sábado, 24 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 41

 


De pie en su suite, Paula echó un último vistazo a su alrededor, comprobando que no se dejaba nada. No quedaba ni rastro de ella.


Cerró la puerta sin hacer ruido y echó a andar pasillo abajo, tirando de su maleta con ruedas. En vez de dirigirse hacia la puerta principal del palacio, por donde estarían entrando a esas alturas los invitados a la fiesta de Nochebuena, se escabulló por la puerta de atrás, donde un coche la esperaba para llevarla al aeropuerto.


Marcharse de esa forma significaba renunciar a la generosa prima, que Pedro le había prometido para que la invirtiera en la organización benéfica que quisiera, pero no podía quedarse ni un minuto más. Quería volver a casa con su familia, donde podría, con un poco de suerte, esconderse y lamerse las heridas.


En ese momento, sentía que el dolor que le atenazaba el corazón no se iría nunca, pero no perdía la esperanza. La esperanza de que cuanto antes abandonara Glendovia, antes podría dejar atrás el bochornoso incidente. Que cuanto más se alejara de Pedro, antes empezaría a olvidar que se había permitido enamorarse de él, y que él le había estado mintiendo todo el tiempo.


—Gracias por su ayuda —le dijo a la mujer, que la había ayudado a buscar el coche y el vuelo de regreso a Estados Unidos.


Paula le entregó un grueso taco de expedientes y encima de todo, una nota sujeta en la portada de una de las carpetas con un clip. Pese a lo ansiosa que estaba por salir de allí, había estado trabajando toda la tarde, para asegurarse de que la fundación pudiera echar a rodar lo antes posible.


—Por favor, ocúpese de que el príncipe Pedro lo reciba. Creo que aquí está todo lo que necesita para continuar con el proyecto de la fundación Soñar es Posible.


La mujer asintió y le hizo una pequeña inclinación con la cabeza.


—Sí, señorita. Ha sido un placer conocerla.


—Gracias —dijo Paula, tragándose las lágrimas. En sólo unas pocas semanas había llegado a conocer al personal que trabajaba en el palacio y les iba a echar mucho de menos.


Incapaz de hablar, debido al nudo que se le había hecho en la garganta, salió y entró en el coche. El interior estaba oscuro, demasiado para ver nada a través de los cristales tintados.


Pero pese a ello, Paula mantuvo la cabeza al frente cuando el coche empezó a alejarse lentamente del palacio. No quería echar un último vistazo al lugar en el que había conocido la felicidad más increíble, pero también un insoportable dolor de corazón.




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