viernes, 20 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 30

 


El lunes a las ocho de la mañana, al entrar en la librería, Paula encontró a Pedro sentado en el mostrador comiéndose una galleta.


—Hola, Paula.


¿Qué hacía allí? ¿No debería estar trabajando en el piso de arriba? De pronto se dio cuenta de que no había ruido de martillos ni de sierras.


—¿Ya está terminado el piso?


—Entre hoy y mañana le daremos los últimos toques, y luego podrán venir a pintar y a poner la moqueta.


Paula fue detrás del mostrador a dejar el bolso y trató de que el olor de Pedro no la aturdiera, pero era demasiado evocador, demasiado tentador. Le recordó el beso, aquel breve beso de agradecimiento que la había abrasado. «Olvídate del beso», se dijo.


—¿Querías algo?


Los ojos de Pedro se oscurecieron, y Paula sintió la boca seca. Él se bajó del mostrador y se dirigió hacia ella como el cazador que persigue a la presa. Su mirada era tan intensa… Por Dios, ¡no iría a besarla otra vez! Quiso salir corriendo, pero las piernas no le respondieron. Él le agarró la mano y… le puso una bolsa de papel en ella.


—Pensé que querrías una.


¿Una qué? Paula miró en el interior de la bolsa. Eran galletas. La bolsa estaba llena de ellas.


—Hay más de una docena —dijo ella.


—No recordaba cuáles te gustaban más.


Paula estuvo a punto de llamarle mentiroso. Pero ¿quién sabía cuántas cosas habría olvidado en ocho años?


—No quiero galletas —dijo ella. Lo que quería es que Pedro se marchara, su presencia la alteraba. Dejó la bolsa en el mostrador—. ¿Por qué estás aquí, Pedro? ¿Qué quieres?


—Darte las gracias por tus consejos sobre Melly y por hacerme volver a dibujar.


Paula pensó que ya se lo había agradecido con un beso, y no deseaba ese tipo de agradecimiento. Pero el corazón se le aceleró ante la idea de que se repitiera.


—Creo que he comenzado a recuperar la confianza de Mel.


—Si tenemos en cuenta cómo transcurrió el sábado, creo que estás en lo cierto —y se alegraba por él. Por Melly, se corrigió. Bueno, por los dos, pero más por Melly.


—Oye, Paula, he estado pensando…


Algo en su tono hizo que a Paula se le secara la boca.


—¿En qué?


—¿Y si no te marcharas de aquí dentro de un año? —al ver que ella lo miraba boquiabierta, alzó las manos—. Escúchame antes de empezar a discutir. ¿Y si abrieras la galería en la montaña? Tiene dos ventajas con respecto a la ciudad: un alquiler más bajo y que acudirían los turistas.


—Hay más turismo en Sidney —señaló ella.


—Pero sólo acudirán si la galería está situada en el puerto o en sus alrededores. Y no te lo puedes permitir desde el punto de vista económico. Además, si te instalas por aquí, estarás cerca de la librería, y llegar a Sidney es fácil los días en que tengas que ir al salón de tatuaje. Si lo piensas, es totalmente lógico.


—¡No lo es!


—Claro que sí. Además, Paula, Clara Falls necesita a gente como tú.


—Está claro que tienes el cerebro lleno de serrín —dijo ella después de volverlo a mirar boquiabierta. Cruzó la tienda para ir a la cocina—. ¿Gente como yo? —bufó—. ¿En qué mundo vives?


—Gente a quien no le importe trabajar mucho —dijo Pedro siguiéndola.


—Estás atribuyéndome cualidades que no tengo —comenzó a preparar café.


—Creo que no.


Ella no lo miró a los ojos. Tras unos instantes de vacilación, levantó una taza interrogándolo sin palabras. Los buenos modales exigían ofrecerle un café. Al fin y al cabo, él había traído las galletas.


—Sí, gracias —dijo él, y no añadió nada más mientras ella lo preparaba. Cuando se lo sirvió, continuó hablando—: Clara Falls te necesita, Paula.


—Pero yo no necesito este pueblo.


—Creo que te equivocas. Me parece que lo necesitas tanto como antes. Creo que sigues buscando la misma seguridad y la misma aceptación por parte de los demás que cuando eras una adolescente.


Ella dejó la taza con cuidado sobre la mesa porque lanzársela a Pedro sería de mala educación, además de peligroso.


—No sabes lo que dices.


—Puede que no quieras reconocerlo, pero sabes que tengo razón. Frida también lo sabía y por eso quería que volvieras.


Oír el nombre de su madre fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Quiso marcharse, pero, debido al poco espacio que había en la cocina, para hacerlo tendría que pasar al lado de Pedro, y si él trataba de impedir que se fuera, acabarían frente a frente con sus cuerpos tocándose. Y no se iba a arriesgar a que eso sucediera.


—¿Cómo sabes lo que pensaba mi madre? —al ver que él bajaba la vista, cayó en la cuenta—. ¿Estuvisteis hablando de mí a mis espaldas?


—Nos habría gustado decírtelo a la cara, Paula, si te hubieras molestado en volver.


Se sintió invadido por la culpa y el arrepentimiento. Dejó la taza y dio un paso hacia ella. Paula agarró la suya con fuerza y la puso delante de sí indicándole que se la echaría encima si daba un paso más.


—¡Ni se te ocurra! —si él la tocaba, se echaría a llorar. Y no estaba dispuesta a hacerlo. Al ver que Pedro retrocedía, añadió—: Sé que soy responsable de la muerte de mi madre. Restregármelo por las narices no me parece muy amable.


—¿Qué dices? ¡No tienes la culpa de que Frida se suicidara!


Ella se dio cuenta de que lo decía en serio. Alzó la barbilla. Le daba igual lo que Pedro creyera. Ella sabía la verdad.


—No quiero hablar de ello, Pedro. Y, sinceramente, y no te ofendas, todo lo que digas no va a servir para nada.


—¿Cuánto tiempo vas a seguir dejando que ese peso te hunda? Muy bien, no hablaremos de tu madre, pero sí de Clara Falls y de la posibilidad de que te quedes aquí.


—No hay ninguna posibilidad. No voy a quedarme, así que déjalo ya.


—No te estás dando ninguna oportunidad, ni al pueblo tampoco. ¿Es eso justo?


¿Justo? No tenía nada que ver con la justicia, sino con superar el pasado.


—¿Has venido a salvar la librería de tu madre o a arruinarla?


¿Cómo podía hacerle esa pregunta?


—Tienes que relacionarte con la gente de aquí, si quieres salvarla, aunque sólo te quedes un año. La feria es un buen comienzo. Y has hecho un buen trabajo con los carteles.


¿Quién le había hablado de la feria y de los carteles?


—Pero tienes que demostrar a la gente que ya no eres la rebelde de hace unos años.


Tenía razón. Aunque le costara admitirlo, Pedro tenía razón.


—Tienes que demostrar que has madurado, que eres digna de confianza y una eficiente mujer de negocios.


Ella se pasó las manos por el pelo para ayudarse a pensar. Pero al ver cómo la miraba Pedro, deseó no haberlo hecho. La asaltaron los recuerdos. Recordó cómo él le masajeaba la cabeza, lo relajante y seductor que le resultaba. Y ser una persona digna de confianza y una eficiente mujer de negocios no parecía servirle de defensa.


—El baile anual con motivo de la cosecha es el sábado que viene. Te reto a que vayas conmigo.


Pedro se cruzó de brazos y la miró con ojos brillantes. Paula pensó que estaba para comérselo. Trató de centrarse en lo que le acababa de decir. ¿Por qué quería llevarla al baile?


—¿Por qué?


—En primer lugar, porque volverá a introducirte en la comunidad, pero también porque se me ha ocurrido que, aunque esté muy bien que te sermonee para que te quedes en Clara Falls y lo conviertas en un sitio mejor, también yo debería hacerlo. Creo que ya es hora de que el señor Sears tenga un rival para el puesto de concejal, ¿no te parece?


—¿Vas a presentarte a concejal?


—Sí.


Que la vieran con él en el baile sería una declaración de lo que creía y de la clase de pueblo que deseaba que fuera Clara Falls. Ir al baile también contribuiría a acallar los rumores sobre tráfico de drogas y demás.


—Si fuéramos juntos al baile, sería por cuestión de negocios, ¿verdad? —aunque había dejado clara su postura el sábado anterior, que el pasado no se repetiría, quería insistir por si él no lo había entendido.


—Por supuesto —contestó él con el ceño fruncido—. ¿Por qué si no?


—Por nada —quería salvar la librería de su madre. Tenía que hacerlo—. Acepto el reto —dijo extendiendo la mano.


Él se la estrechó y la besó en la mejilla, inundándola con su aroma y su calor.


—Muy bien. Te recogeré el sábado a las siete.


—De acuerdo —dijo ella soltándose—. ¡Ah! Necesito algunas de mis cosas —ropa formal y zapatos de tacón, para empezar.


—¿Quieres que te lleve esta tarde a mi casa, después del trabajo, para que recojas lo que necesites?


—¿Estás seguro? ¿No estás ocupado?


—No, y ya he hablado con Carmen para que se quede con Mel un par de horas.


¿Tan seguro estaba de que le diría que sí?


—Gracias —se moría de curiosidad por ver dónde vivía Pedro. Aunque no tuviera nada que ver con ella, por supuesto.


—Te recogeré a la cinco y cuarto —y, sin añadir nada más, se marchó.


Paula se acarició la mejilla. Seguía sintiendo sus labios. Se dijo que sólo era un acuerdo de negocios. Sólo eso.




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