viernes, 7 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 5
—Caramba —murmuró Paula mientras llamaba al timbre de los Alfonso. Le había dicho a Pedro que estaría allí a las nueve de la mañana y llegaba con casi un cuarto de hora de retraso. Ella nunca llegaba tarde, era una de sus normas, pero su vecino estaba enfermo y necesitaba que alguien le hiciera la compra, por lo que se había pasado antes por la tienda.
—Llegas tarde —gruñó Pedro cuando abrió la puerta.
Normalmente, Paula se hubiera disculpado, pero era Pedro y no era una buena idea que se llevara lo mejor de ella.
—Entonces tendrás que descontármelo de mi paga.
Él pareció incómodo al recordar que Paula estaba donando su tiempo por el respeto y el aprecio que sentía por su abuelo.
—¿Puedo pasar? —preguntó Paula— ¿O debería usar la puerta de atrás del servicio?
—No seas ridícula —respondió Pedro.
Sonrió mientras entraba, esta vez mejor capacitada para apreciar lo que la rodeaba. Una amplia y bonita escalera descendía desde el segundo piso hasta un suelo de madera que contrastaba con las alfombras orientales que había esparcidas. Las puertas y los arcos eran de caoba mientras que las paredes blancas hacían la estancia más luminosa.
Otra vez, a través de un arco, Paula vio al profesor Alfonso sentado al fondo del salón. En aquel momento estaba despierto, aunque parecía ensimismado.
De forma instintiva, Paula dio un paso hacia él, pero se detuvo y suspiró.
Nunca había visto a nadie tan triste.
¿Cómo sería amar tanto a alguien que cuando lo perdieras tu vida entera se tornara gris y vacía? Daba miedo, pero, al mismo tiempo, era el tipo de amor que ella quería, la clase de amor incondicional de la que siempre había oído hablar, pero que nunca había encontrado, ni siquiera su padre se lo había dado.
—Supongo que quieres empezar por el desván. Hay muchas cosas allí.
—Creo que primero echaré un vistazo —murmuró Paula, distraída con la mirada del anciano.
¿Estaría recordando los días felices en los que su mujer traería flores a casa y él se daría prisa por llegar para estar con ella? Paula nunca había hablado de temas personales con Joaquin Alfonso, pero como autor de varios libros, había escrito sobre su mujer y la pasión que sentía por la jardinería.
—Pasa entonces —Pedro procedió a pasearla por la enorme casa señalando varios lugares donde una vez hubo cuadros colgados—, pensamos que todo está en el desván —explicó.
—¿Como el cuadro de tu bisabuela?
Pedro le lanzó una mirada furiosa. La tarde anterior había investigado en Internet sobre Arthur Metlock y la información que había encontrado lo había impresionado. Si el cuadro que Paula había devuelto era original, valdría un montón de dinero.
Pedro no sabía nada sobre arte, a pesar de que su abuelo había querido que se interesara en la materia y, desde luego, nunca había pensado que ninguna obra de la colección valía más que unos pocos dólares. Joaquin Alfonso siempre había hablado de sus obras de arte en términos de belleza y no de su valor económico. Si hubiera introducido cifras, sus lecciones habrían interesado más.
—Estoy seguro de que ha sido un accidente. Mi madre habló de deshacerse de algunas cosas de la casa que la familia no tendría interés en conservar, probablemente comenzó a reunir objetos y metió entre ellos el cuadro, pensando que no tenía ningún valor.
—Tus padres se mudaron a Florida cuando se jubilaron, ¿verdad?
Pedro hizo una mueca, en el pueblo todo el mundo sabía de la vida de los demás. La intimidad no era algo que se pudiera conseguir en Divine y él prefería el anonimato de la vida urbana.
—Sí, pero han estado viniendo cada dos meses para ayudar al abuelo ¿Necesitas algo para empezar con el inventario?
Paula no respondió de inmediato, sino que observó el salón, donde Pedro había concluido la visita. Tenía una expresión pensativa, como si estuviera ordenando ideas más que curioseando.
Paula siempre había sido una extraña mezcla de energía nerviosa e inteligencia. Era fácil olvidarse de que un formidable cerebro se escondía tras su costumbre de hablar demasiado, pero incluso cuando era un niño, Pedro sabía que Paula Chaves era lista. ¿Por qué no se había ido a vivir fuera de Divine? Después de cómo se había portado la gente del pueblo cuando él había tenido el accidente, Pedro no había perdido tiempo para marcharse.
—Me fui un tiempo, pero luego regresé —dijo sin mirarlo.
Pedro puso cara de susto al darse cuenta de que había formulado la pregunta en voz alta.
—Yo… estaba pensando si no te habrías vuelto loca aquí. Divine no es la capital intelectual del Estado.
—La universidad es excelente a nivel académico y viajo a menudo por mi trabajo. El año pasado, un museo de Nueva York me mandó a Londres en un equipo para autentificar un Rembrandt recién adquirido.
—Pero tú vives aquí. La universidad está más cerca de Divine, pero incluso los alumnos viven en Beardington. Este pueblo se está muriendo y todo el mundo lo sabe. Apuesto a que no se ha abierto ningún negocio aquí en los últimos veinticinco años.
—Claro que vivo aquí, es mi hogar.
Hogar. Pedro sacudió la cabeza. Para él no tenía ningún sentido, pero no era asunto suyo si quería enterrarse en un pueblo atrasado. Gracias a Dios que Divine sólo estaba a dos horas de coche de Chicago porque si no, habría tenido problemas para organizar sus frecuentes viajes al Illinois rural.
Pedro se arrepintió de pensar lo que estaba pensando y miró a su abuelo, despreocupado y sentado frente a la fría chimenea. Joaquin Alfonso hacía pocas cosas a lo largo del día a excepción de dormir o girar su silla periódicamente como si huyera de un recuerdo doloroso; senilidad acelerada por la pena.
Pedro suspiró.
Habían esperado que la medicina funcionase, pero no había sido así. Y si el abuelo no podía valerse por sí mismo, no podía quedarse solo. La abuela hubiera odiado verlo así. Ella había sido tan vitalista, cuidando de su jardín y su familia con el mismo entusiasmo que placer.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario