Y eso fue lo que hizo. Y se dio cuenta de que estaba a gusto allí, en Clara Falls. Más a gusto que en ningún otro lugar.
—A tu madre le habría encantado esto —dijo el señor Sears poniéndose a su lado mientras los escritores se preparaban para la lectura.
Todavía había olor a cebolla frita en el aire. Paula miró por la ventana. Pedro se había hecho cargo de la barbacoa.
—Sí, le habría encantado.
—No cometas el mismo error que Frida y yo —dijo el señor Sears siguiendo su mirada.
—¿Cuál? —no era asunto suyo, pero…
—Quise a tu madre desde el momento en que la vi. Entendí que no quisiera tener nada que ver conmigo cuando estaba casado, pero cuando mi esposa murió…
Hacía diez años que había fallecido, cuando Carmen y su hermano eran muy pequeños.
—No entendí por qué no quiso que tuviéramos una oportunidad. Sabía que me quería.
—¿Nunca le dio una explicación?
—Me dijo que no podríamos estar juntos hasta que los niños hubieran crecido, ya que su reputación les pondría las cosas muy difíciles. Y comprendí que le importaba más que yo lo que la gente pudiera pensar —hizo una breve pausa y prosiguió—: Quería quedarme con la librería porque sospechaba que las cartas estaban aquí. Y también porque formaba parte de ella. Te he tratado muy mal, Paula. Perdóname.
—Está perdonado —respondió ella sin dudar—. Pero, hablando de la librería, estoy buscando un socio.
—Los dos podríamos hacer realidad el sueño de Frida —dijo él con los ojos brillantes—. Tenemos que hablar.
—Esperaba que dijera eso.
—Dejé que mi desilusión por que Frida no se quisiera casar conmigo transformara mi amor en algo feo y distorsionado —le tocó levemente la mano—. No cometas el mismo error —y se alejó.
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