lunes, 8 de junio de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 39
—Paula, una relación física entre nosotros no funcionará...
Desde el instante en que Pedro atravesó la puerta con aire tenso, pero decidido, con un saludo de «Tenemos que hablar», había estado repasando la escena que Paula había imaginado toda la mañana. Y, tal como había predicho ella, no le dio oportunidad de contradecirlo, ya que de inmediato se lanzó a un extenso monólogo sobre todos los motivos por el que tuvieron sexo.
Hasta ese momento le había echado la culpa al aislamiento, la proximidad, el estrés, la curiosidad e incluso al «exceso de identificación con su papel de pareja casada», como factores que contribuyeron a ello. Pero como Pau había esperado que citara todo, incluyendo los problemas en Oriente Medio, permaneció en silencio, dejando que se explayara a sus anchas.
—¿Y bien? —preguntó él al final con cara expectante—. Tendrás algo que decir...
—Sí —con una sonrisa se acercó a él y con gesto seductor le acarició el pecho. —Bésame...
—¿No has oído ni una palabra de lo que dije? —se retiró con tanta precipitación que ella estuvo a punto de caer de bruces—. ¡Lo que pasó anoche pasado está!
Oh, Dios... Pedro no había intentado encontrar razones para justificar lo sucedido porque se negara a creer en el concepto del amor. ¡Le estaba diciendo que lo de la noche anterior había sido la primera y la última vez! En cuanto despertó sola en la cama había sabido que la próxima vez que lo viera estaría asustado, pero en ningún momento había imaginado que elegiría la negación total como un modo de enfrentarse a las cosas. Ella había pasado toda la mañana tratando de decidir cuánto tiempo necesitaba su relación antes de poder revelarle lo que sentía por él sin espantarlo...
¡Y ahí estaba él, descalificándolos a los dos para cualquier futura competición!
—¿Pau?
—He oído lo que has dicho, Pedro. Pero al parecer no en el contexto que tú querías —su
voz no sonó tan firme como deseaba, pero nada lo era. Tenía las piernas como gelatina y el estómago revuelto. Santo cielo, no podía ser.
No... no era justo.
—Los dos sabemos que lo que digo es verdad, Pau.
—¿Sí? —clavó con fuerza las uñas en las palmas de las manos para mantener la calma y no llorar delante de él.
—La cuestión es que sin importar lo estupendo que fuera el sexo... hmm... entre nosotros, no queremos lo mismo en una relación. Tu sueñas con un compromiso y a mí me espanta. Ninguno cambiará, sin importar lo mucho que deseemos creer lo contrario. Intentar llevar esto más lejos sólo sería...
—¡Un error impulsivo! —espetó ella—. Sí, de acuerdo, Pedro, ya lo he entendido. Pero, contéstame a esto: ¿este particular error impulsivo ocurrió la primera, la segunda, la tercera o la cuarta vez que hicimos el amor?
—Pau, cariño...
—¡No me toques! —jadeó, apartándose del alcance de su mano—. Sólo contesta la pregunta. ¿Cuándo crees que tuvo lugar este error impulsivo?
—Pasó —soltó un suspiro— cuando mezclé el valor a largo plazo de la amistad con la satisfacción a corto plazo del sexo; en cuanto recogí esa caja de preservativos y entré en tu habitación.
—Entonces tú eres el único que cometió ese error impulsivo, Pedro. Porque yo... —se clavó un dedo en el pecho—... dormí contigo sabiendo exactamente lo que hacía. No fui lo bastante estúpida como para visualizar que eso conduciría a una proposición de matrimonio, aunque imaginé que nuestra amistad podría sobrevivir a una aventura. Pen...
—¡Una aventura! —mostró una expresión de atontada incredulidad— ¡No podemos tener una aventura! ¡Tú no tienes aventuras! —le informó—. Para ti el matrimonio siempre ha sido el fin. Siempre has jurado que jamás te rebajarías a ser la amante de un hombre.
—Es cierto. Y la buena noticia es que no rompí ese juramento. Pero gracias a ti mi elevada posición moral en contra de un revolcón de una noche ha perdido toda credibilidad —la satisfacción de verlo palidecer ante la acusación no bastó para derrotar la amenaza de las lágrimas; sólo el orgullo lo consiguió.
—No... no sé qué decir...
—¿No? Pues no te preocupes, porque no estoy interesada en escucharte —giró en redondo y salió de la habitación.
—¡Pau, espera!
No lo hizo, ni miró atrás para mandarlo al infierno ni cerró de un portazo, aunque Pedro sintió que jamás había quedado tan aislado de alguien.
Bajó la vista a la impecable mesa con el mantel blanco de algodón, una bandeja con fruta, copas de cristal y una cubitera con una botella de champán. No supo si era el idiota, el bastardo o el mártir más grande del mundo.
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