sábado, 18 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 37




Cuando Pedro le dijo que la amaba, Paula pensó que se iba a morir de alegría.


Después de tantos meses deseando escuchar esas palabras, por fin había sentido cómo su marido la abrazaba y le decía lo que tanto deseaba escuchar. Había comprendido que una felicidad que ella no había conocido hasta entonces era posible en la vida mortal. Después, él le hizo el amor tan tiernamente, con tan intensa pasión, que pensó que se encontraba en el cielo.


De repente, él la soltó y comenzó a caer al suelo sin que nadie pudiera evitarlo.


Se golpeó contra la tierra sin paracaídas. Su cuerpo y su alma se rompieron en mil pedazos.


—Te acuerdas…


—De todo —confirmó ella.


Tras darse cuenta de que estaba completamente desnuda, tomó una bata de seda que tenía colgada de la puerta del cuarto de baño y, tras ponérsela y atársela, se secó las lágrimas de los ojos antes de volver frente a Pedro.


—¿Era esto una especie de broma pesada para ti? ¿Destruiste a mi familia y luego me encerraste en esta isla como una especie de patética esclava para tu disfrute sexual?


—¡No! ¡No fue así! —exclamó Pedro. Se levantó de la cama y la agarró por los hombros para poder mirarla mejor a los ojos—. ¡Sabes que no fue así!


Contra su voluntad, Paula comenzó a recordar todo lo ocurrido en las últimas semanas juntos, desde que se encontraron en Londres. Con furia, apartó todos los recuerdos. No quería pensar en nada. No podía hacerlo.


Una profunda tristeza se apoderó de ella. Tan sólo unos instantes antes, entre los brazos de su esposo, había experimentado la verdadera felicidad. Se había sentido loca de alegría por el hecho de que él la amara. Por fin conseguía ocupar su lugar en el mundo, entre los brazos de Pedro. Como su esposa. Como la madre de su hijo.


Sin embargo, en aquel instante, se sentía más perdida de lo que nunca había estado. Era peor aún que cuando cumplió los catorce años y perdió a su padre.


Cuando lo perdió todo, incluso a su madre tan sólo unos meses después.


Por él.


Se había pasado once años maquinando para poder vengarse. Para hacer todo lo que pudiera por destruirlo antes de que él pudiera hacerle a alguien el mismo daño que le había hecho a ella.


Desgraciadamente, lo único que había conseguido era traicionar la memoria de su familia. Había fallado a todos a los que amaba.


Siempre se había prometido que sería mejor hija para Arturo Craig cuando hubiera llevado a cabo su venganza. Entonces, en Estambul, mientras se escondía de Pedro, se quedó atónita al enterarse de que su padrastro había muerto. Arturo Craig había fallecido sin saber lo mucho que ella lo quería.


Ya era demasiado tarde. Tragó saliva y contuvo las lágrimas. Era una pena que no hubiera estado conduciendo más rápido cuando las manos se le resbalaron sobre el volante y perdió el control de su Aston Martin. Era una pena que no se hubiera chocado contra un tren en marcha en vez de con un inocente buzón de correos.


Había desperdiciado once años de su vida para nada.


Pedro había conseguido mantener su empresa a pesar de los documentos que ella le había robado. Además, la había engañado para que se casara con él y, lo peor de todo, estaba embarazada de su hijo.


La victoria de su enemigo había sido completa.




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