lunes, 13 de enero de 2020
HEREDERO OCULTO: CAPITULO 39
Pedro detuvo el Mercedes delante de la casa y apagó el motor.
Normalmente lo dejaba en el garaje, pero en esa ocasión solo iba a estar unos minutos. Se le habían olvidado unos documentos en el escritorio de su habitación y quería recogerlos y volver al trabajo lo antes posible, para que le diese tiempo a hacerlo todo y estar libre para la hora de la cena.
Normalmente se saltaba la cena en familia, pero en esa ocasión tenía ganas de estar allí, en casa, con Paula y con Dany.
Sonrió solo de pensar en ellos y se miró el reloj para ver cuánto tiempo podría entretenerse.
Delante de él había aparcado un taxi y se preguntó qué haría allí. Tal vez su madre tuviese visita.
Subió las escaleras, abrió la puerta y se detuvo de golpe al ver una pila de maletas y de cosas de bebé en el recibidor.
–¿Qué demonios está pasando aquí? –murmuró para sí mismo.
Oyó un ruido en lo alto de las escaleras y levantó la cabeza. Paula bajaba con Dany en brazos, con dos de las sirvientas de su madre detrás, cargadas de cosas.
–Gracias por vuestra ayuda –les estaba diciendo Paula–. Os lo agradezco mucho.
–¿Qué ocurre? –preguntó él en voz alta.
Paula levantó la cara al oírlo.
–Pedro –susurró–. No esperaba que volvieses tan pronto.
–Es obvio –respondió con el ceño fruncido–. ¿Ibas a escabullirte otra vez? –la acusó.
–No –respondió ella, humedeciéndose los labios con nerviosismo–. Quiero decir, que sí, que me marcho, pero que no estaba intentando escabullirme. Te he dejado una nota arriba… detrás de la que me has dejado tú a mí esta mañana.
Él pensó, con cierto sarcasmo, que aquello era diferente.
–¿Y con una nota me compensas por marcharte mientras yo estoy trabajando? –inquirió Pedro–. ¿Con mi hijo?
–Por supuesto que no. Aunque, cuando leas mi nota verás que te explicaba que no nos marchamos. Solo vamos a trasladarnos de la mansión a un hotel en el centro. Iba a quedarme allí hasta que tuviese la oportunidad de hablar contigo.
–¿De qué?
Paula tragó saliva.
–Tu madre me ha pedido que me marche.
Él abrió mucho los ojos, sorprendido.
–¿Por qué?
–Por el mismo motivo que la última vez, porque me odia. O, al menos, no le parezco bien. Nunca he sido lo suficientemente buena para ti y jamás lo seré. Aunque en esta ocasión ha sido más rotunda que nunca a la hora de echarme porque la he retado.
–La has retado –murmuró él, intentando procesarlo, pero cada vez más confundido–. ¿Y por qué lo has hecho?
–Porque me niego a que me siga mangoneando. Me niego a que me haga sentir inferior solo porque siempre me considerará una camarera que no merece el cariño de su hijo.
Pedro sacudió la cabeza y avanzó hacia ella.
–Seguro que ha sido un malentendido. Mi madre puede ser distante, pero sé que está emocionada con Dany y seguro que también se alegra de tenerte a ti de vuelta en casa.
Alargó la mano para tocarla, pero Paula retrocedió.
–No, no es un malentendido, Pedro–le respondió en tono implacable–. Sé que quieres a tu madre y jamás te pediré que no lo hagas. Nunca intentaría distanciarte de tu familia, pero, a pesar de quererte mucho, no puedo quedarme aquí ni un minuto más.
A Pedro se le encogió el corazón en el pecho al oír aquello. Lo quería…
–Me quieres –repitió–. Vale. Me quieres, pero te marchas. Otra vez. ¿Y Dany? ¿Has pensado en él? ¿Y el niño del que tal vez estés embarazada? Mi futuro hijo.
–No es justo que me hables así, Pedro –le dijo ella en voz baja.
–La verdad duele, ¿no? Con divorcio o sin divorcio, sabías que estabas embarazada y ni siquiera te molestaste en contármelo.
–No te atrevas a echarme eso en cara. Mantuve a Dany en secreto, sí, pero solo porque tú te negaste a hablar conmigo. Intenté contártelo, pero no te molestaste en escucharme.
–¿De qué estás hablando? –preguntó él con cautela.
–Te llamé en cuanto supe que estaba embarazada, pero tú habías dicho que no tenías nada de qué hablar conmigo.
–Yo nunca he dicho eso –murmuró Pedro.
–Sí, ese fue el mensaje que me dio Renato cuando le pedí que te pasase la llamada.
–Renato.
–Sí.
Pedro se sacó el teléfono del bolsillo y llamó a su asistente.
–Sí, señor –respondió el joven enseguida.
–Estoy en mi casa y quiero que vengas aquí en menos de quince minutos.
–Sí, señor –respondió Renato.
Pedro miró a Paula a los ojos mientras cerraba el teléfono.
–No tardará en llegar y vamos a llegar al fondo de este asunto de una vez por todas.
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