martes, 23 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 19

 


El teléfono de casa de Julia estaba sonando cuando abrió la puerta.


Gaston solía llamarla siempre a aquella hora y corrió emocionada a responder.


—¿Dígame?


—Hola, cariño.


—Hola, Gastón. ¿Qué tal tu reunión?


—Muy larga —respondió él—. Te echo de menos. Echo de menos Seattle. ¿Qué tal por allí?


—Hoy ha llovido. El resto, sin novedad. He ido a recoger la decoración de una casa que se ha vendido, sin duda gracias a mi excelente trabajo.


—¿Sigue la estatua de Lenin vigilando Fremont?


Ella sonrió.


—Por supuesto. Ah, he estado pensando en lo que me voy a poner para nuestra cita de la semana que viene. Estoy deseando conocerte en persona.


—Yo también, cariño. Nunca me había sentido tan unido a una mujer.


—Lo sé. Yo siento lo mismo, es tan raro. Ni siquiera nos hemos visto. Me he fijado en que has quitado tu perfil de LoveMatch.


—Ya no me interesa conocer a nadie más.


La sensación al oír aquello fue increíble, sobre todo, después de tantos años sin tener éxito con los hombres.


—A mí me pasa lo mismo.


Nunca pasaban mucho tiempo hablando, pero cuando colgaba el teléfono, Julia se sentía la mujer más afortunada del mundo.


Tenía peluquería el martes y, además, había reservado hora para que le hiciesen la manicura, la pedicura y una limpieza facial.


Cuando se imaginaba a aquel hombre tan guapo y sexy viéndola por primera vez no le costaba ningún trabajo comer sano. Cenó una ensalada y un insípido filete de pescado al horno porque todavía le daba tiempo a perder algo de peso si seguía controlándose.


Estaba intentando seguir un DVD de Pilates cuando oyó un pitido procedente de su ordenador que la alertaba de la entrada de un mensaje nuevo.


Se levantó y descubrió que era un mensaje de Gastón.


Hola cariño:

Tengo un problema y no sé a quién más acudir. Mi ex mujer ha agotado el crédito de todas mis tarjetas y he tenido que anularlas. Han cancelado mi vuelo y necesito comprar otro billete para poder volver a casa a tiempo para nuestra cita. Siento tener que pedírtelo a ti, pero ¿podrías enviarme dinero para el billete? Cuesta 1.200 dólares. Te lo devolveré cuando nos veamos.

Te quiere, Gaston.


Julia volvió a leer el mensaje y se sintió mal. «No saques conclusiones precipitadas», se reprendió. Tal vez fuese sincero. Cualquiera podía quedarse en un país extranjero sin tarjetas de crédito, aunque era extraño que su empresa no le adelantase el dinero para el billete de avión. De fondo, la profesora del vídeo de Pilates animaba a sus alumnos a apretar los glúteos al levantar la espalda de la esterilla. Y a aguantar.


Julia se sentó delante del ordenador mordisqueándose el labio inferior para volver a leer el mensaje. Luego, empezó a escribir


Querido Gregory:

Tengo que admitir que me ha sorprendido tu mensaje. Todo el mundo sabe que no hay que mandar dinero a extraños que hayas conocido a través de Internet. Tal vez fuese diferente si te hubiese conocido en persona. No sé cómo podría mandarte el dinero.


En un minuto había llegado la respuesta.

Hola, cariño:

Por favor, confía en mí. Quiero que estemos juntos. 


Y después le explicaba detalladamente cómo debía enviarle el dinero a través de Western Union.


Eso hizo que Julia se diese cuenta de que la quería engañar.




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