viernes, 13 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 7

 


La librería se había concebido con un único propósito: el de seducir. Y lo conseguía con facilidad, con sus estantes de roble y sus paredes pintadas de verde claro. A Paula siempre le había encantado, y Frida no había hecho cambio alguno. Ahí radicaba la mayoría de los problemas.


—Volveré a cambiar el rótulo. Lo terminaré hoy.


—¿Por qué tú? —pregunto ella con el ceño fruncido al tiempo que se daba la vuelta y se apoyaba en la estantería más cercana.


A su derecha, al lado de su cadera izquierda, estaban Las maravillas naturales del mundo, lo que a Pedro le pareció un título muy apropiado. Le recorrió con la mirada las largas y delgadas piernas. Sí, muy apropiado.


Pero nunca le había visto puestos unos pantalones tan bonitos. A Mel le encantarían. Apretó los dientes y rechazó la idea. No quería pensar en su hija y en Paula al mismo tiempo. Ocho años antes se había acostumbrado a ver a Paula con falda… o desnuda. Y luego se marchó y no la volvió a ver.


—¿Es a lo que te dedicas ahora? ¿A pintar rótulos?


Las palabras de Paula lo devolvieron a la realidad.


—Entre otras cosas —se metió las manos en los bolsillos—. Después de acabar los estudios, trabajé de aprendiz de carpintero —había abandonado su sueño de estudiar Bellas Artes—. Y ahora dirijo una empresa de construcción aquí.


—¿Y la idea de estudiar Bellas Artes?


—La deseché —durante unos segundos lo invadió una amargura que normalmente mantenía a raya.


—¿Qué?


La locura comenzó la noche en que encontró a Paula en brazos de Samuel Hancock. Cuando, al día siguiente, se enteró de que ella se había marchado, que lo había abandonado para siempre, perdió el juicio. Comenzó a beber, se acostó con Fernanda, que le había revelado la infidelidad de Pau y sus mentiras y que había hecho todo lo posible para consolarlo al marcharse Paula. Fernanda, a quien había partido el corazón. Cuando ella le dijo que estaba embarazada, no tuvo más remedio que abandonar el sueño de estudiar y convertirse en padre, esposo… y aprendiz de carpintero. Desde entonces no había vuelto a agarrar un trozo de carboncillo.


—¿Se supone que por mi culpa? —preguntó Paula con brusquedad.


—¿He dicho eso? —preguntó él a su vez.


El matrimonio había durado dos años y acabó en divorcio. Paula siempre se había interpuesto entre ellos. Fueron los dos años más largos de su vida. Era infantil echarle la culpa a Paula. Además, tenía a Melisa. Nunca se arrepentiría de haber tenido a su hija.


Los ojos de Paula se volvieron tan fríos que podría haber helado el corazón de cualquier hombre. Pero a él no podían afectarlo, ya que su corazón se había helado ocho años antes.


Y, sin embargo, allí estaba ella, una profesional del tatuaje de talla mundial, si era verdad lo que había dicho Frida. Diana tenía razón: en Clara Falls no necesitaban a profesionales del tatuaje, ni de talla mundial ni de ninguna clase. Y él tampoco.


—Supongo —dijo Paula— que eres el constructor que Ricardo contrató para reformar esto.


—Así es.


—Teniendo en cuenta la cantidad de trabajo que Ricardo me dijo que había que hacer —lanzó una mirada a su alrededor—, esto está exactamente igual que antes. Exactamente igual —se volvió hacia él con una mirada acusadora.


—Es que aún no he comenzado a trabajar.


—Pero… pero la recepcionista me aseguró que las obras estarían terminadas el jueves de la semana pasada.


—¿Estás segura?


—Totalmente.


—Lo siento, Paula, pero te informaron mal —aquella misma tarde contrataría a una nueva recepcionista.


Ella apretó los labios con fuerza y se puso rígida.


—¿Y qué ha pasado con el asunto de la Higiene y Seguridad Laborales?


—Ya me he ocupado de eso.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario