Pedro estaba echando unos cuantos leños más al fuego cuando oyó el timbre de su teléfono vía satélite. Frunciendo el ceño, entró en la tienda de campaña de una plaza, buscó el teléfono y volvió a salir. Había luna llena. Pedro la miró un segundo antes de contestar.
–Hola, Paula –dijo, intentando sonar tranquilo; nada más lejos de la realidad.
Al principio había sentido un gran alivio al ver que ella no lo llamaba. En cuanto había aclarado un poco sus ideas, se había dado cuenta de que había sido una locura hacerle esa propuesta. Pero, a medida que pasaban los días, no podía evitar pensar en que volvería a casa por Navidad, y volvería a ver a Paula, esa vez embarazada de un extraño. Después de varias noches en vela, se había sentido tentado de llamarla. ¿Pero qué podía decirle que no le hubiera dicho ya? Era evidente que no le quería como padre de su hijo. Insistir hubiera sido una estupidez.
Y así, finalmente, no había hecho nada. Literalmente. No había intentado buscar trabajo en las empresas mineras. Tampoco se había ido a pescar, tal y como solía hacer cuando estaba de vacaciones en Darwin. No había hecho nada. Se había dedicado a deambular y a ver películas interminables en la tele; se había dedicado a pensar demasiado, y a beber más de la cuenta. Bianca le hubiera dicho que estaba huyendo de la vida real. Otra vez.
Al final, le había pedido a su compañero de pesca en helicóptero que lo dejara en aquel lugar aislado durante unos días, y había acampado solo. Nada aclaraba tanto la cabeza como estar en comunión con la Naturaleza. Y había funcionado, hasta cierto punto. Al final la decisión de ella había empezado a cobrar sentido. Al final había logrado encontrar algo de paz mental. O eso creía… Pero había bastado con una llamada de teléfono para hacer añicos esa ilusión.
–¿Cómo supiste que era yo? –le preguntó ella, sorprendida.
–El identificador de llamadas decía que llamabas desde New South Wales. Eres la única persona en ese Estado que tiene mi número.
–Oh. Ya veo.
De repente, Pedro tuvo un pensamiento arrollador. ¿Y si le estaba llamando para decirle que por fin estaba embarazada? Era posible. A lo mejor había pensado que a él le gustaría saberlo.
–¿Por qué llamas, Paula? –le preguntó bruscamente.
Paula sintió que el corazón se le hundía al oír esa pregunta tan directa.
–Has cambiado de idea sobre la propuesta, ¿no? –le dijo ella.
La tensión que agarrotaba el estómago de Pedro se disolvió de repente.
–En absoluto.
–¿En serio? –dijo ella.
Una esperanza renovada le invadía el corazón.
–Sí, en serio. ¿Y qué pasó, Paula? Teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado desde la última vez que hablamos, supongo que habrás vuelto a la clínica para intentarlo de nuevo y que no funcionó.
–Hoy me vino el periodo –le confesó con un suspiro.
–Como te dije en la carta, mi oferta sigue en pie.
–Sé que a caballo regalado no se le mira el diente, Pedro, pero todavía no me queda claro por qué haces esto por mí. Aparte del tema del sexo, claro. Pero eso tampoco lo entiendo muy bien. Quiero decir que… si siempre te he gustado, ¿por qué no hiciste nada al respecto antes?
Todas eran preguntas muy lógicas, pero Pedro no sabía qué decirle.
Tenía que decirle algo, no obstante. Ella no era ninguna tonta.
–¿Puedo serte franco?
–Por favor.
–No he hecho nada hasta ahora porque pensé que me rechazarías –le dijo con sinceridad–. Hasta que nos vimos de nuevo el mes pasado. Sin embargo, contrariamente a lo que crees, también me caes bien, Paula, y solo quería ayudarte a conseguir lo que más deseas, que es tener un bebé. Y, por muy extraño que parezca, también me gusta la idea de tener un hijo. Pero, si quieres que te sea del todo sincero, tengo que decir que lo que más me mueve es tenerte en mi cama, durante mucho más tiempo del que pasaste en esa maldita clínica cada mes.
El silencio de Paula al otro lado de la línea le dio una idea de cuál era el grado de su sorpresa.
–Vamos, Paula, tienes que saber lo preciosa e irresistible que eres.
Paula se sonrojó hasta la médula.
–Bien –la voz de Pedro se relajó de nuevo–. ¿Cuándo puedes venir hasta aquí?
Paula tragó con dificultad y entonces se incorporó. Siempre se había sentido más cómoda teniendo un plan.
–Lo antes posible, he pensado.
–¿Qué te parece a comienzos de la semana que viene?
–Bueno, tendré que organizar unas cuantas cosas en el trabajo…
–Seguro que puedes resolverlo. Una vez hayas reservado el vuelo para la semana que viene, dime a qué hora llegas y estaré en el aeropuerto, esperándote. No me mandes el mensaje a este número. Mándamelo al móvil. Para entonces ya habré vuelto a Darwin.
Paula puso los ojos en blanco, exasperada.
–¿Dónde estás?
–Estoy de acampada en un parque nacional.
Paula había estado haciendo algunos cálculos mentales.
–Espera… La semana que viene es demasiado pronto. No puedo quedarme embarazada hasta una semana después. Nunca ovulo antes del día catorce. Lo sé muy bien porque me he estado tomando la temperatura todos los días durante el último año y…
–Paula… Si quieres quedarte embarazada, intentémoslo a mi manera.
–¿Y tu manera es…?
–Que no te tomes la temperatura todos los días, para empezar. Dejar de pensar en el periodo de ovulación… Porque es evidente que ese método no te ha funcionado muy bien hasta el momento, ¿no?
–Supongo que no.
–Te sugiero que me lo dejes todo a mí. Ponte en mis manos. Nada de discusiones, ni peros.
–Sí –dijo ella. No tenía más remedio que aceptar.
–Bien –dijo él, sonriendo.
Ella no tenía costumbre de decir la palabra «sí», pero tendría que acostumbrarse a decirla mucho durante el tiempo que pasaran juntos. No le quedaría más remedio…
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