lunes, 8 de junio de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 38
Pedro se esforzó por dar la impresión de que analizaba lo que sir Frank acababa de proponerle.
—Me gustaría poder pensar en lo que me acabas de decir —dijo, dudando seriamente de haber retenido algo de las dos horas que llevaban hablando, aparte de los buenos días. Mientras observaba los números sobre los beneficios del hotel durante los últimos cinco años no había parado de ver la imagen de Paula tal como la dejó dos horas atrás, su desnudez semicubierta por una sábana mientras yacía dormida.
—No espero otra cosa —repuso el hombre mayor con tono de aprobación, antes de que sus ojos se desviaran hacia la puerta, donde Rebeca había aparecido de repente.
Como siempre, la morena estaba vestida con ropa de marca, y entró en la estancia con un paso que resaltaba la extensión y firmeza de sus piernas. Plantó un beso en la frente de su marido y por primera vez a Pedro se le ocurrió que la sexualidad de Rebeca era tan sintética como su rutina de esposa amante. No le sorprendió tanto el hecho como haberlo observado. En el pasado se había esforzado en no pasar de la fachada con las mujeres. En cuanto un hombre empezaba a mirar debajo de la superficie, corría el riesgo de encontrar rasgos atractivos e involucrarse emocionalmente, y lo siguiente que sabía era que bailaba el vals nupcial y asistía a clases de parto sin dolor.
—¡Maldición! —no se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que los Mulligan lo miraron con ojos curiosos—. Lo siento. Acabo de pensar en algo que tendría que haber hecho.
—¿No habrás aceptado mi propuesta ya? —bromeó sir Frank.
—Jamás salto sin mirar, sir Frank —sonrió. «Bueno, no hasta la noche anterior», corrigió—. Le plantearé a la junta lo que hemos hablado y te haré saber su opinión.
—Por supuesto. De ti, Pedro, no espero otra cosa. Y, para ser totalmente sincero, prefiero ver que Illusion termina en Porter Corporation que en una de las otras cadenas menos rigurosas.
Pedro no mordió el cebo y no preguntó que otros grupos pujaban por las instalaciones, aunque era de esperar que hubiera por lo menos media docena; el tono de Mulligan bastó para transmitir que su rival más serio era Mario Kingston.
—Como dije antes —continuó el hombre mayor—, me encantaría ver que la isla pasa a manos de alguien a quien de verdad le importe la industria turística de este país. Aunque en el pasado hemos sido competidores, tengo un respeto enorme por Damian Porter como hombre de negocios —emitió lo que parecía una auténtica sonrisa melancólica—. Por desgracia, Pedro, ambos sabemos que al ser yo también un hombre de negocios, no puedo permitir que los sentimientos nublen mi decisión para la venta, de modo que si quieres aclarar algún punto, estaré en mi despacho toda la tarde...
—¡Oh, cariño! —gimió Rebeca—. ¿Toda la tarde? Quería salir a navegar unas horas. Incluso iba a sugerir que lleváramos a Pedro y a... hmmm... hmmm.
—Paula —aportó Pedro, conteniendo una sonrisa.
—Oh, Frank, cariño, ¿no puedes postergar tus planes para esta tarde?
—Lo siento, Rebeca, pero por desgracia no puedo. No obstante, no hay motivo para que no puedan ir ustedes tres. ¿Quién sabe? —sonrió—. Quizá unas horas de ver la belleza de Illusion desde el mar ayude a Pedro a llegar a una decisión.
Pedro apenas pudo ahogar un gemido. Lo último que necesitaba era pasar una tarde con la vampiresa de Rebeca. Pero su intento de declinar la invitación no fue aceptado con ecuanimidad por lady Mulligan, y cuando se mantuvo firme en su negativa ella recurrió a los mohines y las súplicas. Fue un ardid que le proporcionó una mirada furiosa de sir Frank, a quien no le gustaba que nadie irritara a su malcriada y mimada esposa.
Mentalmente los mandó a los dos al infierno. A pesar de las afirmaciones de Mulligan de que en primer lugar era un hombre de negocios, sus excentricidades, cuando se trataba de su esposa, eran bien conocidas; Pedro no podía arriesgarse a descubrir si una negativa pondría en peligro las negociaciones.
—¡Estupendo! —irradió Rebeca cuando al final aceptó—. Dame unos minutos para cambiarme y luego bajaremos al embarcadero.
—Me temo que tendrá que ser más tarde. Estoy seguro de que Pau tendrá el almuerzo preparado cuando vuelva. Que sea a... ¿la una y media?
—Oh, de acuerdo —pareció tan abatida como podía estarlo alguien con sus bien dotadas dimensiones—. Me había olvidado de ella.
Era una mentira patética, pero Pedro deseó poder decir lo mismo con la mitad de convicción.
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