lunes, 13 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 38






Y Paula fue hacia la cocina, a pesar de saber que debía ir directa al comedor y allí aparecería un sirviente que le pondría el desayuno en un minuto.


El personal de cocina estaba ocupado recogiendo el desayuno del resto de la familia y preparando la comida cuando ella llegó.


–Señora Alfonso–dijo una de las sirvientas, sorprendida al verla allí.


Ella sonrió y no se molestó en corregirla.


–Hola, Glenna. Me alegro de verte.


La mujer sonrió con cariño.


–Yo también, señora.


–¿Cuántas veces te he dicho que me llames Paula? –preguntó ella en tono amable.


La mujer asintió, pero Paula supo que la regañarían si la llamaba por su nombre.


–No he desayunado. ¿Podrías prepararme una tostada y un zumo? –añadió, sabiendo que no debía intentar prepararse nada ella sola.


–Por supuesto, señora.


Glenna se puso a prepararle una bandeja mientras ella se instalaba en un taburete allí, en la isla que había en el centro de la cocina. Podía haber ido a esperar al comedor, pero era una habitación demasiado grande y vacía, mientras
que la cocina era mucho más acogedora y bullía de energía. Además, prefería no encontrarse con Eleanora, y sería más fácil no verla allí que en el resto de la casa.


Se tomó dos tostadas y un huevo revuelto porque Glenna insistió y luego volvió a la biblioteca. Margarita seguía allí, y Dany seguía jugando y riendo.


Paula rio también al verlo y fue directa a sentarse con él y a charlar con Margarita, que le contó que estaba estudiando y trabajaba allí en verano para sacar dinero para la matrícula del año siguiente.


–Vaya, qué bonita estampa.


El tono crispado de Eleanora interrumpió a la joven a media frase e hizo que se incorporase de un salto.


–Puedes marcharte –le dijo Eleanora


Margarita asintió y murmuró:
–Sí, señora.


Paula también estaba incómoda con la repentina aparición de su exsuegra, pero no iba a permitir que se diese cuenta.


Así que se quedó donde estaba y continuó jugando con Dany, controlando el impulso de levantar la mirada hacia donde estaba la otra mujer.


–No tenías por qué asustarla, Eleanora –le dijo por fin, mirándola–. Es una buena chica. Estábamos teniendo una conversación interesante.


–Ya te he dicho antes que es improcedente hacerse amigo del servicio.


Paula rio al oír aquello.


–Me temo que no estoy de acuerdo, sobre todo, teniendo en cuenta que yo también era el servicio, ¿recuerdas?


–Por supuesto que me acuerdo –replicó Eleanora en tono frío.


Cómo no. ¿Acaso no era ese el principal motivo por el que nunca le había gustado que se casase con su hijo? ¿Que un heredero de los Alfonso se casase con una camarera monda y lironda?


–¿De verdad piensas que esto va a funcionar? –continuó Eleanora–. ¿Que puedes ocultarle a mi hijo que ha sido padre durante un año y luego volver como si tal cosa a una vida de lujo, atrapándolo en tus redes otra vez?


Ella mantuvo la mano donde la tenía, en el vientre de Dany, y siguió acariciándolo mientras contestaba:
–Yo no considero que vivir aquí sea tener una vida de lujo. Puedes tener mucho dinero, pero esta casa no es un hogar. No hay calor ni amor.


Hizo una pausa para abrazar a Dany contra su pecho antes de ponerse en pie.


–Y no estoy intentando atrapar a Pedro. Nunca lo he hecho. Yo solo quería amarlo y ser feliz, pero tú no podías permitirlo, ¿verdad?


Colocó a Dany en su cadera y continuó diciendo lo que llevaba tantos años queriendo decir:
Pedro jamás debía haberse enamorado de una mujer con sangre roja en las venas, en vez de azul, como la de él. Ni tampoco debía ser feliz ni tomar sus propias decisiones, ni dejar de estar bajo tu dominio y tu opresión.


A pesar de estar hablando con cierto miedo, Paula se sintió aliviada… y más fuerte de lo que había esperado.


¿Por qué no había tenido valor para decirle a Eleanora aquello mucho antes?


Tal vez hubiese conseguido salvar su matrimonio. Tal vez se habría ahorrado muchas lágrimas. Les habría ahorrado a todos meses y meses de tristeza.


A Eleanora, por supuesto, aquel primer acto de independencia no le sentó nada mal. Tenía las mejillas sonrojadas, los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada.


–¿Cómo te atreves? –inquirió.


Pero su ira no desconcertó a Paula lo más mínimo. Ya no.


–Debí haberme atrevido hace mucho tiempo. Debí haberme enfrentado a ti, no haberme dejado intimidar solo porque procedieses de una familia de dinero y estuvieses acostumbrada a mirar a la gente por encima del hombro. Y debería haberle contado a Pedro cómo me tratabas desde el principio en vez de intentar mantener la paz y evitar manchar la opinión que tu hijo tenía de ti.


Paula sacudió la cabeza, con tristeza, pero con determinación.


–Era joven y tonta, pero he madurado mucho en el último año. Y tengo un hijo… un hijo al que no voy a dejarte mangonear, ni voy a permitir que vea cómo me mangoneas a mí. Lo siento, Eleanora, pero si quieres formar parte de la vida de tu nieto, vas a tener que empezar a tratarme con respeto.


A juzgar por la expresión de su exsuegra, eso no iba a suceder.


–Fuera. Vete –espetó furiosa–. Fuera de mi casa –repitió, señalando con el dedo adornado por un enorme diamante hacia la puerta.


Paula no necesitó que se lo dijese dos veces.


–Encantada –le dijo, inclinándose para recoger las cosas de Dany.


Luego pasó al lado de Eleanora con los hombros rectos y subió a la habitación de Pedro para hacer la maleta.



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