martes, 4 de agosto de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 51




Todo transcurrió como a cámara lenta. Paula apenas fue consciente del ruido de las botas a su alrededor. Escuchó a Locatelli y a Gabriel impartiendo órdenes mientras sus hombres pasaban de largo a su lado para atrapar a Fedorovich. Más gente se reunió en el puente, pero sólo podía ver, sólo podía pensar en Pedro.


Y en su aterradora inmovilidad.


Se arrastró hasta él. Tenía los ojos abiertos y respiraba agitadamente. Tenía un agujero en el centro de su camiseta de polo…


«¡Oh, no!», exclamó para sus adentros. Apoyó una mano en su pecho.


—¡Llamen a un médico! —gritó a la gente que los rodeaba.


Pedro alzó entonces una mano para acariciarle una mejilla.


—Paula —murmuró—. Estoy bien.


Ladeó la cabeza para besarle los dedos.


—Ahorra tus fuerzas, Pedrochik —susurró.


—Estoy bien, de verdad.


—¿Señor Alfonso? —era el capitán del barco, Nikolas Pappas. Arrodillándose, se inclinó hacia Pedro.


—¿Está herido?


—No. Sólo cansado. Eso es todo. No necesito un médico.


El capitán dio una orden a uno de los agentes que se estaba ocupando de Fedorovich, le apretó un hombro y se incorporó para alejarse. Paula se lo quedó mirando de hito en hito. 


¿Cómo podía no darse cuenta de que…? Tenía una mano entre las suyas: las lágrimas le caían sobre los nudillos.


—Éste no es momento para hacerte el valiente, necesitas…


—Paula, mírame —se incorporó sobre un codo—. Llevo el chaleco antibalas.


Miró su pecho de nuevo. No había sangre alrededor del agujero de bala. Sí, Pedro llevaba una protección debajo de la camiseta…


La sensación de alivio, de tan intensa, resultó dolorosa. Las lágrimas fluían incontenibles. 


Pedro estaba ileso. No iba a perder a otro ser querido. Se dobló sobre sí misma, apretando la mano de Pedro contra su pecho.


—Hey, ¿estás bien?


¿Otro ser querido? Se había enamorado de él.


Amaba a Pedro. No quería perderlo. Podía sentir su presencia en su corazón tan claramente como su mano entre las suyas.


—¿Paula?


Pero iba a perderlo. Desde el principio habían estado destinados a separarse. Temblando, se sentó sobre sus talones y le soltó la mano.


El mundo volvió a recomponerse. El agente Gallo y uno de los hombres de Gabriel se llevaron a Fedorovich. Tenía la cabeza ensangrentada.


Pedro se sentó trabajosamente y la miró, como si de repente se hubiera acordado de algo.


—Ese primer tiro de Fedorovich no te hirió, ¿verdad? Me pareció que falló, yo…


La preocupación que destilaba su voz no hizo sino conmoverla aún más. Paul miró la cubierta, el puente, la barandilla, las estrellas que brillaban en el cielo… todo menos el rostro que había llegado a ser tan querido para ella. Lo amaba. No había querido que aquello sucediera.


—Estoy bien. ¿Dónde está Sebastian? ¿Quién lo está vigilando? Estará terriblemente preocupado. Necesito verlo.


—Sebastian puede esperar —dijo Pedro, acunándole el rostro entre las manos—. Esto no.


—¿Qué…?


Y la acalló con un beso.


Para entonces, Paula estaba temblando tanto que no se dio cuenta de que lo mismo le pasaba a él.


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