Ella no pudo contestar. Porque, en ese momento, un perro entró corriendo en la casa y prácticamente la tiró al suelo.
—¡Molly! —gritó, abrazando a la perrita—. ¡Pedro!
—Lo siento, se me ha escapado —se disculpó él.
Paula vio entonces a Camilo y Luciana. No daba crédito a sus ojos.
—¿Pero qué…?
—¿Quién es esta gente? —preguntó Martin.
—Escuchad todos, éstos son mis amigos Pedro, Camilo y Luciana. Y Molly, mi perrita. Lo siento, Martin, Francisco, pero no puedo tomar una decisión esta noche.
Sus hermanos se miraron, furiosos. Martin estaba tan rojo como si acabara de sufrir una apoplejía.
—Todo esto porque no quise ir a buscarte a ese sitio perdido, ¿no? Es una venganza.
—¿Tú sabías que era un sitio perdido? —preguntó Paula.
—Pues claro que sí. ¿Crees que soy tonto?
No, pero ella sí. Y se puso furiosa. No sólo habían preparado todo aquello para engañarla, ni siquiera se habían molestado en organizarle unas vacaciones decentes para disimular. Ni en ir a buscarla cuando estaba enferma.
¿Por qué se había convencido a sí misma de que sus hermanos la querrían algún día?
—¡Fuera! —gritó, señalando la puerta—. ¡Los dos! Llevaos ese contrato y marchaos de aquí. No quiero volver a verlos nunca.
—No puedes hablar en serio… —empezó a decir Martin, dando un paso hacia ella.
Pero, para asombro de todos, Molly se colocó en medio, gruñendo y enseñando todos y cada uno de sus dientes. Paula volvió a señalar la puerta.
—¡Fuera!
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