sábado, 4 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 9




Pedro se apretó los ojos, se le estaba empezando a formar un fuerte dolor de cabeza. No era la primera vez que la veía tan frustrada y descontenta.


–¿Vamos a empezar otra vez con eso? –inquirió.


–No –respondió ella enseguida–. Es lo bueno de estar divorciados, que no tenemos que hacerlo.


–¿Por eso me ocultaste que estabas embarazada? ¿Porque no te presté la suficiente atención?


Paula frunció el ceño. El bebé seguía mamando de su pecho, a juzgar por los sonidos, porque Pedro no podía verle la boca.


–No seas tan obtuso –replicó ella–. No te ocultaría algo así solo porque estuviese enfadada contigo. No sé si recuerdas que no nos separamos precisamente de manera amistosa, y que fuiste tú quien se negó a hablar conmigo.


–Pues tenías que haber insistido.


Ella lo fulminó con sus ojos azules.


–Lo mismo podría decir yo de ti.


Pedro suspiró. Sabía que no iba a conseguir nada discutiendo con Paula.


Así que intentó calmarse y ser diplomático.


–Supongo que en eso podemos estar o no de acuerdo, pero, en cualquier caso, creo que me merezco algunas respuestas, ¿no?


La vio darle vueltas al tema, preguntarse por dónde empezar y qué contarle.


–De acuerdo –dijo por fin, aunque no parecía contenta con la idea.


Mientras él sopesaba sus opciones, la vio cambiar al niño de postura y abrocharse la blusa.


El bebé estaba profundamente dormido. Y Pedro supo de repente qué era lo primero que necesitaba saber.


–¿Es niño o niña? –preguntó, con un nudo de emoción en la garganta.


–Niño. Se llama Dany.


Dany. Daniel.


Su hijo.


Pedro le costó respirar y se alegró ver que Paula se levantaba del sofá y se giraba para dejar la manta en el respaldo de este, porque así no pudo ver cómo se le humedecían los ojos.


«Soy padre», pensó, mientras intentaba tomar aire y recuperar el equilibrio.


Habían hablado de tener hijos nada más casarse. Él había esperado que ocurriese pronto, se había sentido preparado. No obstante, como el bebé no había llegado el primer año, ni el segundo, la idea había ido apagándose poco a poco en su mente.


Y no había pasado nada. Él se había sentido decepcionado, y probablemente Paula también, pero habían seguido siendo felices juntos,
optimistas acerca de su futuro. Pedro estaba seguro de que si no habían conseguido tener un hijo del modo divertido, tradicional, más adelante habrían hablado de adoptar, hacerse una fecundación in vitro o acoger un niño.


Al parecer, nada de eso había hecho falta. No, Paula ya estaba embarazada antes de firmar los papeles del divorcio.


–¿Cuándo te enteraste? –le preguntó, siguiendo sus movimientos con la mirada.


Paula tenía al bebé apoyado en el hombro y le daba golpecitos en la espalda mientras se balanceaba suavemente.


–Más o menos un mes después de firmar el divorcio.


–Por eso te fuiste –dijo él en voz baja–. Pensé que te quedarías en Pittsburgh después de la ruptura. Luego me enteré de que te habías marchado, pero no supe adónde.


Aunque en realidad tampoco había intentado averiguarlo, aunque sí que había mantenido los oídos abiertos, por si se enteraba de algo.


Ella se encogió de hombros.


–Tenía que hacer algo. No había nada que me atase a Pittsburgh y pronto iba a tener un hijo al que mantener.


–Habrías podido acudir a mí –le dijo él, intentando contener la ira y la decepción–. Habría cuidado de ti y de mi hijo, y tú lo sabes.


Paula se quedó mirándolo un segundo, pero con la mirada en blanco.


–No quería que tú te ocupases de nosotros. No por pena ni por responsabilidad. Estábamos divorciados. Ya nos habíamos dicho todo lo que nos teníamos que decir y cada uno había seguido su camino. No iba a ponernos a ambos en una situación en la que no queríamos estar solo porque me hubiese quedado embarazada en tan mal momento.


–Así que viniste aquí.


Paula asintió.


–Mi tía Helena llevaba ya un par de años viviendo aquí. Se había mudado con su hermana cuando tía Clara había enfermado. Después de su muerte, Helena me dijo que la casa era demasiado grande para ella sola y que le vendría bien tener compañía. Cuando llegué, intentó solucionar, o al menos aliviar mis problemas dándome de comer. Y un día se me ocurrió la brillante idea de abrir una panadería juntas. Sus recetas son increíbles y a mí siempre se me había dado bien la cocina.


–Bien hecho –le dijo Pedro.


Con toda sinceridad. Le dolió no haber sabido nunca que Paula tenía la habilidad de cocinar, y que había preferido mudarse con su tía antes de acudir a él al darse cuenta de que estaba embarazada.


Él tenía medios más que suficientes para mantenerla a ella y a su hijo.


Aunque no se hubiesen reconciliado, le habría puesto un apartamento en algún lugar donde pudiese ir a verlos y pasar así el máximo tiempo posible con el niño.


Pero eso Paula ya lo sabía, así que si había decidido marcharse y mantenerse sola, había sido porque había querido. Jamás la había impresionado su dinero.


Nada más casarse, no había querido ir a vivir a la enorme mansión de su familia, y Pedro se preguntó en esos momentos qué habría ocurrido si le hubiese hecho caso.


Paula dejó de dar golpecitos al bebé en la espalda y Pedro le preguntó:
–¿Puedo tomarlo en brazos?


Ella miró al niño, que dormía en sus brazos, con indecisión.


–Si no va a despertarse –añadió Pedro.


Paula levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Lo que la hacía dudar no era el miedo a que el bebé se despertase, sino a que Pedro se acercase a su hijo, o a tener que compartirlo, ya que hasta entonces había sido solo suyo.


Luego suspiró.


–Por supuesto –le dijo, acercándose a darle el bebé.


El último niño al que Pedro había tenido en brazos había sido su sobrina, que ya había cumplido tres años, pero por adorables que fuesen los hijos de su hermano, por mucho que los quisiera, tenerlos en brazos no había sido comparable a tener a su propio hijo pegado al pecho.


Era tan pequeño, tan guapo, transmitía tanta paz dormido.


Intentó imaginárselo recién nacido, nada más salir del hospital… pero no pudo, porque no había estado allí para verlo.


Frunció el ceño y supo que no podría marcharse de Summerville sin su hijo, sin haber pasado más tiempo con él y sin enterarse de todos los detalles que se había perdido desde el nacimiento del niño.


–Creo que tenemos un pequeño problema –le dijo a Paula–. He estado al margen de esto y tengo que recuperar el tiempo perdido, así que voy a darte dos opciones.


Antes de que a Paula le diese tiempo a interrumpirlo, continuó:
–O preparas la maleta y Dany y tú venís a Pittsburgh conmigo, o me das una excusa para que me quede yo aquí. En cualquier caso, voy a estar con mi hijo.





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