Cuando su amiga se marchó, ya solo le quedaban veinte minutos para convencer a aquel hombre de que continuase escuchándola. Abrió la boca para volver a hablar de negocios, pero él se le adelantó.
—¿Tu amiga todavía no conoce a ese tipo?
—¿Qué tipo?
—Con el que va a salir.
—No. Todavía no. ¿Por qué?
—Pues dile que seguro que es un estafador.
—¿Qué?
—Nigeria es la capital mundial de las estafas. Y lo de que es ingeniero me suena raro.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Han hablado por teléfono. Seguro que no tiene de qué preocuparse.
—Tal vez. Cuando uno lleva mucho tiempo en mi trabajo, adquiere un cierto instinto. Solo dile a tu amiga que, le diga lo que le diga ese tipo, no le envíe dinero.
—De acuerdo. Lo haré —respondió ella, mirándose el reloj—. ¿Podemos hablar de lo nuestro?
Él la miró de manera muy sexy.
—¿De lo nuestro?
Cuando sus miradas se cruzaron, Paula pensó que su amiga tenía razón.
Llevaba demasiado tiempo sin sexo si se sentía atraída por un tarambana mugriento. Se cruzó de piernas.
—Ya sabes a qué me refiero. A la casa.
Él se apoyó en el respaldo de la silla y saboreó otro sorbo de café.
—De acuerdo. Esta es mi propuesta. Puedes seguir intentando vender la casa. Yo seguiré viviendo en ella, pero no quiero que venga a verla cualquiera. Y me tendrás que avisar con anterioridad. A ver cómo va la cosa.
Paula se sintió tan aliviada que asintió.
—De acuerdo, pero yo también tengo una condición —le advirtió, mirándolo fijamente—. Que no vuelvas a decir que tu abuela murió en esa cama. Estoy segura de que la señora Neeson te enseñó que, si no eres capaz de decir algo agradable, mejor no digas nada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario