lunes, 21 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 27

 


Mientras intentaba encontrar en el fondo de su mente los motivos que le habían hecho llegar a aquella conclusión, Pedro se volvió y sacó por la ventanilla el teléfono móvil. De su expresión había desaparecido todo rasgo de cariño. Tenía una mirada dura, insondable.


Se había convertido nuevamente en un extraño.


Y era ella la que había decidido que lo hiciera.


Pedro —susurró en un impulso, y lo agarró del brazo.


Sintió endurecerse los músculos de Pedro bajo su mano, mientras la observaba con una pregunta implacable en la mirada.


Una extraña ternura manaba en el corazón de Paula. No podía olvidar el beso que habían compartido, ni los cuidados que Pedro le había prodigado. Ni cómo con su beso había vuelto a saborear la esencia de la vida.


Sonrió, y sus ojos se llenaron de lágrimas.


—Antes de que la situación con Laura empeore y tenga que marcharme de aquí, quiero agradecerte que me hayas ayudado —tragó saliva—. Te agradezco que me hayas sacado del club y te hayas quedado conmigo. Soy consciente de que tienes cosas mucho mejores que hacer.


De la mirada de Pedro desapareció toda prevención. Sus ojos se oscurecieron con una poderosa intensidad.


—No se me ocurre ninguna otra cosa mejor que pasar una tarde contigo. A no ser el poder disfrutar de tu compañía durante toda una noche.


Inmediatamente, Paula se descubrió envuelta en una nueva oleada de deseo. El solemne rostro de Pedro ocupaba todo su campo de visión. La promesa de otro beso le hacía olvidarse del mundo.


Pero una inesperada llamada telefónica se interpuso entre ellos. Paula retrocedió sobresaltada. Pedro soltó un juramento y se llevó el teléfono al oído. Tras una brusca contestación, se volvió de espaldas.


—Laura, estaba a punto de llamarte. Siento haberme retrasado. Si todavía quieres que vaya a buscarte, puedo...


Se interrumpió bruscamente.


—¿Que me has llamado? No, no he oído el teléfono. Lo he tenido toda la tarde en el coche —volvió a interrumpirse y buscó a Paula con la mirada—. Sí, todavía está conmigo.


Paula se mordió el labio, nerviosa. La expresión de Pedro era cada vez más sombría.


—Espera un momento, Laura. Estábamos intentando solucionar un problema relacionado con su salud. Creo que ya te advertí ayer por la noche que corría un serio peligro —permaneció en silencio algunos segundos—. ¡Has sido tú la que le has hecho ir a la piscina a cuidar a los niños...!


Volvió a callarse. Un suave rubor cubrió su rostro.


—¿El lago Juneberry? Sí, claro, estábamos allí, pero... —cerró los ojos e inclinó la cabeza. Al instante siguiente, saltó enfadado—: El caso es que lo que hayamos hecho o dejado de hacer no es asunto tuyo. Ya me he disculpado por llegar tarde y yo... ¿Laura?


Apretando los dientes, desconectó el teléfono y lo arrojó al interior del coche.


Temiéndose lo peor, Paula esperó las noticias que sabía iba a recibir a recibir a continuación. Tras un largo y sombrío silencio, Pedro se volvió hacia ella. Paula sentía su enfado, pero su mirada estaba cargada de arrepentimiento.


—Lo siento Paula, tenías razón. Laura te ha despedido. Te dejará tu maleta en el porche. Podrás ir a buscar el cheque con tu paga el próximo viernes.




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