viernes, 11 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 13

 



UN MES y un día más tarde.


No había funcionado. De nuevo. La desesperación más profunda se apoderó de Paula, inclinada sobre el asiento del váter. Tenía el estómago en un puño.


Tenía que tener algo malo. Porque no tenía sentido. La clínica había probado un procedimiento distinto esa vez. Le habían depositado el semen directamente en el útero, en vez de en el cérvix. Era un proceso más caro, pero había más posibilidades de concebir.


Una pérdida total de dinero.


Temía el momento de tener que decírselo a su madre. Pero no le quedaba más remedio. Ojalá no le hubiera dicho nada para empezar… Debería haberse ido a la clínica ella sola, en secreto. Así podría haberle evitado otra decepción… Su madre a veces fingía que le daba igual tener nietos, pero ella sabía que no era cierto. Muchas veces le había dicho lo mucho que le hubiera gustado tener una familia más grande.


Paula frunció el ceño. Si su madre había querido más niños, ¿por qué no los había tenido? Su padre había muerto cuando ella tenía nueve años…


Respiró hondo. Era posible que su madre tampoco hubiera podido tener más niños. Pero si ese era el caso, ¿por qué no se lo había dicho nunca? A lo mejor eso la hubiera ayudado a saber por qué estaba teniendo tantos problemas para quedarse embarazada.


No podía ir a preguntarle en ese momento, no obstante. Estaban en la peluquería, trabajando. El miércoles siempre era un día muy ajetreado. No podría decirle nada hasta ir de camino a casa por la tarde.


En cuanto vio la cara triste y pálida de su hija, Julia supo que le había venido el periodo. Su corazón se encogió al verla forzar una sonrisa para un cliente.


–Ya lo sabes, ¿no, mamá? –le dijo Paula en cuanto se quedaron solas en el coche, de camino a casa. Había visto empatía en los ojos de su madre.


–Sí –dijo Julia, a punto de llorar, no por ella, sino por su hija.


–Mamá, he estado pensando. ¿Hubo algún motivo en especial por el que no tuviste más hijos?


Julia tragó con dificultad. Llevaba mucho tiempo esperando esa pregunta.


–Que yo sepa no –le dijo con sinceridad–. Me hicieron una revisión completa, igual que a ti. Un médico me dijo que tenía demasiadas ganas de quedarme embarazada. Me dijo que a veces el estrés y la tensión pueden ser un problema.


–Sí. He leído algo sobre ello. Es por eso que muchas parejas se quedan embarazadas después de haber adoptado un hijo –le dijo Julia–. Pero él… –se detuvo, incapaz de seguir.


–Oh, mamá… Lo siento mucho. Sé lo mucho que querías a papá.


Tras su muerte, solía oírla llorar desde su habitación… No era de extrañar que no hubiera vuelto a salir con nadie… Siempre había sido mujer de un solo hombre.


Paula sabía que nunca encontraría ese único amor verdadero. Pero sí se convertiría en madre, a toda costa. Llevaba toda la tarde pensando en la carta que Pedro le había dejado un mes antes. Al leerla por primera vez, se había conmovido mucho. Había estado a punto de cambiar de idea; tan fuerte había sido el impulso de llamarlo… Pero, al final, no había tenido agallas suficientes. Era mucho más fácil no involucrar a otras personas, no enfrentarse al problema de acostarse con Pedro. Además, el sexo no solía ser lo mismo para hombres y mujeres. Con la edad, cada vez le daba más miedo, cada vez confiaba menos en sí misma, cada vez se ponía más nerviosa.


Pero no era momento de andarse con remilgos. Si no aceptaba la oferta de Pedro, seguramente acabaría arrepintiéndose… aunque quizá él ya había cambiado de idea al respecto…


–Mamá, creo que voy a hacer un viaje. Necesito unas vacaciones.


–Oh. ¿Adónde vas a ir?


–A algún sitio cálido. En Australia. No quiero irme al extranjero.


–Cairns es muy agradable en esta época del año.


–Estaba pensando en Darwin. Nunca he estado allí. Y siempre he querido ver Kakadu.


Aquello era una mentira. Había visto un par de documentales sobre los territorios del norte y lo cierto era que no estaba precisamente interesada en esas zonas húmedas con enormes insectos, búfalos y cocodrilos.


–¿En serio? –le preguntó su madre, sorprendida.


–Podría irme en un viaje organizado. Así tendría algo de compañía. Tú puedes arreglártelas sin mí, ¿no? Lisa estaría encantada de hacer más horas. Y Jhoana también.


–Claro que puedo arreglármelas. Ya lo hice cuando te fuiste a trabajar como agente inmobiliario, ¿no? ¿Cuándo tienes pensado irte?


–Todavía no lo sé. Probablemente a finales de la semana que viene.


Paula sabía muy bien cuándo le tocaba ovular. Llevaba meses controlando su regla. Dos semanas después del comienzo del periodo era el momento ideal para la fecundación, así que tampoco tenía mucho sentido irse a Darwin antes. Además, tenía que aparentar que verdaderamente se iba de vacaciones, así que no podía irse solo durante unos días.


–¿Por cuánto tiempo piensas estar fuera?


–Um, una semana más o menos. A lo mejor diez días.


–¿Entonces no vas a ir a la clínica el mes que viene?


–No, mamá. He decidido tomarme un respiro en eso también.


Su madre pareció aliviada.


–Creo que es muy buena idea, cariño. Y estas vacaciones también. ¿Quién sabe? A lo mejor conoces a un hombre agradable.


–Nunca se sabe, mamá –dijo y cambió de tema rápidamente.


Siempre se le había dado bien sacar conversación, pero debajo de esa charla trivial ya empezaba a sentirse ansiosa… ¿Qué le diría Pedro cuando lo llamara? Tenía intención de hacerlo en cuanto pudiera, pues si empezaba a posponerlo, a lo mejor no lo hacía al final.


En cuanto llegaron a casa, Paula fue a tumbarse un rato; una excusa para poder encerrarse en su habitación, a solas… Las manos le temblaban cuando sacó la carta de Pedro de la mesita de noche. Él le había dado dos números, el móvil y el teléfono vía satélite. Se sentó en el borde de la cama y probó con el móvil primero. Daba timbre, afortunadamente. Hubiera sido mucho peor que comunicara.


–Por Dios, Pedro, contesta de una vez –masculló para sí. El teléfono seguía dando timbre.


Cada vez más nerviosa, decidió no dejar ningún mensaje y optó por llamar al otro.


Casi rezando, marcó los números…





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