lunes, 27 de julio de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 25




Al principio, le temblaban los labios. Intentó recordar sus heridas y ser extremadamente cuidadosa. Pero cuando sintió su boca moviéndose contra la suya, se puso de puntillas para intensificar el contacto.


Besaba de la misma manera que sonreía. No con aquellas sonrisas frías y educadas, sino con las verdaderas: las que apenas dejaban vislumbrar la pasión que tanto se empeñaba en contener. Ladeando la cabeza, empezó a bordear el contorno de sus labios con la punta de la lengua y…


—¡Papá! ¡Tía Pau!


Al oír la voz de Sebastian, Paula abrió los ojos. 


Apartándose, parpadeó varias veces para poder enfocar bien el rostro de Pedro. Seguía sin saber qué decir. Aparentemente, él tampoco.


—¡Monstruo! ¡He visto al monstruo!


Ambos bajaron la mirada. Sebastian seguía aferrado a su pierna izquierda con un brazo y se había agarrado a la falda de Paula con la otra mano. Le temblaba la barbilla, como si estuviera a punto de ponerse a llorar otra vez.


—No pasa nada, hijo —le aseguró Pedro con voz ronca. Se aclaró la garganta—. No te preocupes por los monstruos. Yo te protegeré, te lo prometo.


Sebastián miró entonces a Paula y le dijo algo en ruso, hablando tan rápidamente como cuando tuvo la última pesadilla. Le describió al ogro de la misma manera que antes: pálido, con el rostro marcado por una cicatriz y con alas negras.


Pero esa vez no lo había visto ni en su pesadilla ni en el muelle… sino al volante del coche que había atropellado a Pedro.




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