lunes, 29 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 47




Paula observó a Pedro mientras se quitaba la camiseta. Para cuando se tumbó en la cama a su lado, el corazón le latía tan aceleradamente que experimentó la desconcertante sensación de encontrarse en un sueño. Un sueño donde todo era posible. Se acercó a él y deslizó los dedos por el vello de su pecho. Recordó la impresión que le había provocado la primera vez que lo vio, cuando entró en aquella tienda. De aspecto duro, bronceado por el sol, fuerte, misterioso.


Enterrando las manos en su pelo, la besó. 


Paula tuvo la sensación de que el mundo se disolvía a su alrededor mientras se dejaba arrastrar por aquellas sensaciones. Cuando finalmente se separaron, estaba temblando.


—¿Te he hecho daño? —le preguntó él.


—No. Me has hecho sentirme una mujer. Ardiente. Viva. Seductora.


—Tú eres todo eso y más —deslizó un dedo todo a lo largo de su brazo, antes de acariciarle los pezones a través de la tela de la camisa—. Nunca había conocido a nadie como tú.


—No sé qué es lo que ves en mí de diferente.


—No estoy muy seguro. Solo sé que tocas fibras de mi ser que nadie había tocado antes; que haces que me vea como algo más que como un hombre con un trabajo que hacer. Haces que me vea más humano.


—Quizá se deba al hecho de que estés viviendo en El Palo del Pelícano. Este lugar es mágico.


—No —la besó con una tácita pero casi desesperada pasión brillando en su mirada—. Me gusta despertarme en esta casa sabiendo que estás cerca. Me gusta desayunar contigo y pasear por la playa contigo, tomados de la mano. Me gusta el sonido de tu voz, tu manera de sonreír cuando estás nerviosa, el aspecto que tienes ahora mismo…


—Tengo aspecto de embarazada.


—Yo lo que veo es una mujer que me quita el aliento —deslizó una mano por su vientre—. Déjame desnudarte, Paula.


Paula suspiró, desviando la mirada. No había estado con muchos hombres antes, pero sabía que tenía un cuerpo bonito, que era atractiva y que poseía todo aquello que podía satisfacer a un hombre. Pero, dado su estado actual, no estaba tan segura.


Pedro la besó en la nuca, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.


—Puedes desnudarte o no: la decisión es tuya. Pero convéncete de esto: no voy a encontrarte menos deseable porque estés embarazada.


Aquellas palabras acabaron con sus últimas inhibiciones. Había flirteado con la muerte por lo menos tres veces durante las últimas dos semanas y todavía había un asesino suelto acechándola, dispuesto a acabar lo que había empezado. No se le ocurría un motivo mejor para aferrarse a la vida. Se bajó de la cama y empezó a desabrocharse la camisa. El bebé se movía en su interior. Pedro seguía tumbado a su lado, observándola. Se estaba excitando: inequívoca señal de que había sido sincero cuando le dijo que la encontraba deseable.


Terminó de quitarse la camisa, que cayó al suelo. Segundos después, su sostén siguió el mismo camino.





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