martes, 23 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 18

 


A la mañana siguiente, Paula recibió una llamada de Diana, que le dijo que tenía unos clientes que podían estar interesados en Bellamy.


Paula quedó con Pedro y fue a la casa media hora antes de que llegase Diana con sus clientes.


Comprobó aliviada que la planta baja de la casa estaba en orden y luego subió corriendo a la primera planta.


Entró en la habitación principal y se dio cuenta de que Pedro había metido los cojines de diseño debajo de la cama.


Los estaba ahuecando para ponerlos en su sitio cuando una voz le preguntó a sus espaldas:

—¿Vas a poner unos caramelos en la almohada y a abrir la cama también?


Ella se giró con brusquedad.


Pedro, ¿qué estás haciendo aquí?


Y entonces abrió mucho los ojos al ver que acababa de salir del cuarto de baño y solo iba cubierto con una toalla alrededor de la cadera. Tenía el pelo mojado, el vello del pecho húmedo y una gota de agua descendía por su hombro de manera fascinante.


Olía a jabón y a pasta de dientes y Paula supo que iba a soñar muchas noches con aquella imagen.


—Tienes que marcharte. Va a venir otra agente dentro de veinte minutos.


—¿Una tal Diana?


—Sí.


—Me ha llamado. Sus clientes no podían venir hoy.


—¿Qué te ha llamado? Tendría que haberme llamado a mí.


Pedro se encogió de hombros.


—Me ha dicho que no conseguía localizarte. Hemos estado charlando. Sabe mucho de este barrio. Me ha dicho que le gustaría contarme la historia de esta casa.


—¿No me digas?


—También me ha mencionado que tú eres bastante nueva en el negocio, y se ha ofrecido por si necesito el consejo de alguien con más experiencia.


A Paula empezó a arderle la sangre, pero se dijo que tenía que mantener la compostura.


—¿Y qué le has contestado tú?


—Que debería estar vendiendo coches de segunda mano en la carretera.


Paula se echó a reír, sorprendida, no pudo evitarlo.


—Me habría gustado verle la cara —comentó, intentando no fijarse en lo atractivo que estaba Pedro recién salido de la ducha.


—No me ha gustado su táctica.


—Me alegro.


Pedro dio un paso al frente y dejó una marca de humedad en la moqueta.


Paula intentó concentrarse en los largos dedos de sus pies para no pensar que estaba casi desnudo y que había una enorme cama vacía detrás de ella.


—Si te dejo por otro agente, no será tan ladino.


Paula lo miró a los ojos. Su mirada era íntima, cálida.


—¿Me vas a dejar? —le preguntó ella con voz ronca.


—No lo he hecho. Todavía.


Ella no pudo evitar imaginarse con él en aquella cama y tuvo que cerrar los puños. Intentó pensar en algo que la enfriase.


—¿Por qué eres tan negativo acerca de la cita de Julia? —preguntó.


Fue lo primero que se le ocurrió.


—No soy negativo —respondió él—. Le dije que se pusiera un vestido, ¿no?


—Hablaste en tono sarcástico.


—Me cuesta creer que uno pueda enamorarse por Internet. El tipo parece un cretino.


—¿Por qué? ¿Porque le ha preguntado qué restaurante le gusta? ¿Porque no se la ha llevado directamente de los pelos a la cueva ?


Él tomó su reloj de la mesilla y Paula no pudo evitar preguntarse si se resistiría si Pedro intentase llevársela a su cueva.


—No. Porque le ha dicho que está poniendo a punto el Mercedes.


—Está intentando impresionarla.


—Pues a mí me parece sospechoso.


—No estamos en una zona de guerra en la que cualquiera podría ser un espía o un enemigo. Estás en casa. Deberías relajarte un poco.


—Tal vez —admitió Pedro.


—Y tal vez se hayan enamorado por Internet, como antes se enamoraba uno por carta.


Él la miró fijamente.


—Uno no se siente atraído por unas palabras del ordenador. La atracción sexual es salvaje, inmediata. Ocurre cuando un hombre y una mujer pueden ver el uno dentro del otro. Está en el contorno de la cara, en la expresión del rostro, en la caída del pelo.


Alargó la mano y tocó un mechón de pelo de Paula. Al hacerlo, le rozó el hombro con la mano.


Ella intentó hablar, pero no pudo. Estaban tan cerca que podía ver los pequeños puntos que había en sus ojos, las pecas de sus hombros.


—Está en el tacto de la piel —le dijo, pasando los dedos por la línea de su mandíbula—. En el sonido de la voz, en el olor. En el sabor.


Y entonces avanzó un poco más y la besó.


Aunque Paula se había dado cuenta de que iba a besarla, no había imaginado que sentiría tanto placer. Primero fue un beso suave, juguetón, que pronto se convirtió en un beso hambriento y apasionado. Pedro la agarró por la nuca para sujetarla mejor. Ella gimió y apoyó las manos en su pecho. Nunca la habían besado así. Jamás se había imaginado algo semejante.


La besó despacio, tomándose su tiempo, sin intentar desnudarla ni llevarla a la cama. Siguió besándola como si su vida dependiese de aquel momento.


Tener una aventura con Pedro no estaba en sus planes a corto plazo, pero Paula se dio cuenta de que acababa de trastocar su agenda.

Él se apartó lentamente y sonrió:

—Esto no se consigue en Internet.


Paula habría contestado a aquello si no se hubiese quedado sin palabras.


Pedro se dio la vuelta para vestirse y ella salió de la habitación y dijo en voz baja:

—Ni en Internet ni en ninguna parte.




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