Pedro mantuvo una expresión impasible durante la noche. Su rostro no mostraba indicio alguno de su humor de perros. Con gran alivio por su parte, la fiesta terminó y pudo zafarse, por fin, de su familia y el resto de los invitados.
Lanzó una imprecación entre dientes mientras recorría el largo corredor que conducía a la habitación de Paula. Él no había planeado que las cosas terminaran así entre ellos, ni que la estancia de Paula en Glendovia tuviera un final tan desagradable.
Al llegar, llamó suavemente y entró sin esperar respuesta.
Las luces estaban encendidas y oía ruido proveniente del dormitorio, pero había algo que no encajaba.
—¿Paula? —llamó dirigiéndose al dormitorio.
Abrió la puerta y no tardó en darse cuenta de que la cama no tenía sábanas y que faltaban todos los artículos personales de Paula, objetos que había visto en la habitación la primera noche que pasaron juntos. Un segundo después, una criada apareció en la puerta del cuarto de baño y dio un grito de sorpresa.
—Alteza —dijo, inclinando la cabeza.
—¿Dónde está la señorita Chaves? —preguntó, el ceño fruncido en señal de consternación.
—Lo siento, señor, pero se ha ido. Justo antes de que empezara la fiesta.
—¿Que se ha ido? —repitió él, sintiendo como si la tierra se hundiera bajo sus pies.
—Sí, señor. Me parece que dejó algo para usted. Lo tiene Dolores. ¿Quiere que vaya a buscarla?
—Sí, gracias. Que vaya a verme a mi despacho, ¿quieres?
—Sí, alteza.
La criada pasó junto a Pedro y salió de la habitación. Este también abandonó la habitación, aunque a un paso mucho más lento. Tomó una escalera trasera que conducía al primer piso y se dirigió a su despacho. Al cabo de diez minutos, apareció Dolores. Llevaba un taco de expedientes en los brazos.
—La señorita Chaves dejó esto para usted, señor —dijo, entregándole los papeles por encima de la mesa.
Él le dio las gracias, y esperó a que se hubiera marchado para abrir la nota. Era una carta desprovista de emoción, en la que se limitaba a explicarle que no podía quedarse más tiempo, a pesar de lo que estipulaba el contrato, ahora que sabía que estaba prometido y que se habían hecho públicas las fotos. Vio que todos los expedientes tenían que ver con la fundación Soñar es Posible.
Debería haber imaginado que Paula no se iría sin asegurarse, personalmente, de que él recibiera toda la información detallada del proyecto, de modo que la fundación pudiera constituirse según lo planeado.
El problema era que no se había imaginado que Paula se iría. Que no lo haría sin hablar antes con él, sin dejarle que se explicara.
Debería haberle hablado de Lidia desde el principio. Debería haberle dicho que esa boda había sido acordada por sus padres, pero que él no había tenido nada que ver en la decisión. Que aunque estaba prometido, no habían tenido ningún tipo de relación física.
Su madre y Lidia se alegrarían mucho, cuando se enteraran de que Paula se había ido. Sin ella en Glendovia, el escándalo de su aventura se disiparía rápidamente, y la vida continuaría. También los planes de la boda.
Ojalá pudiera sentir lo mismo. Pero en vez de eso, lo único que deseaba era salir corriendo al aeropuerto y seguir a Paula a Texas.
Si le hubiera dado la oportunidad de explicarse.
Suspiró arrepentido y arrugó la nota.
Era mejor así se dijo, mientras salía del despacho y se dirigía a sus habitaciones en la segunda planta. Ahora que Paula se había ido, las cosas volverían a la normalidad. Podría ocuparse de sus asuntos, sin pasarse el día pensando en hacerle el amor una vez más.
Sí, era mejor así. Para todos.
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