lunes, 27 de julio de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 26



Pedro recibió el vaso de agua de manos de Gabriel y se tomó uno de los analgésicos que le había recetado el médico. Había retrasado ese momento todo lo posible para poder mantener despejada la cabeza, pero el dolor estaba empezando a imponerse.


—Le agradezco que me haya atendido tan tarde, señor Dayan.


—Podríamos posponer esta conversación hasta mañana —dijo Gabriel, volviendo a colocar el vaso sobre el escritorio—. Me parece que usted necesita descansar.


Pedro se recolocó en la silla, buscando una postura más cómoda. Su lado derecho era el que había sufrido más: cada centímetro de ese flanco le recordaba el golpe contra el parachoques del taxi y el asfalto de la calle. 


Habría dado cualquier cosa por acostarse, pero Sebastian se había dormido y tenía que aprovechar la oportunidad para hablar con Gabriel en privado. Aunque Paula había desaprobado la idea, se había quedado a vigilar al niño hasta que regresara.


—No, prefiero hablar con usted ahora. Seré breve.


Sentado ante su escritorio, Gabriel abrió su carpeta y desenroscó su pluma. Su despacho era pequeño y sin ventanas: una habitación puramente funcional.


—Adelante —lo animó Gabriel—. Transmitiré su información a la policía de Nápoles.


—No se trata del atropello de hoy, sino de otro asunto.


—Usted dirá.


—Tiene que ver con mi hijo adoptado, Sebastian.


—Sí, me acuerdo. El niño ruso.


Pedro observó al jefe de seguridad. Gabriel parecía un tipo competente y responsable. Otra cosa era que se dignara tomarse en serio sus preocupaciones. De todas formas, tenía que intentarlo.


—Temo que Sebastian haya sufrido algún tipo de maltrato en alguno de los orfanatos donde estuvo.


Gabriel se inclinó sobre la mesa.


—¿Quiere que lo examine nuestro equipo médico?


Ésa era una de las preguntas más difíciles que Pedro había tenido que hacerse. Intentó responder con la mayor tranquilidad de que fue capaz, aunque la sola idea le ponía enfermo.


—No creo que a estas alturas eso le reporte ningún bien. No tiene heridas recientes o que no tengan fácil explicación. Por otro lado, tampoco se comporta como un niño que haya sufrido maltrato sexual.


—Si no tiene ninguna herida física… ¿por qué sospecha que ha sido maltratado? ¿Se lo ha contado él?


—No.


—¿Entonces?


—Ha tenido pesadillas con un monstruo. Y creyó ver a ese mismo monstruo conduciendo el coche que me atropello. Por eso se alteró tanto.


—Sueña con monstruos. Ya.


Pero Pedro insistió, pese al escepticismo que destilaba la voz de Gabriel.


—Su descripción de ese monstruo es muy detallada y específica… por eso creo que podría tratarse de una persona real.


—Cree que el monstruo de la pesadilla podría ser alguien de ese orfanato.


—Sí. Sebastián fue muy feliz antes de que murieran sus padres y luego estuvo en varios orfanatos. Ése debe de ser el origen de su ansiedad.


Gabriel tamborileó con su pluma en el escritorio.


—O tal vez se trate simplemente de una pesadilla. Sin más.


Pedro sacudió la cabeza. Tuvo que apretar los dientes para combatir la sensación de mareo que lo estaba asaltando.


—Eso es lo que yo pensé la primera vez que le sucedió. Pensaba que sólo era un incidente aislado, pero se ha convertido en una especie de pauta. No puedo ignorar la posibilidad de que mi hijo esté intentando decirme algo.


—¿Hablándole de un monstruo?


—Sí, no hay muchas vías de comunicación abiertas para un niño que tiene miedo de un adulto, especialmente de un cuidador. Nadie se muestra muy dispuesto a creer algo así.


—Lo entiendo, pero…


—No, me parece que no lo entiende, señor Dayan. Lo único que necesita un maltratador para quedar impune es que una sola persona desprecie o ignore los terrores de un niño.


—Los niños tienen una imaginación muy activa.


—Desde luego. Se inventan cosas continuamente. Pero eso no quiere decir que se lo inventen todo. Sea cual sea el motivo, mi hijo está aterrorizado por un hombre con una cicatriz en la cara.


Gabriel volvió a enroscar su pluma y se levantó.


—No sé muy bien qué es lo que espera que haga por su hijo, señor Alfonso. Me encargo de la seguridad de este barco. Mi autoridad no se extiende más allá.


Pedro recogió sus muletas y se levantó también.


—Pero sí que puede contactar con gente que tenga esa autoridad, ¿verdad?


—¿Qué quiere decir?


—Sebastian estuvo en dos orfanatos: uno en Murmansk y otro en San Petersburgo. Contacte con la policía de esos lugares. Pregúnteles si en la plantilla de esos centros hay alguien alto, que le guste vestir de oscuro y con una cicatriz en la cara con forma de hoz. Quizá siga trabajando allí. Quizá solamente se trate de una visita. Quizá no sea más que un producto de la imaginación de mi hijo. Pero si existe, hay que investigarlo.


—¿A partir de la única base de las pesadillas de su hijo?


—Me doy cuenta de que suena ridículo, pero… ¿qué daño pueden hacer unas cuentas llamadas?


—Señor Alfonso, puedo ver que es usted sincero, pero, francamente, creo que sería una pérdida de tiempo molestar a la policía partiendo de algo tan insustancial.


—Maldita sea, ¿qué es lo que tiene que perder? Puede que haya un monstruo suelto por ahí maltratando niños… Sebastian está ahora a salvo. Yo siempre lo protegeré. Pero… ¿quién protegerá a esos otros niños? ¿A los niños que se han quedado dentro, en esos centros?


Gabriel pareció reflexionar y finalmente asintió con la cabeza.


—Déme los números de teléfono de esos orfanatos. Haré algunas averiguaciones por mi cuenta.


No era todo lo que Pedro había esperado, pero por la expresión de Dayan sabía que no iba a conseguir mucho más. Agarró con fuerza las muletas, sobreponiéndose a otra punzada de dolor. Le dolían las rodillas y los moratones. 


Pero no todo el dolor procedía de sus heridas. 


También le dolían los recuerdos.


Desde el principio, había percibido que Sebastián y él compartían algo. Y, desde luego, esperaba que no fuera eso.


—Gracias, señor Dayan. Ruego a Dios que esté equivocado.


—Yo también, señor Alfonso.




2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyy pobrecito Sebastián. Menos mal que Pedro y Pau lo protegen.

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  2. Estoy muy intrigada con esta historia... por qué este hombre mató a los padres y ahora quiere matar a Sebastián??

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