viernes, 25 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 39

 


Ambos miraron sorprendidos hacia la puerta principal. Antes de que Pedro pudiera empezar a imaginarse quién podría haberse presentado en su casa a tan temprana hora del domingo, Paula pasó por delante de él y se metió en la cocina. Sin haber resuelto todavía la terrible duda de si Paula se habría arrepentido de hacer el amor con él, Pedro se acercó a abrir a puerta.


—¡Pedro, buenos días!


—Monica —afortunadamente, consiguió ahogar el gemido de disgusto que estuvo a punto de salir de su garganta.


No tenía tiempo en ese momento para tratar con Mónica. Ya le resultaba suficientemente difícil intentar esquivar en la oficina las atenciones personales que continuamente le prodigaba como para tener que soportarla en su casa.


—Traigo una quiche de queso y jamón —alzó la fuente que llevaba en las manos, por si Pedro todavía no había reparado en ella—. He pensado que te vendría bien un buen desayuno después de la dura noche que has debido de pasar —frunció los labios en un simpático puchero, le tendió la fuente de cristal y cruzó la puerta sin esperar invitación.


Pedro se la quedó mirando sin pestañear: ¿la dura noche que había pasado?


Monica dirigió una provocativa mirada hacia su pecho, parcialmente visible bajo la bata, y descendió hasta sus pies desnudos.


—Espero no haberte despertado, Pedro. Laura me ha dicho esta mañana que tuviste que atender un caso urgente anoche. Me preocupé tanto al no veros aparecer por el baile... Laura ha sufrido una gran desilusión, pero, por supuesto, yo comprendo perfectamente las exigencias del trabajo de un médico —pasó al cuarto de estar—. ¿Se trataba de uno de nuestros pacientes habituales?


—Bueno... no precisamente.


—Espero que no se tratara de nada serio —comentó, arqueando una ceja con curiosidad.


—Monica —le tendió de nuevo la fuente—, aprecio tu preocupación, pero ya he desayunado y no...


—La dejaremos para la comida entonces —se encogió graciosamente de hombros, alzando al hacerlo los prominentes senos que ocultaba tras un minúsculo top floreado—. Lo meteré en el frigorífico, para que nos lo comamos más tarde.


—Preferiría que te fueras, Monica. Tengo muchas cosas que hacer.


—Pero si hoy es domingo. Deberías tomarte al menos un día libre... —pero al mirar hacia la chimenea, se interrumpió bruscamente.


Pedro siguió el curso de su mirada y descubrió las dos copas de vino que habían dejado la noche pasada sobre la repisa. El bolso y las sandalias de Paula estaban a escasa distancia de ellas.


Un intenso rubor coloreó el bronceado perfecto de Monica. Lentamente, se volvió hacia Pedro con una falsa sonrisa.


—Bueno, ya que estás tan ocupado... supongo que será mejor que siga mi camino. Probablemente necesites descansar después de tu urgencia de anoche.


Pedro esbozó una tensa sonrisa mientras le tendía nuevamente la fuente.


En aquella ocasión, Mónica la aceptó.





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