martes, 22 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 30

 


Para el momento en el que Paula había abierto su puerta, él ya había cruzado el patio de la casa y subía a toda velocidad los escalones que conducían a la pintoresca cabaña de madera en la que al parecer vivía.


Había caído ya la noche y con ella las altas temperaturas del día. Paula salió del coche y lo siguió temblando.


—¡Pedro! —gritó—. Por favor, espera.


Pedro se detuvo en el porche y la miró en silencio.


—No puedo aceptar tu coche, ni tu tarjeta de crédito.


—¿Por qué no? —preguntó él con el ceño fruncido.


—Para empezar, no puedo conducir —se abrazó a sí misma, intentando entrar en calor—. No tengo carné.


—¿Qué? —preguntó incrédulo.


—Y dudo que me dejen usar tu tarjeta de crédito, porque no dispongo de ningún tipo de identificación.


Pedro la miró fijamente.


Paula subió los escalones que los separaban y le tendió la tarjeta y las llaves.


Pero, en vez de tomarlas, Pedro le tomó la mano y lenta, pero insistentemente, la empujó hacia él y la recibió con un cálido abrazo. Suspirando frustrado, apoyó la barbilla en la sien de la joven.


—Tú tenías razón —admitió Paula, perdiendo repentinamente el temor a confiar en él. Pedro había estado dispuesto a permitir que se marchara. No sabía por qué, pero el caso era que el saberlo le hacía sentirse libre. Saber que Pedro le permitiría marcharse había puesto fin a la incomodidad que anidaba en su interior desde que había descubierto que la deseaba—. Te mentí.


Pedro no dijo nada, ni siquiera se movió. Se limitó a continuar abrazándola.


—Pero antes de decirte la verdad, quiero que me prometas algo —se separó ligeramente de él, pero sólo para poder mirarlo a los ojos—. Prométeme que no harás nada al respecto. Nada en absoluto. Dejarás el asunto completamente en mis manos.


Pedro la miró con el ceño fruncido, como si quisiera negarse a aceptarlo. Al cabo de unos segundos, contestó poco convencido:—De acuerdo, te lo prometo.


—¿Con la mano en el corazón?


A los ojos de Pedro asomó una sonrisa.


—No me presiones.


Paula sintió un alivio inmenso en su corazón.


—Te dije que no había sufrido ninguna pérdida de memoria tras el accidente —comenzó a decir—, pero no es cierto. La he sufrido, y bastante grave. Eh... en realidad no soy capaz de recordar nada sobre mi pasado —tragó saliva, invadida por una repentina oleada de tristeza—. No sé quién soy.




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