viernes, 13 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 8

 


Unas semanas antes, alguien había presentado una queja en el departamento de Higiene y Seguridad Laborales. Un funcionario había estado en la librería para realizar una inspección y la había cerrado al descubrir que dos de las estanterías que llegaban hasta el techo se estaban soltando de los listones que las sujetaban a la pared y amenazaban con caerse encima del primero que pasara a su lado. Pedro había pospuesto el resto de su trabajo para encargarse de ello. La librería había estado cerrada sólo un día y medio.


—¿Por qué?


—¿Como que por qué? Porque era peligroso.


—No me refiero a eso. ¿Por qué es tu empresa la que está haciendo las obras?


Porque Ricardo se lo había pedido. Porque quería demostrar que el pasado ya no influía en él.


—Me imagino que lo último que querías era volver a verme —añadió ella—. De hecho, supongo que lo último que querías era que volviera a vivir en Clara Falls —dijo en tono desafiante.


Pedro tardó unos segundos en comprender lo que le decía y, cuando lo hizo, cerró los puños con tanta fuerza que le empezaron a temblar. Ella le miró los puños y luego volvió a mirarlo a la cara. Arqueó una ceja y no retiró lo que había dicho.


—¿Insinúas que me he valido de mi trabajo de constructor para sabotear la librería? —trató de recordar la última vez que había sentido deseos de estrangular a alguien.


—¿Lo harías? ¿Lo has hecho? Para empezar, está el rótulo. Después, el retraso. ¿Qué pensarías tú? Podrías estar compinchado con Gaston Sears.


—¡Por Dios, Pau! Sé que han pasado ocho años, pero ¿de verdad crees que me rebajaría hasta ese extremo?


Lo miró de arriba abajo con sus ojos azules al descender y verdes cuando volvieron a encontrarse con los de él, y fue como si lo hubiera acariciado con las manos. El corazón de Pedro comenzó a latir con fuerza. Ella se humedeció los labios con la lengua y él tuvo que ahogar un gemido.


—Los negocios son los negocios —dijo él entre dientes—. No me tiene que caer bien la persona para la que trabajo.


¿Eran imaginaciones suyas o Pau se había puesto pálida al oír sus palabras?


—¿Insinúas que éste es un trabajo más para ti?


Él vaciló. Paula lanzó un bufido y volvió a ponerse detrás del mostrador, como si quisiera situarse fuera de su alcance.


—Gracias por lo que has hecho hasta ahora, Pedro, pero ya no necesito tus servicios.


Él se dirigió indignado hacia el mostrador y la tomó de la barbilla, obligándola a mirarlo.


—Muy bien. ¿Quieres saber la verdad? No es un trabajo más. Lo que le pasó a tu madre me revolvió las tripas. Los del pueblo… debimos prestarle más atención, habernos dado cuenta de que… —la soltó y se dio la vuelta. Cuando volvió a mirarla, ella tenía los ojos llenos de lágrimas—. Perdona. No debería haberte… —hizo un gesto con la mano—. ¿Te he ofendido?


—No —contestó ella en voz baja.


Pedro vio cómo se tragaba las lágrimas gracias a su fuerza de voluntad, como solía hacer. De repente se sintió mucho más viejo de los veintiséis años que tenía.


—Siento haber dudado de tu integridad —afirmó ella.


Se disculpó con su sinceridad y rapidez características. Él se pasó una mano por la cara. La antigua Paula había sido incapaz de serle fiel, pero igualmente incapaz de tener malicia. Si, ocho años antes, le hubiera pedido que la perdonara, lo habría hecho sin dudarlo un instante.


—¿Me vuelves a contratar? —al ver que ella asentía, añadió—: ¿No te resultará difícil soportar mi presencia las próximas dos semanas?


—Claro que no.


Él supo que mentía.


—Somos personas adultas. Lo pasado, pasado está.


Pedro quiso mostrar su acuerdo. Abrió la boca para hablar, pero las palabras se negaron a salir.


—¿Vas a tardar dos semanas? ¿Tanto?


—Más o menos. Y eso que voy a hacerlo todo lo deprisa que pueda.


—Entiendo.


—Pues me voy a poner otra vez con el rótulo.




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