del hombro, Pedro pensó que aquella temporada sabática estaba siendo mucho más interesante de lo que había imaginado. El olor de aquella parte de la casa le era tan familiar como el perfume de marca de una mujer. Olía a polvo, a cemento viejo y a años de recuerdos. Allí abajo había construido su primer avión a escala, encima del suelo cubierto de papeles de periódico para no mancharlo con gotas de pegamento con las que al final se había manchado él. Todavía estaba el viejo sofá en un rincón, en él se había acurrucado los sábados por la tarde a leer tebeos y, más tarde, había llevado a una chica o dos para besarlas. Y, entremedias, su abuela le había dado permiso para convertir un viejo baño en un cuarto oscuro.


Desde que su casa se había convertido en la exposición de una decoradora, había empezado a bajar allí y a utilizar el viejo escritorio que había en otro rincón. Encendió el ordenador y descargó las fotografías que había hecho ese día.


Empezó a comparar las instantáneas tomadas en su ciudad con las que había hecho en lugares mucho más lejanos.


Había leído en alguna parte que las distintas características raciales se habían desarrollado hacía unos diez mil años. Y él había empezado a darse cuenta de lo que demostraba el ADN, que entre unas razas y otras había más similitudes que diferencias.


Estuvo trabajando en aquello durante un par de semanas. Eso daba sentido a sus días. Nunca había tenido tiempo para dedicarse a un proyecto así en toda su carrera. Tenía la oportunidad de contar una historia que no se hiciese vieja en un par de semanas, una historia intemporal.


Llamó a un par de amigos de siempre y le resultó extraño verlos tan asentados, algunos con familia.


—Tú sigues libre y sin ataduras, ¿eh? —le preguntó Miguel Lazenby un sábado que fue a su casa.


Su mujer se había ido a hacer la compra y él iba y venía por el salón con un niño que parecía inquieto apoyado en el hombro. Llevaba el jersey manchado, pero no parecía importarle. Había sido mujeriego y alborotador en su juventud, pero en esos momentos parecía muy contento con su situación.


—Sí.


Él no quería esa vida, pero le alegraba ver feliz a Miguel.


También vio a Paula un par de veces, cuando pasaba por la casa para asegurarse de que todo estaba perfecto antes de llevar a algún cliente. Pedro se aseguraba de estar siempre allí para que ella lo echase. Cada vez que se veían sentía ese chispazo entre ambos.


Su pierna estaba mejor. Estaba descansado, bien alimentado y había conocido a la agente inmobiliaria más sexy del mundo. Y se preguntaba cuándo ocurriría por fin algo entre ambos.


A Paula le había molestado mucho que él le contase a los Ferguson, con toda sinceridad, que había mapaches en el jardín. Había habido uno que incluso trepaba hasta su ventana cuando le dejaba comida allí. Tenía que admitir que había oído decir a la niña que le daban miedo los mapaches, pero estaba seguro de que, si habían elegido otra casa, había sido también por otros motivos. No le había decepcionado no cerrar la venta, en caso contrario se habría quedado sin casa y sin trabajo.


Paula había encontrado otra casa para los Ferguson, así que había superado aquello, pero Pedro sabía que debía tener cuidado si no quería que su agente inmobiliaria se despidiera.


Era jueves y estaba lloviendo y, una vez más, lo echaron de su casa.


—¿Adónde vas con la cámara, con lo que está lloviendo?


—Tengo una cita con un trol —respondió él.


Paula arqueó las cejas, pero tenía que saber que se refería al trol de Fremont, la escultura que había bajo el puente Aurora, que iba a fotografiar.


Pedro no estaba seguro de lo que iba a hacer, pero tenía confianza en su creatividad y en su suerte.


Si no, iría a tomarse un café a Beananza y leería el periódico.


—Diviértete con tu trol.


—Preferiría divertirme contigo. ¿Has pensado en el tema del beso?


La puerta se cerró de un golpe a sus espaldas y Pedro se echó a reír.


Tuvo suerte. Había varios turistas que habían ido a ver al trol y les hizo unas fotos con sus cámaras y después pidió permiso para hacerlas con la de él.


Les dijo que tal vez las publicase algún día, probablemente en su página web. Si es que en algún momento creaba una.


Después, llegó un grupo de la organización Adopta a un Trol a limpiar la zona. Hizo más fotos. Y después por fin pudo inmortalizar al bicho solo, debajo del cavernoso puente.


Todavía le daba tiempo a tomarse un café antes de volver a casa.




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