martes, 30 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 50






No llegaron a subir a la cúpula, sino que se quedaron examinando un baúl de uno de los dormitorios, lleno de viejos álbumes de fotografías. El papel de manila que cubría las fotos se había tornado amarillento. En un par de ellas aparecía su abuela, de niña, pero la mayor parte eran de parientes que habían fallecido antes de que naciera Paula.


Pedro terminó de sacar los otros álbumes del baúl, soplando el polvo de sus tapas y apilándolos sobre la mesilla que estaba al lado de la cama. 


En total eran cinco. Los tres primeros contenían instantáneas en blanco y negro, muy antiguas. 


El cuarto tomo estaba lleno de fotos de la infancia de Paula, que su madre debía de haberle enviado a su abuela.


—Mira, en esta foto debías de tener unos cinco años. Te pareces muchísimo a tu madre.


—Tenía cuatro. No me acuerdo de cuándo me la sacó, pero una vez oí decir a mi abuela que esa era la casa en la que vivíamos cuando cumplí los cuatro años. Al año siguiente nos trasladamos a Nueva York. Estuvimos tres años en Brooklyn. Allí fue donde duramos más.


—Por eso eres tan cosmopolita.


—Vaya, en ese comentario te pareces a mi madre. Ella siempre procuraba adornar las cosas con ese tipo de observaciones. El problema era que, en cualquier lugar en que estuviéramos, ella nunca tenía tiempo para mí. Yo siempre tuve la impresión de ser una molestia en su vida. Por eso siempre quise tanto a mi abuela.


Continuaron viendo las fotos, deteniéndose en cada una. A petición de Pedro, Paula intentaba identificar a todos los hombres que salían en ellas, pero se le mezclaban en el recuerdo. Recordaba a los maridos, pero los amantes que su madre había tenido entre boda y boda no le habían causado una impresión duradera.


—¿Discutíais mucho tu madre y tú?


—Cielos, no. Nunca discutíamos. Ella era todo dulzura y buenos modales. En el escenario era bailarina. Y en la vida real, actriz.


—¿Exactamente qué es lo que te dijo de tu padre?


—Que aquel hombre solo fue un error en su vida. Que cuando le dijo que estaba embarazada, la abandonó poniendo fin a su relación.


—¿Y nunca te contó nada más?


—No. Le pregunté un par de veces sobre eso cuando era adolescente. Se puso toda melodramática, improvisando uno de sus conmovedores monólogos y diciendo que lo había borrado de su vida como quien se quita una mancha.


—Y, ya de mayor, ¿te conformaste con saber solamente eso?


—Sí. Con un progenitor tengo ya más que suficiente. Estoy satisfecha con mi vida, Pedro. O al menos lo estaba antes de que muriera mi amiga, dejándome a solas con su hija. Y antes de que un asesino me señalara como su próxima víctima.


—Entonces no te gustará mi siguiente sugerencia.


—¿Cuál es?


—Quiero que llames a tu madre y le pidas que te diga quién es tu padre




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