lunes, 20 de julio de 2020
CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 3
—Pero Sebastián no es su hijo —haciendo sonar sus pulseras, Paula Chaves se llevó el teléfono a la oreja mientras se abría paso entre la multitud que se había reunido al pie del crucero—. Todo esto es un terrible error…
—Paula, tranquilízate. No me estás escuchando. Te he dicho que, a efectos legales, Sebastián es el hijo de Pedro Alfonso. El proceso de adopción es ya un hecho.
Paula contuvo el impulso de arrojar el móvil al suelo. Su abogado era frío y metódico, justamente lo contrario que ella: precisamente por eso lo había contratado. Desde que había empezado a prosperar en su trabajo, le había servido bien. Pero su insistencia en ajustarse continuamente a la ley resultaba frustrante.
—Rodolfo, no me han robado uno de mis diseños de moda… Me han robado al hijo de mi hermana.
—Nadie ha robado a nadie. Se han seguido los procedimientos de rigor.
—¿Qué? Registraron mal su nombre. Por eso yo no podía encontrarlo. O quizá esos avarientos comisarios de la agencia de adopción no estaban dispuestos a perder una buena comisión del americano… ¿A ti qué te parece?
—Paula, aunque admito tu debilidad por el teatro y el drama… yo aquí no detectó conspiración de ningún tipo. Ha sido un caso de simple incompetencia. Nuestra red de servicios sociales está sobrecargada y descuidada, de modo que los errores de este tipo no resultan extraños.
—¿Para eso me has llamado? ¿Para decirme que no puedo hacer nada?
—Al contrario. He encontrado a un juez que atenderá nuestra reclamación la semana que viene.
Paulaa barrió con la mirada la fila de pasajeros que esperaban para facturar. No tenía muchas esperanzas, ya que era probable que Pedro Alfonso y Sebastian lo hubieran hecho ya. Había varias parejas con niños, pero ni rastro de su sobrino ni del hombre que se lo había robado.
—Se marchan hoy, Rodolfo.
—Sí, ya lo sé. Eso no podemos evitarlo. Nuestro único recurso es esperar a que el tribunal invalide la adopción.
—¿Esperas que me conforme con eso? Es mi sobrino. No necesita a ningún extranjero divorciado, me necesita a mí… —se le quebró la voz con la última palabra. Intentó buscar un pañuelo en su bolso, no lo encontró y tuvo que utilizar una punta de su chal de seda—. Se lo debo a mi hermana. Sé que teníamos nuestras diferencias, pero ella habría querido que yo me hiciera cargo de él.
—Puedo asegurarte que el tribunal tendrá eso en cuenta. Ten paciencia, Paula.
Lanzó una última mirada a la cola de pasajeros de facturación y contempló ceñuda a los tripulantes vestidos de blanco que atendían en el mostrador. Algunos chasqueaban con los dedos mientras seguían el ritmo de la música tradicional griega que resonaba por los altavoces. Estaban celebrando el bautismo del crucero. Al parecer todo el mundo estaba de buen humor, excepto Paula.
—No puedo tener paciencia, Rodolfo. No voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo ese hombre se lleva a mi sobrino al otro extremo del mundo.
—Paula… ¿qué piensas hacer?
—Hacer entrar en razón a ese secuestrador americano.
—No. De ninguna manera. Llevaremos este asunto por la vía judicial, exclusivamente. Cualquier contacto directo con Alfonso podría ser utilizado por su abogado en nuestra contra.
—Una vez que escuche mi versión de lo sucedido, no necesitaremos a los tribunales.
—Paula, déjame esto a mí. No te ofendas, pero la diplomacia nunca ha sido tu fuerte.
—Al diablo con la diplomacia. Este barco zarpará a las cinco en punto.
—Entonces no tendrás oportunidad de hablar con él. Ni aunque su abogado accediera a que mantuvierais un encuentro.
—Dispondré de diez días de oportunidades, Rodolfo, ya que pienso subirme a ese barco.
—¡Paula!
—Te llamaré mañana para informarte de todo —cortó la comunicación y se guardó el móvil en el bolso. Dejaría que los abogados se preocuparan por los formalismos legales: su única preocupación era el niño. Abrió la cartera donde llevaba sus papeles. Le temblaba la mano cuando sacó el pasaje.
Le había salido escandalosamente caro conseguir un pasaje de último minuto, pero su dinero tenía que servir para algo más que para pagar las exorbitantes tarifas de su contable y de su abogado.
Olga nunca había querido nada de la fortuna de su hermana pequeña, y ése había sido otro motivo de enfrentamiento entre ellas. Siempre que Paula le había ofrecido dinero para hacerle la vida más fácil, Olga le había respondido, riendo, que ya poseía todas las riquezas que podía anhelar. Un marido que amaba y un hijo al que adoraba. Y el dinero no podía comprar eso.
Había tenido razón. Olga y Borya habían sido la pareja más feliz del mundo. Seguía sin acostumbrarse a la idea de su muerte. ¿Habrían seguido vivos si Paula se hubiera esforzado más en ayudarlos? Debería haberlos visitado con mayor frecuencia. O quizá haberlos persuadido de que se trasladaran a Moscú y trabajaran para ella. Al menos así habría doblegado el orgullo de Borya y le habría comprado un coche nuevo.
Nunca se había cansado de decirles que aquella antigualla era una trampa mortal…
Se le nubló la vista. Parpadeando para contener las lágrimas, se dirigió hacia la taquilla. Tenía muchas cosas de las que arrepentirse, pero no era momento para lamentaciones. La pesadilla se estaba acercando a su final. El dolor y la frustración por aquella larga búsqueda, que se había prolongado durante nueve meses, estaban a punto de terminar.
Era por eso por lo que no le importaba lo que Rodolfo o las leyes pudieran decir. No iba a permitir que nadie le arrebatara a Sebastián cuando estaba tan cerca de encontrarlo…
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