jueves, 5 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 35

 


El viernes por la tarde, cuando Camilo se marchó, Paula se hartó de mirar las paredes. En realidad, se había hartado el día anterior, pero aquel día la inactividad empezaba a hacerle perder la cabeza. De modo que se envolvió en el albornoz y salió al porche para sentarse en su silla de camping. Pero hasta eso la dejaba agotada.


Luego hizo una mueca al recordar las cosas que le había gritado a Pedro el día anterior. Le había llamado tirano cuando quiso quitarse el pijama para ponerse ropa normal y él no la había dejado. Y voyeur. No podía creer que le hubiera llamado voyeur.


Él se había reído, claro. Tenía la impresión de que, desde que se puso enferma, no la veía como a una mujer. Sí, le daba consejos de amigo, le tomaba el pelo por lo mal que jugaba al ajedrez y elogiaba su habilidad resolviendo crucigramas.


Pero había conseguido superar su deseo por ella y Paula quería saber cómo lo había hecho. Aunque quizá nunca la hubiera deseado de verdad. Posiblemente ella no fuera su tipo de mujer. De alguna forma, Pedro estaba alejándose de ella. Y no sabía cómo cambiar eso.


Pero no estaba allí para obsesionarse con un hombre. Si Pedro quería apartarse, era asunto suyo. Ella había ido allí con el objetivo de formular un plan para el resto de su vida y no estaba más cerca de eso que cuando llegó a Eagle's Reach.


Y sólo le quedaba una semana. Martin y Francisco esperarían una respuesta. Prácticamente podía verlos con el ceño fruncido, golpeando el suelo con el pie, impacientes.


¡Por favor! ¿Qué les importaba a ellos? No tenían que mantenerla.


Pero eran sus hermanos… claro que se preocupaban. Y ahora que su padre había muerto, Paula esperaba afianzar los lazos.


Sí, ella quería afianzar los lazos familiares, pero sus hermanos no iban a decirle lo que tenía que hacer con su vida. No lo permitiría nunca.


—¡Oye! ¿A quién quieres matar?


Pedro.


Paula estuvo a punto de pasarse una mano por la barbilla porque se le caía la baba.


—¿Sigues imaginando que me despellejas vivo?


—No, qué va. Además, no debería haberte llamado voyeur.


Pedro se sentó en el primer escalón del porche.


—No te preocupes, es verdad. Estoy esperando con ansia el regreso de ese pijamita rosa. Esas ovejas provocaban en mí cosas extrañas…


—¿Cosas extrañas? ¿Como un ataque de risa, por ejemplo?


—No, más bien me excitaban cuando me imaginaba a mí mismo quitándotelo.


Paula tragó saliva y sintió la frente tan caliente que pensó que le había vuelto la fiebre.


Pedro se echó hacia atrás, como si ni él mismo pudiera creer que había dicho eso. Murmurando una palabrota, se levantó de golpe y dio un par de pasos adelante. Paula esperaba que saliera corriendo sin mirar atrás, pero no lo hizo.


Siempre llevaba vaqueros y camiseta o una camisa de cuadros. Y no podía decidir cuál de las dos prendas le sentaba mejor. Los vaqueros, bajos de cadera, le aceleraban el pulso. Y dejaban pocas dudas sobre sus… encantos.


También se le caía la baba mirando esos bíceps. Pero la camisa azul intensificaba el color de sus ojos y se imaginaba haciendo el amor con él durante una larga y perezosa tarde de verano.


¿A quién quería engañar? Le daba igual lo que llevase puesto.


—Lo siento, será mejor que olvides lo que he dicho.


Pero Paula no quería olvidarlo. Ella quería…


—Ya habíamos decidido que eso no sería sensato —añadió Pedro.


¿Ah, sí? ¿Cuándo?


—Yo estoy cansada de ser sensata.


Los ojos de Pedro se oscurecieron, pero enseguida sonrió.


—De todas maneras, Paula Chaves, no estás preparada para hacer el amor. Además, va contra las órdenes del médico.


Paula sabía que tenía razón. Si una ducha la dejaba agotada…


Pero las imágenes que aparecían en su cabeza no ayudaban nada e intentó apartarlas, ponerlas donde no podrían atormentarla.


—Mientras tanto… —siguió Pedro, volviendo a sentarse en el escalón— ¿por qué no me cuentas por qué tenías cara de querer matar a alguien?



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