Paula se dio a sí misma una charla mientras preparaba el café.
«Muéstrate segura de ti misma», se recordó mientras lo molía. «Sé positiva».
Por suerte, había comprado café e incluso leche fresca el día anterior.
Oyó un ruido a sus espaldas y vio a Pedro Alfonso en la cocina. Era más alto de lo que había imaginado y, recto, más imponente y mucho más sexy.
—Siéntese —le dijo ella, señalando las sillas de roble que, junto a la mesa, tanto Julia como ella habían decidido conservar.
—Gracias —respondió él.
Dudó un instante y luego empezó a moverse despacio.
Ella volvió a girarse y terminó de preparar el café, para no quedarse mirándolo.
—¿Lo quiere con leche y azúcar?
—No. Solo.
Paula llevó los cafés a la mesa y se sentó enfrente de él. Según su agenda electrónica, disponía de treinta y cinco minutos antes de tener que volver a su despacho. Y estaba decidida a hacer buen uso de ellos.
Él le dio un trago al café, lo saboreó.
—Cuando uno vive como yo, no siempre tiene café o una buena comida. Incluso el agua limpia es un lujo —dijo antes de volver a beber—. Me pegaron un tiro. Por eso cojeo. No es grave, pero tengo que descansar unas semanas.
—¿Un tiro? Pensé que era fotógrafo —respondió ella.
—Soy reportero gráfico. Trabajo para World Week.
World Week era una de las revistas más importantes del país y trataba temas internacionales, de economía, política y arte.
—Vaya. Eso debe de ser fascinante.
—Lo es, pero mi trabajo me exige cubrir zonas en guerra, hambrunas, catástrofes naturales y provocadas por el hombre. Como puede imaginar, en esos sitios no encuentra uno un Starbucks en cualquier esquina.
Paula bebió también café y, por una vez, disfrutó de su sabor. Pero solo le quedaban treinta y cuatro minutos, así que no podía entretenerse más. Tenía que trabajar.
—¿Está casado y con hijos?
La pregunta le sorprendió. Estuvo a punto de atragantarse con el café.
—No.
—¿Y tiene pensado vivir en esta casa? —continuó ella en tono inocente.
Pedro frunció el ceño.
—No creo que una casa tan grande encaje con su estilo de vida — continuó Paula—. Supongo que viajará bastante.
—Mire, lo cierto es que…
Una voz femenina lo interrumpió. Procedía de la puerta de entrada de la casa.
—¿Puedo pasar?
Era Julia.
—Por supuesto. En la cocina —respondió Paula.
—Así que no hay moros en la costa —dijo su amiga mientras entraba en la cocina—. Ah.
Pedro hizo una mueca.
—Julia, este es Pedro Alfonso.
—Hola, Pedro —respondió Julia mirando a Paula—. ¿Estás interesado en comprar Bellamy?
—Podría estarlo, si no fuese ya mía.
Paula le contó a su amiga cuál era la situación y Julia se sirvió una taza de café y se sentó.
—Ha sido una suerte que estuvieras aquí para ver a Paula en acción. Es fantástica. Venderá la casa enseguida.
Luego miró a su amiga.
—¿Les ha gustado a los MacDonald? —continuó—. Yo pienso que ha sido buena idea decorar la habitación del bebé.
—A mí me parece que les interesa —respondió ella.
—No son las personas adecuadas para esta casa —intervino Pedro.
Paula y Julia se miraron. El mensaje tácito fue «problema a la vista».
Se hizo un incómodo silencio que Julia rompió:
—He pasado a preguntarte si quieres que termine el piso de arriba el martes por la noche. Tuve que hacerlo todo muy deprisa.
—¿No tenías una cita el martes por la noche? —preguntó Paula.
—No, la hemos dejado para otro día. Se marcha a Nigeria la semana que viene, así que nos veremos la de después.
—Ah, qué pena.
—Eso me da tiempo a adelgazar un par de kilos más antes de vernos — dijo, y luego miró a Pedro—. Lo he conocido a través de LoveMatch.com.
—¿Y a qué se dedica? —le preguntó él.
—Es ingeniero.
—Ya te diré lo del martes, no estoy segura —comentó Paula.
—Por supuesto —respondió Julia, dándole otro sorbo a su café antes de levantarse—. Me tengo que ir corriendo. Tengo que hacer un informe sobre una propuesta de decoración e ir después a una fiesta. Y ya llego tarde. Encantada de haberte conocido, Pedro.
—Igualmente.
—Te llamaré —le dijo Paula.
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